Bueno, ya nos deshicimos de los gallinas. Vamos a lo nuestro.
Una de las consecuencias teóricas más interesantes de la mecánica cuántica afirma que las características físicas de dos o más partículas, aparentemente independientes, están ligadas entre sí. A este fenómeno se denomina enredamiento o entrelazamiento cuántico. (Quantum entanglement, o QE)
Esto no suena a gran cosa, pero lo es. Primero porque aunque a nivel subatómico las características de las partículas independientes son aleatorias, y el comportamiento de dos partículas entrelazadas cuánticamente no lo es. Y segundo, porque a ese nivel, las características físicas ni siquiera existen si no se efectúa una medición, puesto que hasta entonces existen como una onda de probabilidad.
Así, por ejemplo, si mediante un complejo experimento (Descrito en The Fabric of the Cosmos, de Brian Greene, si les interesa) yo me las arreglo para emitir dos partículas entrelazadas -que pueden estar separadas por distancias enormes, incluso, en teoría, años luz de distancia- , y mido el espín de una de ellas (recuerden que hasta ese momento la partícula no tiene un espín determinado), cuando mida el espín de la otra voy a encontrar un estado particular ya determinado por la medición anterior. Este fenómeno ocurre instantáneamente, de modo que las dos partículas están comunicándose entre ellas a una velocidad superior a la de la luz.
Lo primero que se me ocurrió cuando me enteré de esta característica (y según entiendo, lo primero que se le ocurre a todos) es que podría utilizarse para una comunicación translumínica. Pero, según deben continuamente explicar con paciencia los físicos, esto no es posible. Y no porque rompa el principio einsteniano de que nada, ni siquiera la información, puede viajar más rápido que la luz, sino sencillamente porque yo sólo sabré el estado de la segunda partícula al medir el estado de la primera. Y el estado de la primera será aleatorio cada vez, de modo que no podría utilizarlo para transmitir nada.
Es decir, si yo mido el spin de una docena de partículas, voy a obtener doce números aleatorios. Cuando mida el espín de la docena correspondiente de las partículas entrelazadas cuánticamente, voy a obtener exactamente la misma lista de números. De modo que el QE podría utilizarse para codificar información transmitida (que tendría que viajar a la velocidad de la luz, como Dios manda), pero no para transmitir información en sí. De hecho, según entiendo, las ecuaciones que controlan la mecánica cuántica permiten determinar que ciertas variables deben estar ocultas, porque de lo contrario conducen a una contradicción.
Sin embargo...
Supongamos que yo tengo una máquina que lee una secuencia de caracteres, utiliza esa entrada para generar partículas entrelazadas cuánticamente, mide alguna de sus características subatómicas, y basado en ello genera como salida una un número de 1 a 26 por cada letra. (Por ejemplo, podría generar 26 partículas por cada letra, y contar cuántas de ellas tuvieron espín positivo). El resultado será un generador de números aleatorios extremadamente costoso. Como cada vez que lleve a cabo el proceso las partículas tendrán características que cambian al azar, no sólo la letra "A" a veces puede dar 1, a veces 5 y a veces 16 (y yo no tengo manera de saber cuál va a ser), sino que la letra "C" puede generar los mismos resultados.
Ahora supongamos que tomamos otra máquina que mide los resultados de las partículas enredadas cuánticamente con las que generé en el párrafo anterior, agrupándolas de a 26, y, con ayuda de un dado de 26 caras, asigna aleatoriamente una letra a cada número. De ese modo, al entrar una letra en la máquina uno, eso me va a producir una letra en la máquina dos. Mi resultado ahora será una máquina que genera caracteres aleatorios, doblemente más costosa. O, si decido llevarme mi máquina al otro extremo de la galaxia, infinitamente más costosa. Cuando yo entro una "A" en la primera máquina, la salida en la segunda máquina puede ser cualquier cosa.
Inclusive "A".
Sin embargo, yo no tendré manera de saber si la salida de la máquina dos fue igual a la entrada de la máquina uno hasta comparar los resultados por un método clásico, de modo que este complejo sistema no me servirá para comunicarme. Según la fórmula, la probabilidad de que una letra en la salida de la máquina dos sea igual a la que estuvo en la entrada de la máquina uno es de 1 en 26. Esto significa que si repito el experimento 26 veces, puedo esperar haber acertado una vez. (Aunque, si recuerdan cómo funcionan las probabilidades, podría no haber acertado ninguna. O haber acertado las 26 veces).
Según el mismo criterio, si repito el experimento 676 veces (26 al cuadrado) puedo esperar que al menos en una ocasión, una secuencia de dos letras en la salida de la máquina dos sea igual a la secuencia de entrada en la máquina uno. En teoría, repitiendo el experimento tantas veces como sea necesario, puedo esperar obtener un acierto en una cadena arbitrariamente larga. (Sin embargo, tengan en cuenta que si hubiera empezado a ejecutar este experimento en el Big Bang, repitiéndolo mil veces por segundo, no podría esperar haber obtenido un resultado positivo para una cadena de más de quince caracteres)
Mi hipótesis, o más precisamente mi conjetura, es que el cerebro es esa máquina, y el pensamiento es un proceso aleatorio que genera como subproducto una cantidad de partículas entrelazadas cuánticamente. Y que, tal como una señal electromagnética induce corriente en una bobina, las partículas entrelazadas inducen señales (que podrían interpretarse como palabras o imágenes) en otros cerebros. Pero, por la misma característica del cerebro, la mayor parte de las veces esas señales serán aleatorias, es decir ruido. Sin embargo, tomando en cuenta el número de personas, y la cantidad de pensamientos que estas personas generan (el porcentaje de políticos es lo suficientemente bajo como para no sesgar la muestra), la probabilidad de que, de vez en cuando, se presenten episodios telepáticos.
Este mecanismo de telepatía tendría algunas consecuencias interesantes:
- La telepatía jamás podría ser utilizada como un mecanismo de comunicación. Solamente se podría tener certeza de que hubo transmisión telepática (en lugar de simples pensamientos originados en el receptor) al comprobarlo por medios clásicos.
- Los resultados de la telepatía serían indistinguibles de resultados al azar. Evidentemente, porque *serían* al azar.
- La telepatía no podría ser controlada ni por el receptor ni por el transmisor. Duh. Ver punto anterior.
Pero, sobre todo, ya que para que funcione se requiere que el pensamiento (la conciencia, si lo prefieren) sea un proceso eminentemente aleatorio: - El ser humano *nunca* podrá modelar adecuadamente un cerebro consciente
- La singularidad predicha por Kurzweil nunca se va a presentar
- Si el ser humano logra implementar la inteligencia artificial, el componente aleatorio impedirá establecer controles sobre ella. ¡Adios, tres leyes de la robótica! ¡Hola, Skynet!