Saturday, September 06, 2008

Sobre agüeros y aguaceros

Antes me daba algo de vergüenza aceptarlo, siendo ingeniero, inteligente, y todo eso, pero ahora me precio de ser supersticioso. La diferencia es, aunque no vine a saberlo o notarlo por mucho tiempo, que anteriormente me avergonzaba por ser irracionalmente supersticioso.

Probablemente perdí el 92% de mis lectores con la frase anterior. Una parte, muchos de ellos compañeros de Universidad y carrera, habrá cerrado el browser con un click colérico, ofendidos en su honor por el hecho de que alguien no sólo tenga el handicap de no ser un escéptico, sino que en su ignorancia se regodee en ello. Otros más lo harán sacudiendo la cabeza y con una mueca de asco ante la contradicción: si antes era irracionalmente supersticioso significa que ahora lo es racionalmente, y eso no, eso sí que no. Probablemente un grupo de ellos lo haga con una mezcla extraña de las dos sensaciones. Y no descarto que exista un grupito que sencillamente se halle sorprendido de no estar en Amazon.

Sin embargo, espero haberlos interesado lo suficiente para que gran parte de todos ellos regrese, aún los de Amazon (de hecho, si usted es uno de esos cuénteme qué libro quiere, y yo le informo el precio a vuelta de correo. Acepto Paypal), ya que a través de esta y otro par de entradas más, explicar esa dicotomía, y quizá convencer a uno que otro que en verdad vale la pena.

* * *

Pese a que siempre pensé que no lo haría, cuando llegó el momento, mi matrimonio fue una boda católica.

Como era bien sabido entre mis conocidos que yo no tenía la intención de casarme (y no sólo por inmadurez, o miedo al compromiso, sino por el alarmante porcentaje de parejas de amigos míos que se divorciaban a los dos o tres meses), quizá la pregunta más frecuente que recibimos al anunciar la boda fue ¿Y Wilson cómo propuso? Ante un tema tan serio, yo solamente podía responder con sarcasmo, por supuesto: ¿A ustedes no les ha pasado que están hablando y de repente se quedan sin tema? Sin embargo, ésta respuesta tenía algo de cierto.

Una vez decidimos que, en efecto, nos creíamos el uno para el otro, Bibi y yo comenzamos a discutir los detalles logísticos del tema. Aparte de mi objeción ideológica estaba la parte económica, por supuesto, una ceremonia, aún una civil, implica recepción, invitados, decoración, comida y todas esas buenas cosas, así que en un principio estábamos de acuerdo en que no nos casaríamos. La conversación se fue entonces a los temas prácticos: si Bibi se podía pasar a mi apartamento o necesitábamos uno nuevo, si nos iba a hacer falta comprar armarios, cómo avisar a las familias. Ambas eran chapadas a la antigua, pero en cada caso pudimos acordar una estrategia adecuada. (Con sus hermanos, por ejemplo, consideramos que bastaría con avisar. Con su madre seguramente tendría que tener una prolongada charla exponiendo mis objeciones teológicas, ideológicas y morales sobre el matrimonio. Y, probablemente, comprarle chocolates.) Pero nos estrellamos contra un bloque al llegar a su abuela.

Ella es una viejita devota, de esas de las que lo primero que hacen al llegar a un sitio de paseo es localizar las iglesias y averiguar los horarios de misa, y quien, al cumplir su objetivo de "casar" a todas sus hijas, se puso a la tarea de hacer lo propio con sus nietas. (Actualmente, creo, tiene en la mira a una bisniesta) Bibi era su nietecita preferida (tengo la teoría de que la anciana le decía lo mismo a todas, pero el tema, por sensitivo, no ha sido adecuadamente discutido con Bibi) y por tanto sería un golpe difícil si la muchachita se iba a vivir "en pecado". Los dos considerábamos que la anciana no podría racionalizarlo y, más que brava, se sentiría triste. La rabia hubiéramos podido manejarla porque la rabia pasa, de hecho teníamos planes detallados para tratar con nuestras madres, pero la tristeza... de hecho Bibi tenía el temor que esa tristeza pudiera ser fatal para la viejita. (Temor infundado, como descubrimos más tarde, pero antes de cruzar el puente no sabíamos que sí habría aguantado el peso.)

La siguiente pregunta fue si lo hacíamos por lo católico o por lo civil. Entonces yo era un ateo recalcitrante, de esos que se regodean en su convicción y no dejan pasar oportunidad para exponer los motivos por los que no creen en Dios. Una especie de Testigo de Jehová a la inversa. Y aunque Bibi podría haberse considerado a lo sumo como "no practicante", sí tenía claro que la ceremonia católica le parecía hermosa. Y quién se lo puede negar. Parafraseando a Douglas Adams, en ningún idioma existe la expresión "Tan hermoso como una Notaría". Y, rasgo común en muchas mujeres colombianas, desde siempre había soñado con casarse de blanco en una iglesia. Quizá fue entonces la primera vez que me dí cuenta lo poco que me importaba la religión. Para mí era (es) importante que se supiera que no creo en el Dios de los Ejércitos, pero no tanto como los sueños de infancia de mi novia.

Casi un año después, tras sinnúmero de de decisiones, organización, y sesiones de acorte y alargue de listas de invitados, vinimos a darnos cuenta ya muy tarde que la ceremonia, campestre y bucólica, estaba planillada justo en medio de uno de los peores inviernos que yo había visto en Bogotá en varios años. Teniendo aproximadamente resueltos los detalles usuales de un matrimonio (sitio, lista de invitados, vestidos, padrinos y luna de miel) pude darme el lujo de preocuparme y quejarme a saciedad sobre el tema. Que nos iba a llover, que el prado se iba a volver un barrial, que con el escote Bibi se iba a resfriar, etc.

Como mis quejas no discriminaban compañía, llegó un momento en que emergieron frente a un compañero de oficina. Este tipo era inmensamente buena gente, muy inteligente, muy tranquilo y yo lo admiraba (aún lo hago) bastante.

-Venga le cuento un agüero que hay sobre eso-me dijo. Era obvio, por el preámbulo, que sabía que lo que iba a contarme no era racional (para los que no lo sepan "agüero" es sinónimo de "superstición"), y que se sentía algo incómodo por ello.- Cuando yo me iba a casar también era invierno, y mi abuela me lo contó. A mí me funcionó, ahí verá...

-Cuente, cuente-a esas alturas ya había asistido a un curso prematriomonial, e incluso había hablado con un cura pensando en confirmarme, así que una superstición más no iba a cambiar el marcador del partido. No sé exactamente qué esperaba, aunque posiblemente algo como un menjunje que de alguna manera afectara la humedad relativa del ambiente.

-El día de su boda, regale en un ancianato cercano un huevo por cada invitado. Eso hice yo, y a mí no me llovió.

Como ya lo he dicho, mi amigo es una persona muy inteligente. Claramente no estaba tratando de convencerme de la existencia o efectividad de un aguero milagroso, de hecho ni siquiera de que él mismo lo creyera. Sin embargo, me estaba ofreciendo una salida, una posible solución que sólo tenía un precio: dejar la razón en la entrada. Aquí hay dragones. Y un día después, un minuto después, volver a Excel, y ORACLE, y modelos matemáticos, y bases de datos, y Business Cases. Interesante invitación.


No me tomó mucho esfuerzo decidirme. En ese momento ya había tomado todas las medidas de contingencia para un caso de lluvia (carpa, paraguas de repuesto, aún la posibilidad de habilitar una de las salas de la casona), pero lo que yo quería era que no lloviera, y lo que más me desesperaba era esa sensación de impotencia. Así que hice el siguiente análisis: ¿Qué es lo mejor que podía pasar con este plan? Que yo decidiera no regalar los huevos, con lo que no sólo habría puesto a prueba mi escepticismo sino que me ahorraría unos pesos, y no lloviera el día de mi boda. ¿Qué es lo peor que podía pasar? Que yo decidiera regalar los huevos, y en todo caso lloviera. Y en ese caso, tendría el consuelo de que, en un día frío y lluvioso, una gruesa de ancianitos solitarios y abandonados al menos tendría un huevo de más en el desayuno.

Desde el punto de vista económico, ahorrarse el valor de un huevo por invitado era risible. (Si hubiera sido un huevo, usado como sinónimo de testículo, del organizador quizá sí, después de todo fue durante la organización de mi voda que reemplacé la expresión Me costó un ojo de la cara por Me costó un huevo de la ingle). Así que me decidí a hacerlo, pensando que en el peor de los casos, además de mojado, podría sentirme un filántropo. Recordando a Les Luthiers: sentiría una humildad tal, que me llenaría de orgullo y soberbia.

Como habrán adivinado los lectores medianamente astutos, no llovió el día de mi boda. Si lo hubiera hecho, evidentemente no habría escogido esta anécdota. Algunos escépticos llegarían incluso a conjeturar que ni siquiera lo recordaría. por el fenómeno denominado Sesgo de Percepción (Perception Bias), que hace que recordemos con más claridad los hechos que tienden a demostrar nuestras ideas preconcebidas que aquellos que no. Personalmente creo que mi boda fue lo bastante importante y emocional en mi vida como para que lo recordara, aunque quizá el tono de la historia sería algo distinto y en vez de poder usuarla para ilustrar mis posiciones filosóficas lo haría para ilustrar la fuente casi inagotable de mi ingenuidad.

Lo que no es necesariamente tan obvio es que ese marzo llovió casi todos los días, todos los fines de semana e incluso el viernes que precedió la ceremonia y el domingo siguiente. Es más, el mismo día de mi boda estuvo nublado, y antes de empezar cayeron algunas goticas de esas que las abuelas llaman "espantaflojos". Pero afortunadamente el cielo se despejó antes de que entrara la novia, y el resto del día estuvo excelente. Esa circunstancia llegó a convertirse en parte integral de la anécdota. La lluvia empezó a formarse al principio, explicaba yo, mientras los ángeles contaban los invitados para verificar que yo no me hubiera hecho el huevón con una docena de viejitos. Una vez comprobaron que los números cuadraban, San Pedro dio la orden y se despejaron las nubes.

¿Creo realmente que el hecho de que yo hiciera un gesto simbólico en favor de unos ancianos tuvo alguna relación con el buen clima que imperó durante la ceremonia? Déjenme exponerlo de esta manara. Si así fuera, la causación sólo tendría dos explicaciones posibles: que un Dios Todopoderoso hubiera decidido recompensar mi generosidad, o que de alguna manera la satisfacción de los ancianos hubiera impactado el clima. La primera explicación no me parece posible. Si existe un Dios o no es un amargo conflicto entre escépticos y creyentes en el que no veo necesario enfrascarme para resolver esta duda. Es claro, observando cómo funciona el mundo, que aún de existir, Dios no opera así (en otra ocasión hablaré más en detalle de mis ideas sobre Dios). Y la segunda tampoco la veo viable. Y una vez más evito enfrascarme en la discusión más profunda de si existe ese tipo de habilidades mentales, y me limito a señalar que los ancianos no sólo no tenían idea de quién les había regalado el huevo de más, sino que ni siquiera sabrían que eso había ocurrido.

Un escéptico seguramente, viendo cómo me esmero en eludir los argumentos más generales y profundos, seguramente me considerará pusilánime, en el mejor de los casos, o un febril Creyente, en el peor. De hecho en esa época yo tenía una idea muy clara de lo que pensaba, y continuamente la articulaba, si no clara, al menos extensamente. Sin embargo, negarme a discutirlos en esa instancia es una muestra de mi actual filosofía: esas preguntas, esas discusiones no valen la pena.

En realidad, ahora creo que el benévolo clima fue tan sólo un golpe de suerte. Ciertamente, a lo largo de mi vida me he considerado alguien con muy buena estrella (éste es otro de los temas en que al menos parte de la comunidad de escépticos no cree. Y esto es extraño, porque aún Carl Sagan parecía reconocer que la suerte es algo real. Incontrolable, pero real). Y por supuesto que no me arrepiento de haber tenido ese comportamiento supersticioso. En el peor de los casos, es un excelente tema de conversación.

Una pregunta más interesante, y posiblemente más difícil de responder para mí, es si en el momento en que llevé a cabo el gesto creía que eso en verdad tendría algún efecto. No lo sé, la mayor parte de los recuerdos que conservo de esos dos días son confusos, y borrosos, y están envueltos en una cursi neblina rosada de romanticismo y felicidad. Probablemente no. Sé que sabía que se trataba de un "cuento de viejas", un agüero más y siempre puede contarse con mi alma de ingeniero, que se muestra con todo su esplendoroso plumaje en los momentos menos esperados.

Pero creo, o al menos así lo espero, que en lugar de enfocarme en motivaciones, o en lo ridículo, vergonzoso o irracional que el gesto podía ser, pensé más bien en el huevo de más para cada viejito.

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