Friday, January 02, 2009

La Vida a Treinta Bajo Cero


Hasta Febrero de 2007, viviendo en Colombia y no siendo alpinista, la temperatura más baja que había experimentado era quizá cinco o seis grados centígrados bajo cero. En aquella época de feliz ignorancia, creía conocer el frío porque me había salido de fiestas a las dos de la mañana a caminar [1] , o porque, acampando en el Neusa, me había duchado con agua sin calefacción.

Luego, emigré a Canadá. Cuando llegué, Calgary se encontraba en pleno invierno [2], había nieve en las calles y el canal que queda detrás de mi casa estaba congelado. Entonces creí conocer el frío porque había salido a palear nieve, o había caminado quince minutos por el centro entre la nieve, o porque una vez, habiendo sido sorprendido por una nevada súbita camino a mi bus, había encontrado más tarde una buena cantidad de nieve en mi bolsillo.

Iluso.

Ahora, un poco más sabio, calculo (porque aún no contaba con el indispensable termómetro externo)que las temperaturas más bajas a las que estuve expuesto durante ese remate de invierno fueron de diez o doce bajo cero a lo sumo. ¡Jah! A diez bajo cero hoy día salgo a pasear el perro, en camiseta y con una sonrisa plácida en el rostro [3].

El primer indicio de que el invierno iba a ser más frío de lo que yo pensaba fue primera nevada, que llegó este año a principios de Noviembre, mes y medio antes del inicio oficial de invierno, en Diciembre 22. Fue, además, la primera prueba de que el invierno en Alberta dura seis meses, puesto que este año recuerdo nevadas hasta principios de mayo [4]. Sin embargo, en Alberta son famosos los vientos del Chinook (también conocidos como vientos foehn), que son unos vientos secos que bajan de la montaña, y que mejoran mucho el clima de esta provincia, ya que usualmente puede subir las temperaturas y bajar los niveles de nieve [5] .

Sin embargo, el frío, la temperatura verdaderamente inclemente, llegó por primera vez a principios de diciembre. Para cuando empezó, yo ya le tenía respeto, a causa de los constantes anuncios de prevención en el periódico, el radio y la televisión. El día de la primera nevada fuerte, que yo experimenté desde una camilla mientras me subían a la ambulancia, ya sabía que se trataba de un frente de baja presión que venía trayendo vientos del Ártico, que se acercaba a Calgary en su camino hacia los Estados Unidos. (No se quedó porque aquí no hay mucho que hacer, supongo.)

El primer fin de semana de frío extremo fue anunciado por más de una semana, y los boletines fueron creando un adecuado ambiente de suspenso. Como en esas películas de terror sanguinario, en que la cámara se acerca lentamente a la espalda de la protagonista mientras la banda sonora va en crescendo, y uno sabe que a la pobre la van a:
1) Golpear
2) Mutilar
3) Violar
4) Descuartizar
O, con mayor frecuencia en las películas que más me gustan:
5) Primero 1), luego 3), luego 1) de nuevo, luego 2), luego 4) y luego 3) otra vez con los pedazos que sea posible

Aunque, según Wikipedia, las masas de viento del ártico parecen, en ocasiones, pelear con los Chinook, lo que causa fluctuaciones bruscas en temperatura y clima en general [6], pero aparentemente este frente de baja presión había tomado esteroides y se veía amenazador, porque ni rastros de los Chinooks, y la temperatura se mantuvo una semana menos de 25 bajo cero.

El primer efecto fue que nevó copiosamente durante tres días seguidos, y al final se acumuló una capa de más de quince centímetros de nieve. El segundo fue las barredoras estaban trabajando a más no poder, así que se concentraron en las avenidas más importantes. Y el tercero fue que la nieve se congeló, y quedó tremenda capa de hielo sobre las calles donde no había pasado la barredora [7].

El día que empezó el frío era un domingo, precisamente el día de la fiesta para los hijos de empleados de BP. Creo que en una ocasión ya les he contado que el lado más play de Calgary es el Sur Oeste. La fiesta, entonces, se llevó a cabo en un parquecito que queda justo bajo el límite sur de la ciudad, así que la pobre Bibi tuvo que cruzarse solita la ciudad entera bajo una nevada infernal. Por suerte ella es una conductora bastante prudente, y no tuvo ningún tipo de accidente pese a ser la primera vez que se enfrentaba a una nevada seria.

No puede decirse lo mismo de un gran número de conductores Calgarenses, en teoría más habituados a manejar en invierno. Durante los primeros días del frente frío era habitual ver automóviles encunetados, o profundas marcas en la nieve que se detenían bruscamente frente a un poste o contra una pared. Había tantos accidentes, que la espera promedio para recibir una grúa de la CAA (Canadian Automotive Association) era de 36 horas, ya que le daban prioridad a los casos donde corría peligro la vida de los ocupantes.

Los primeros dos o tres días, no nos pareció nada grave, o al menos no demasiado distinto al frío que ya habíamos vivido. Los paseos a Leeloo se habían cancelado, porque esa tarea es mía y yo estaba convaleciente de una laparoscopia, pero no mucho más. Pero a medida que se prolongaba la ola de frío, en primer lugar nos empezaba a dar un leve caso de Fiebre de Cabaña [8], y en segundo, debido a que la calefacción corría por más tiempo, el ambiente se puso muchísimo más seco lo que, además de ser molesto para la piel, causa estragos en el aparato respiratorio. (Como mocos y, sobre todo, hemorragias nasales.)

La resequedad de ambiente se siente peor cuando uno se da cuenta que el frío hace que se forme una película de hielo en los bordes de la ventana. No por fuera, lo que sería de esperarse, sino por dentro. Al principio esto me pareció inverosímil, pero después de considerarlo un poco, me di cuenta que era simplemente una versión extrema de lo que ocurre, por ejemplo, en los carros parqueados en la vía a La Calera. Esa pequeña cantidad de hielo no sólo le hace tomar a uno conciencia de lo frío que debe estar el ambiente por fuera, sino que da mucha rabia saber que, mientras uno respira el equivalente a papel de lija, la poquita humedad del ambiente está congelándose contra un vidrio.

Una vez se acabaron los víveres, tuvimos (o mejor dicho, Bibi tuvo) que salir de la casa por provisiones. Llegó impresionada por el frío, que si bien sólo experimentó por el breve trecho entre el automóvil parqueado y la entrada a Wal-Mart bastó para hacerla reconsiderar otros viajes, y asustada porque a menos de tres cuadras de la casa, se encendió un testigo en el tablero que jamás habíamos visto.

Después de chequear con el manual, pudimos comprobar que el testigo advertía sobre baja presión en los neumáticos. Y mi mente de ingeniero dedujo, un poco tarde, claro, pero estaba embotada por el frío, que los gases se contraen con las bajas temperaturas, y eso incluye el aire de las llantas. Yo, que tan sólo llevo diez meses en la parte sajona de América, aún no me encuentro tan imbuido del espíritu consumista como para tener compresor de aire [9], así que este descubrimiento significó una salida al Co-Op con el único objetivo de inflar las llantas.

Me imagino que en Calgary hay estaciones de servicio donde el bombero verifica la presión de las llantas con un método más sofisticado que la consabida patada, y luego las infla/desinfla según sea requerido, pero yo no las conozco. (Fuera de eso, deben cobrar por eso, lo que en verdad reduce las probabilidades de que algún día lo conozca.) De modo que mi primer enfrentamiento al frío de -30°C (que, con el factor de windchill bajaba a -40C) no sólo no fue la carrerita entre el carro y la tienda que todo el mundo hace de manera tan normal, sino que, entre conseguir prestado el medidor de presión, verificar que todas las llantas tenían una presión de 10 psi (cuando debería ser 25 psi), e inflarlas, tomó más de diez minutos.

Alguien experimentado podría cuestionar la aparente irrazonable duración del proceso. Volvemos al tema: me imagino que en Calgary hay compresores que suministran aire a una velocidad decente, pero como posiblemente haya que introducirle moneditas, no los conozco.

¿Qué se siente estando a -30C, y sintiéndose a -40C? Antes de responderle, le sugiero tener en cuenta que la temperatura dentro de los congeladores oscila entre -18C y -22C. También me disculpo, porque pasé treinta y nueve años de mi vida en un país tropical, donde dichas temperaturas son inimaginables, y por tanto me falta notoriamente el vocabulario para hacer una descripción decente.

Lo primero que noté es la peculiar sensación en las fosas nasales cuando, supongo, el aire trata de congelar los folículos. Es como si el aire se hiciera más espeso y, curiosamente, calientísimo, en el interior de la nariz, en particular en las fosas. Literalmente me sentía respirando papilla.

Lo siguiente fue la velocidad con que toda la piel expuesta se enfrió y empezó a doler. Yo había contado en una entrada anterior, cuando creía conocer el frío, que uno deja de sentir las orejas y la nariz. Pues bien, el dolor es información que le envía el cuerpo a uno para informarle que hay algo que no funciona bien: seguramente en un frío benigno, digamos -10 C, cuando el problema es mayormente incomodidad, las orejas se duermen. A -30C, cuando existe un definido riesgo de frostbite (congelación de la piel), la piel se vuelve a despertar muy rápidamente y empieza a doler como los mil demonios.

Lo mismo ocurre con los pies. A menos que uno tenga botas diseñadas para esas extremas temperaturas, muy rápidamente se enfrían los dedos de los pies y empiezan primero a palpitar y luego a experimentar un dolor continuo, intenso y en aumento. Llegó un momento en que temí por la integridad de mis pobres deditos, y sólo podía pensar en la imagen de Scott Glenn en Límite Vertical.

Y las manos, en particular si no puede uno tener puestos los mitones porque debe manipular la manguerita de un compresor, igual. Y si, fuera de eso, el único calibrador de aire que se consigue uno prestado es metálico, ni se diga. Porque los metales, obviamente, se enfrían con mayor velocidad e intensidad que cualquier otra cosa (son buenos conductores del calor, ¿se acuerdan?). A Alejandro, para no ir más lejos, le dio por lamer el borde de metal de la ventana en el bus, y la lengua se le pegó tan fuertemente que cuando la desprendió, dejó un apreciable porcentaje de las papilas allá pegadas.

Si uno usa una bufanda o pañuelo, y usa gafas, generalmente se le empañan con una velocidad e intensidad inverosímiles. (Por supuesto que esto no ocurre si uno consigue que su respiración no suba hasta los cristales. Y, aunque a mí no me pasó, por suerte, ante un frío muy macho los cristales se rajan espontáneamente.

Nada de todo eso me tomó tan de sorpresa como lo del iPod. El cable de los audífonos se congela inmediatamente, perdiendo toda flexibilidad. Es como si uno se hubiera hecho un collarcito con alambre No 14. Todo lo demás puede ser sencillamente que yo sea un gallina exagerado al que le gusta quejarse pero, ¿el cable congelado? ¿Cómo diablos discute uno con un cable congelado?

Así y todo, no falta el calgareño que sale a pasear, y camina orondo y orgulloso con su traje de invierno y, la mayor parte de las veces con un termito metálico lleno de café. Es más, he visto, a -25C con windchill de -35C, gente trotando en sudadera. Supongo que si uno ha vivido aquí toda la vida, o al menos un tiempo suficientemente largo, y la perspectiva de vivir encerrado le parece aterradora, debe hacer de tripas corazón [10] y salir a vivir la vida entra la nieve y la escarcha.

No es mi caso, por supuesto. Aunque uno no debe decir “de esta agua no beberé”, o en estas latitudes más bien “esta agua no lameré”, yo creo que puedo ser perfectamente feliz pasando semanas encerrado en mi casa, donde la única nieve que vea sea la que enfrenta Lara Croft en “Tomb Raider”.




[1] Y, ocasionalmente, si todo iba bien, rumberame con alguien.
[2] Esto no fue nada difícil en una ciudad donde seis meses del año pueden considerarse invierno.
[3] Aunque acepto que si el paseíto se prolonga por más de diez minutos, con la persistencia del fro Calgarense, dicha sonrisa quedará literalmente esculpida en mi rostro congelado.
[4] Algún purista podría decir que en realidad demuestra que en Alberta hay nieve tn la primavera y el otoño, pero esto para el caso es lo mismo.
[5] Chinook es una palabra aborigen que significa “Come-Nieves”. Como la nieve es Blanca, me imagino que otra traducción podría ser “Príncipe” o “Enano”.
[6] Y en ocasiones otros fenómenos más llamativos, como el caso de Cardston, donde alguna vez el lado este de la ciudad estaba a una temperatura agradable, mientras que el lado oeste estaba amargamente frío. Esto mismo ha ocurrido en Calgary, con temperaturas en un lado de -20C y en el otro de +7C, pero como esta ciudad es casi tan extensa como Bogotá, no es tan notable. Cardston es un pueblo de menos de 5,000 habitantes.
[7] Léase, la que queda frente a mi casa.
[8] Que se empeoraba por el hecho de que, a cuenta de distintas circunstancias pero principalmente por el clima, desde principios de septiembre siempre ha habido al menos un enfermo en mi casa, aunque generalmente son dos.
[9] Ni siquiera medidor de la presión para las llantas.
[10] Y de moco, carámbano.