Tuesday, May 19, 2009

Extraña Lista

Hola, mis queridos y fieles lectores. (O, si llegó aquí por primera vez, siga y se sienta, ¿se toma alguito?) Sir Vilson da señales de vida, debidas por cierto, luego de un tiempo irrazonablemente largo. Tan largo, que quizá sea oportuna la excusa protocolaria. Hay varias razones que justifican mi desaparición.

Si bien es cierto que el horario laboral en Canadá es muchísimo mejor (en el centro, por ejemplo, uno no consigue una droguería abierta para hacer un remedio después de las 6:00 PM. Literalmente. En las pocas que hay abiertas, el farmacista se ha ido, y uno sólo puede comprar remedios preparados), sería una lástima no aprovechar ese tiempo libre extra en la casa para marranear con mis hijos. Además, aquí el oficio le toca hacerlo a uno, así que yo me encargo de la lavada de ropa y platos (ambas con máquina, lo que por supuesto tuvo mucho que ver en mi elección). En definitiva, el tiempo libre que quedaría para escribir blogs y otras vainas es menos, y debo dividirlo en varias otras actividades.

En primer lugar, el trabajo, claro. He tenido mucho trabajo, lo cual es un problema chévere de tener en estos tiempos de crisis económica, pero en todo caso quedo lo bastante mamado como para no querer ver una pantalla de computador en mi casa.

En segundo lugar, el curso de guión que estaba haciendo en línea. La parte de Guión Cinematográfico la terminé en Febrero (hay una parte de Narrativa que está increíblemente cruda), y mi tarea final fue un guión de largometraje completico, que me tomó más de un mes de tiempo. Quedó bien, en mi opinión, aunque estoy trabajándole en unas correcciones que me mandó el profe.

Y, finalmente, mi regalo de navidad. El niño Dios, por intermedio de mi esposa, me trajo un PS3. y he procurado dedicarle las tres horitas semanales de rigor.

Bueno, como dijo el dermatólogo...

Por un lado, me parece increíble que ya hace más de un año que me vine pa'cá. En muchos sentidos esto sigue siendo una experiencia novedosa, y siento que no ha transcurrido nada de tiempo. Por otro, lo que es inverosímil es que hayan pasado tan sólo catorce meses desde que me fui, por la manera como la vida se nos ha estabilizado finalmente. Alejo habla inglés (y lee y escribe en inglés y en español), juega Pokemon y ya ha aprendido de historia Canadiense. (Aún no empieza a gustarle el hockey, así que la ignorancia de los deportes es uno de los pocos motivos por los que aún no le producen vergüenza paterna).

Juan Pablo gruñe en español y en inglés, ha aprendido varios jueguitos gringos, como Peek-a-Boo y no dice "cosquillas" sino "tickle tickle". Además, aunque la mayor parte de los vocablos que sabe son en español, los arma con gramática inglesa (por ejemplo, "cú" significa jugo, pero jugo de uva, en JuanPablés, se dice "uva-cú"), así que resulta hablando como los Bretones de "Astérix en Bretaña".

Bibi tiene una docena de amigas, algunas canadienses, y cada vez tiene más claro su plan de vida. Mi escritorio en el trabajo ya parece un chiquero, y mi barra de tareas en el Windows taskbar nunca presenta menos de veinte slots.

En fin, ya un poco más estable, sin la preocupación de conseguir con qué comer y dónde vivir, por ejemplo, tuve más tiempo para dedicarle a la Nostalgia.

Cuando Bibi y yo decidimos que ya no había reversa posible para lo de Canadá, empecé un ritual personal, que fue mi manera de hacerle duelo a la Patria: prácticamente con cada evento enunciaba en voz alta si creía en ese momento que me iba a hacer falta. Así, cuando una buseta me cerraba en la calle, o veía un transeúnte lanzando basura a la calle distraídamente, o me tardaba horas haciendo una fila, entonaba Esto NO lo voy a extrañar. Igualmente, al ver la imponente y familiar silueta de Monserrate sobre la ciudad, pagar cuatro mil pesos por una entrada a Cine, o le recibía a Rosa las medias nueves que me había preparado, concluía que eso iba a extrañarlo, y mucho. Este proceso se prolongó por casi un año, y en mi mente la lista alcanzaba longitudes insospechadas.

A lo largo del tiempo que llevo aquí, he tenido amplias oportunidades de comparar esa lista con la realidad, sintiéndome sabio cuando le atiné, pero también sorprendiéndome al descubrir que en algunos casos parecía no tener ni idea de los principales objetos de mi nostalgia. El trayecto diario de mi bus se demora aproximadamente una hora, lo que le ha dado a mi incorregible alma de ingeniero neurótico tiempo de sobra para definir cuatro categorías:

  1. Cosas que extraño que sabía que me iban a hacer falta
    1. Los amigos: Evidentemente.
    2. El cine barato: Aún en los momentos más extremos, cuando pagaba una entrada en el Cine Bar de Hacienda, me bastaba recordar que en en Canadá la entrada a cine estándar vale doce dólares, es decir como veinticinco mil pesos. Y en teatros normalitos. Y a eso súmele otros veinte dólares de babysitter.
    3. La Tierra Caliente: Estando a un tiro de piedra del Polo Norte, la Tierra Caliente más cercana es Las Vegas, que queda a 2,150 KM (O sea, estoy seguro que hay otras ciudades de clima cálido en Utah, o Nebraska, pero para que sea Tierra Caliente deben poder pasarse unas vacaciones decentes).
    4. El servicio doméstico: O, como lo llaman aquí, "labor esclava". Al igual que en Colombia, en Canadá hay ciertas ocupaciones que ganan el salario mínimo (ahora, que el salario mínimo en Canadá es, por mucho, diez veces menor que el salario de un profesional muy bien pago, y no cuarenta como en Colombia), sin embargo la labor doméstica no está dentro de ellas. La señoras que trabajan de mucamas generalmente andan en un carro mejor que el de uno.
    5. El clima (una parte): Específicamente, el sol deslumbrante y el tibio aire de algunas tardes capitalinas.
    6. Mi iMac
    7. Mis libros. Que se quedarán en Colombia hasta que pueda pagar un container. No tengo tantos libros como para llenar un container, pero por lo ridículo de la estructura de tarifas de envío, traerlos todos en cajas individuales costaría más que eso.

  2. Cosas que extraño, y que no pensé que me fueran a hacer falta
    1. La familia: No estoy tratando de parecer un desalmado, sino de exponer un argumento. Por supuesto que yo sabía que la familia me iba a hacer falta. Montones. Sin embargo, y que conste que esto no lo digo para congraciarme o hacer parecer la emigración como algo más difícil de lo que en verdad es, no me imaginaba qué tanto. No estoy seguro de que, sabiendo lo que sé ahora, cambiaría la decisión de venirme para acá, pero sí doy fe de que, si pudiera, no dudaría un instante en traerlos a todos.
    2. Ser bilingue: Mi nivel de inglés en Colombia me ponía en un alto percentil de la población. Era generalmente a mí a quien acudían mis amigos a aclarar ciertos sutiles matices en una traducción u oscuras alusiones a la Pop Culture gringa. Aquí, sin embargo no sólo debo compararme con Canadienses que nacieron aquí, y cuyas alusiones a Cultura Pop empezaron con rondas infantiles. También debo medirme contra vietnamitas, indios, nigerianos, polacos, árabes, franceses, griegos, norafricanos y cien nacionalidades más, que llevan diez años viviendo aquí. Así que la ilusioncita esa del segundo idioma quedó ahí.
    3. Los subtítulos en español: En parte porque a veces se me escapa el significado de varias frases por película, en parte también porque es mucho más agotador para mí (cosa que no empecé a notar hasta que el 100% de la TV que veía comenzó a ser en inglés). Pero sobre todo porque gran parte de mi autoestima bilingue provenía de señalar los más evidentes errores de traducción.

    4. Los colores: Pese a que había salido del país en varias ocasiones, y había llegado a visitar puntos incluso más septentrionales que este (por un lado, Copenhague, por otro, Inverness) pero en medio de la emoción del turismo no me dí cuenta entonces que los colores tropicales son mucho más brillantes e intensos que los de estas latitudes. La primera vez que fui a Banff, con hermoso que es el paisaje, no pude dejar de pensar "¡Vaya! Están llenos de polvo estos pobres bosques!".
    5. Las mujeres hermosas: A riesgo de que alguna de mis compañeras calgarenses lea esto, debo informar que, lamentablemente, aquí no se hace un caldo. En primer lugar, por aquella inexplicable relación inversa entre la tasa de impuestos y la longitud de las faldas, en primavera y verano se ve mucha menos piel que..., digamos Berlín, que es donde recuerdo las estudiantes bronceándose en monokini en un parque público en medio de la ciudad. Por otro lado, no sé si sea cuestión de la dieta, o qué, pero la mayor parte de las mujeres tiene barriga. Se ve muuuuy esporádicamente una de esas monas buenotas que salen en las películas, y de cuando en cuando una morena linda, pero en general... poco.
    6. El servicio médico: Eso me sorprendió verdaderamente. Una de las razones por las que nos vinimos a Canada fue por su excelente servicio médico. Y es excelente en verdad, para ser un servicio gratuito y universal. Los casos urgentes y los niños tienen prioridad, de modo que los atienden con relativa prontitud, sin embargo el resto de mortales... baste decir que el promedio de espera en los hospitales es de veinte horas. Siendo justos con el sistema de salud canadiense, sale mal librado porque estoy comparando un servicio público y gratuito con uno privado y caro. Pero el hecho de que la diferencia sea comprensible, y el sistema canadiense sea más equitativo y justo, y que lo volvería a escoger de nuevo, no hace que extrañe menos las salas de espera de la Reina Sofía.
    7. Ser articulado: Un efecto secundario de mi recién descubierta inhabilidad linguística es que las ideas que quiero expresar son más complejas de lo que mi vocabulario podría, de modo que para compensarlo debo usar frases muy básicas, que en muchos casos no significan exactamente lo que quiero decir. Y si bien es cierto que el porcentaje de gente que me entiende lo que hablo no ha cambiado drásticamente, el hecho de no poder redactar exactamente la frase que quiero, con figuras de lenguaje y varios niveles de recursión, es frustrante.
    8. Las almojábanas.
    9. La lluvia. Y el rocío, y la humedad relativa del ambiente, y en general todas las manifestaciones de agua líquida en la atmósfera.
    10. El clima (otra parte). En particular, ese fresco que suele sentirse de vez en cuando en el aire bogotano, esa bocanada de aire frío que uno siente al bajar de un avión que venía de La Costa. El aire aquí es o salvajemente más frío o mucho más cálido, pero nunca le pega a la temperatura precisa.
    11. Los chistes. En particular, contarlos.
    12. La ventas callejeras.

  3. Cosas que pensé que iba a extrañar, y que no me han hecho falta para nada
    1. Las montañas. La imponente silueta de Monserrate es una presencia tan constante en Bogotá, y le da tanta presencia a la ciudad, que creí que me la iba a pasar recordándola todo el día. Sin embargo, me encontré con que la mínima dosis orográfica que proveen las Rocosas, a tres horas de camino, es suficiente para satisfacer mis ansias. O de pronto es que cuando llego en el bus de Airdrie, me encuentro de frente con el no menos imponente Bow River y la Isla del Príncipe George.
    2. Ser alto. Por dos motivos, principalmente: en primer lugar, como nunca maduré, allá en Colombia cada vez estaba trabajando con más veinteañeros, todos ellos al menos diez centímetros más altos que yo. Y en segundo, aunque comparado con los anglos y europeos soy apenas algo más que un hobbit, el porcentaje de asiáticos aquí es tan grande, que mis 1.74 m continúan estando por encima del promedio.
    3. La proverbial calidez latina. Los Canadienses poseen una extraña mezcla de calidez y lejanía. En general hacen menos visita que los Colombianos, pero son la clase de gente que se molesta en hacer sentir bienvenido al nuevo, y ayudarlo. Una diferencia interesante que encontré es esta: los colombianos solemos despedirnos con la fórmula Por aquí, a la orden que es equivalente a Bueno, me llama si necesita cualquier favor, el que sea. Los Canadienses no lo usan como una fórmula, sin embargo el sentido de cooperación y comunidad está mucho más desarrollado aquí. Cuando me quedé enterrado en la nieve frente a mi casa, por ejemplo, salieron a ayudar hasta vecinos a los que yo nunca había visto.
    4. Las posibilidades de una ciudad grande.
    5. La piratería. Yo más o menos tenía la idea que al llegar aquí iba a tener que desinstalar mis programas de P2P. Pero, puede que aquí no haya un San Andresito, donde se venden los DVDs piratas en la calle sin el menor recato (aunque puede que sí lo haya), pero Canadá está en el top ten de la lista publicada por Estados Unidos como "países que promueven la piratería de software". Lo que significa que es menos probable que el fiscal general inicie una demanda contra una muchacha de dieciséis años por bajar una copia mp3 de una canción de Metálica.
    6. El reconocimiento profesional. Aunque todo el mundo me había advertido que al venir a Canadá debía resignarme a empezar desde cero, puesto que las compañías no iban a tener en cuenta la experiencia no canadiense, y yo ya lo había hecho, tuve la buena fortuna de conseguir un empleo en BP, que es sin lugar a dudas la única empresa que habría tomado en cuenta la totalidad de mi previa experiencia con ellos en Colombia.
    7. La arrogante satisfacción de sentirse más organizado que el prójimo. En Colombia, quizá por no ser tan ágil o astuto, la gente todo el tiempo se me colaba, ya fuera a pie o en automóvil. En lugar de tratar de competir en una especie de "Rat Race", me retiré por completo de esa competencia, y decidí ser el que nunca se pasaba el semáforo en rojo, o hacía el cruce prohibido, o se colaba en la fila, etc. Hacía lo posible por no llegar tarde, pagar cumplidamente mis impuestos, no quedarme con un peso de más en las vueltas... Todo el mundo se demoraba menos que yo en sus trámites, o gastaba menos plata, u obtenía mejores beneficios. En fin, vivía más fresco. Pero a mí me quedaba el consuelo de saberme mejor que toda esa parranda de desorganizados. Sin embargo temía, o más bien sabía, que al llegar a Canada, luego de cuarenta años de caótica cultura latina, yo iba a encontrarme con la triste realidad de ser un despelotado sudaca en medio de una cultura sajona. Y fue así, de hecho soy uno de los pocos que tiene que pensar conscientemente en darle la vía al peatón o a otros conductores (y por consiguiente a veces no lo hago), pero los Canadienses son re-frescos, y muy pocos vociferan sacudiendo el puño. Que yo sepa.
    8. Las frutas. Parece increíble, pero para mí una frambuesa resultó perfecto sucedáneo de un anón.

  4. Cosas que no extraño, pero que sabía que no lo iba a hacer
    1. La inseguridad. Es increíble. Los niveles de violencia se han incrementado a tal punto que toda la provincia está escandalizada: hay como dos o tres homicidios por mes.
    2. El décimo primer y décimo segundo mandamientos. En el improbable caso de que alguien no sepa de lo que hablo, se trata de "No dar papaya" y "No perder papaya" respectivamente (Y si no es Colombiano y aún no sabe de qué estoy hablando, significan "No descuidarse, para que nadie pueda aprovecharse de uno" y "Aprovecharse de todo aquel que se descuide"). Cualquiera que me conozca sabe que opino que todos los males que aquejan a nuestra pobre patria se reducen en mayor o menor grado a la aplicación de estos dos principios.
    3. El tráfico. Los conductores son más corteses, las calles son más amplias y hay menos carros. Como decimos los canuks: What's not to like?
    4. La certeza de alguien en el gobierno se está robando una cantidad vulgar de plata. Los casos de corrupción que mencionanaquí me hacen soltar una de esas despectivas risitas resopladas: ¡Aficionados!
    5. Las vías Intermunicipales. Sé que van de la mano con las montañas, que me encantan, pero aquí a muy poca gente le da mareo al ir de un pueblo a otro.
    6. El fútbol. Y si algún día me voy para otro lado, tampoco extrañaré el hockey.
    7. Los tamales. ¡Finalmente una Navidad en la que no necesito fingir que el tamal con chocolate no es una mezcla repugnante!

      Y finalmente:

    8. Los guaches manejando. Y que conste que no me hacen falta por haber dejado de cruzarme con ellos. Porque, pese a que son queridos y amables en todos los demás sentidos, el porcentaje de rednecks (iguazos) que manejan su camioneta pickup como si fuera una mula y se atraviesan en la autopista es aterrador...