Saturday, June 20, 2009

Un mecanismo para la telepatía II

ADVERTENCIA: Decidí escribir esto en una entrada aparte, porque incluye una corta discusión sobre mecánica que será probablemente aburrida o incomprensible para el 99.9% de la población que no ha estudiado en detalle la física cuántica, o trivial y hasta imprecisa para el 0.09% que sí lo ha hecho. Así que, si usted no considera estar en el exclusivo 0.01% de la población que constituye el público objetivo de esta entrada, continúe:

Bueno, ya nos deshicimos de los gallinas. Vamos a lo nuestro.

Una de las consecuencias teóricas más interesantes de la mecánica cuántica afirma que las características físicas de dos o más partículas, aparentemente independientes, están ligadas entre sí. A este fenómeno se denomina enredamiento o entrelazamiento cuántico. (Quantum entanglement, o QE)

Esto no suena a gran cosa, pero lo es. Primero porque aunque a nivel subatómico las características de las partículas independientes son aleatorias, y el comportamiento de dos partículas entrelazadas cuánticamente no lo es. Y segundo, porque a ese nivel, las características físicas ni siquiera existen si no se efectúa una medición, puesto que hasta entonces existen como una onda de probabilidad.

Así, por ejemplo, si mediante un complejo experimento (Descrito en The Fabric of the Cosmos, de Brian Greene, si les interesa) yo me las arreglo para emitir dos partículas entrelazadas -que pueden estar separadas por distancias enormes, incluso, en teoría, años luz de distancia- , y mido el espín de una de ellas (recuerden que hasta ese momento la partícula no tiene un espín determinado), cuando mida el espín de la otra voy a encontrar un estado particular ya determinado por la medición anterior. Este fenómeno ocurre instantáneamente, de modo que las dos partículas están comunicándose entre ellas a una velocidad superior a la de la luz.

Lo primero que se me ocurrió cuando me enteré de esta característica (y según entiendo, lo primero que se le ocurre a todos) es que podría utilizarse para una comunicación translumínica. Pero, según deben continuamente explicar con paciencia los físicos, esto no es posible. Y no porque rompa el principio einsteniano de que nada, ni siquiera la información, puede viajar más rápido que la luz, sino sencillamente porque yo sólo sabré el estado de la segunda partícula al medir el estado de la primera. Y el estado de la primera será aleatorio cada vez, de modo que no podría utilizarlo para transmitir nada.

Es decir, si yo mido el spin de una docena de partículas, voy a obtener doce números aleatorios. Cuando mida el espín de la docena correspondiente de las partículas entrelazadas cuánticamente, voy a obtener exactamente la misma lista de números. De modo que el QE podría utilizarse para codificar información transmitida (que tendría que viajar a la velocidad de la luz, como Dios manda), pero no para transmitir información en sí. De hecho, según entiendo, las ecuaciones que controlan la mecánica cuántica permiten determinar que ciertas variables deben estar ocultas, porque de lo contrario conducen a una contradicción.

Sin embargo...

Supongamos que yo tengo una máquina que lee una secuencia de caracteres, utiliza esa entrada para generar partículas entrelazadas cuánticamente, mide alguna de sus características subatómicas, y basado en ello genera como salida una un número de 1 a 26 por cada letra. (Por ejemplo, podría generar 26 partículas por cada letra, y contar cuántas de ellas tuvieron espín positivo). El resultado será un generador de números aleatorios extremadamente costoso. Como cada vez que lleve a cabo el proceso las partículas tendrán características que cambian al azar, no sólo la letra "A" a veces puede dar 1, a veces 5 y a veces 16 (y yo no tengo manera de saber cuál va a ser), sino que la letra "C" puede generar los mismos resultados.

Ahora supongamos que tomamos otra máquina que mide los resultados de las partículas enredadas cuánticamente con las que generé en el párrafo anterior, agrupándolas de a 26, y, con ayuda de un dado de 26 caras, asigna aleatoriamente una letra a cada número. De ese modo, al entrar una letra en la máquina uno, eso me va a producir una letra en la máquina dos. Mi resultado ahora será una máquina que genera caracteres aleatorios, doblemente más costosa. O, si decido llevarme mi máquina al otro extremo de la galaxia, infinitamente más costosa. Cuando yo entro una "A" en la primera máquina, la salida en la segunda máquina puede ser cualquier cosa.

Inclusive "A".

Sin embargo, yo no tendré manera de saber si la salida de la máquina dos fue igual a la entrada de la máquina uno hasta comparar los resultados por un método clásico, de modo que este complejo sistema no me servirá para comunicarme. Según la fórmula, la probabilidad de que una letra en la salida de la máquina dos sea igual a la que estuvo en la entrada de la máquina uno es de 1 en 26. Esto significa que si repito el experimento 26 veces, puedo esperar haber acertado una vez. (Aunque, si recuerdan cómo funcionan las probabilidades, podría no haber acertado ninguna. O haber acertado las 26 veces).

Según el mismo criterio, si repito el experimento 676 veces (26 al cuadrado) puedo esperar que al menos en una ocasión, una secuencia de dos letras en la salida de la máquina dos sea igual a la secuencia de entrada en la máquina uno. En teoría, repitiendo el experimento tantas veces como sea necesario, puedo esperar obtener un acierto en una cadena arbitrariamente larga. (Sin embargo, tengan en cuenta que si hubiera empezado a ejecutar este experimento en el Big Bang, repitiéndolo mil veces por segundo, no podría esperar haber obtenido un resultado positivo para una cadena de más de quince caracteres)

Mi hipótesis, o más precisamente mi conjetura, es que el cerebro es esa máquina, y el pensamiento es un proceso aleatorio que genera como subproducto una cantidad de partículas entrelazadas cuánticamente. Y que, tal como una señal electromagnética induce corriente en una bobina, las partículas entrelazadas inducen señales (que podrían interpretarse como palabras o imágenes) en otros cerebros. Pero, por la misma característica del cerebro, la mayor parte de las veces esas señales serán aleatorias, es decir ruido. Sin embargo, tomando en cuenta el número de personas, y la cantidad de pensamientos que estas personas generan (el porcentaje de políticos es lo suficientemente bajo como para no sesgar la muestra), la probabilidad de que, de vez en cuando, se presenten episodios telepáticos.

Este mecanismo de telepatía tendría algunas consecuencias interesantes:
  1. La telepatía jamás podría ser utilizada como un mecanismo de comunicación. Solamente se podría tener certeza de que hubo transmisión telepática (en lugar de simples pensamientos originados en el receptor) al comprobarlo por medios clásicos.
  2. Los resultados de la telepatía serían indistinguibles de resultados al azar. Evidentemente, porque *serían* al azar.
  3. La telepatía no podría ser controlada ni por el receptor ni por el transmisor. Duh. Ver punto anterior.

    Pero, sobre todo, ya que para que funcione se requiere que el pensamiento (la conciencia, si lo prefieren) sea un proceso eminentemente aleatorio:

  4. El ser humano *nunca* podrá modelar adecuadamente un cerebro consciente
  5. La singularidad predicha por Kurzweil nunca se va a presentar
  6. Si el ser humano logra implementar la inteligencia artificial, el componente aleatorio impedirá establecer controles sobre ella. ¡Adios, tres leyes de la robótica! ¡Hola, Skynet!

Friday, June 12, 2009

Un mecanismo para la telepatía



El primero de los textos que escribí después de cumplir los quince años del que no me sentí avergonzado fue un cuento de horror, parte de los Mitos de Cthulhu, llamado El Señor de las Serpientes. Era un cuento simple, de unas quince páginas, claramente el producto de un estudiante de sexto bachillerato (décimo grado, para alguien menos anacónico), y lo terminé en 1984.

El primero de mis escritos del que me sentí orgulloso fue una noveleta (unas cincuenta cuartillas) de título indeterminado. Ha sido enviado a varios concursos bajo el título Texto Hallado dentro de la Basura (en un, no muy sutil, homenaje a Cortázar) o El Señor de las Serpientes. Este era un ejercicio de metaficción mucho más interesante y bastante original (IMHO), si mal no recuerdo escrito por un reto, cuyos protagonistas éramos el cuento El Señor de las Serpientes y yo. Este lo terminé en 1987.

Unos cinco o seis años después, entré desprevenidamente al teatro para encontrarme que la película El último heroe de acción, de Schwarzenegger, se había robado mi idea.

Permítanme explicar. Es cierto que el argumento de esa película (un personaje de ficción y uno real que entran y salen de sus respectivos mundos) no era idéntico al de mi cuento, sin embargo tanto varias de las premisas (y sobre todo de las ideas subyacentes que exploran esas premisas) como la manera de abordarlas eran iguales. Sin embargo, sólo señalé esto a una o dos personas, coincidencialmente todas las que habían leído el cuento, porque era consciente de que la frase ¡El tipo que escribió Arma Mortal se robó mi idea! no sonaba muy convincente.

Por supuesto que no pretendo afirmar que yo inventé ese mecanismo de mezclar al autor con su obra, después de todo el mismo Don Quijote le habló a Sancho Panza del tal Miguel de Cervantes. Y de hecho, en el cuento, el personaje Wilson Torres cavila sobre Borges, y La Rosa Púrpura del Cairo, y filosofa sobre la naturaleza de la realidad. Sin embargo, la manera como lo abordé tenía marcadas diferencias con aquellas obras, todas de las que tenía conciencia. No así con El último héroe de acción.

Incidentalmente, hace unos diez años vine a encontrarme con la novela The Cat Who Walks Through Walls, de Robert A. Heinlein, y el concepto de "Mundo como Mito", con los que mi humilde texto tiene muchos más puntos en común. Sólo entonces vine a enterarme que lo que, sin saberlo, me había enfrascado en un ejercicio de Solipsismo Panteísta [1] (Pantheistic Solipsism). The Cat Who Walks Through Walls se publicó por primera vez en 1985

Después de terminar Texto Hallado... empecé a trabajar en una novela, compuesta de diversos cuentos, llamada Las Crónicas del Hombre Lobo. (Hasta donde yo recuerdo el título fue mi idea original, pero como Entrevista con el Vampiro se publicó en 1976 es posible que me haya copiado inconscientemente de Anne Rice). El toque especial que intenté ponerle a esta historia fue la de pintar al hombre lobo como una especie distinta a la humana, depredadores que vivían desde hacía milenios camuflados entre nosotros, reverenciados por algunas civilizaciones como semidioses. Y el protagonista es un personaje muy interesante, el carismático licántropo Matthew Nowak. De esta novela, aún inconclusa, he terminado cuatro relatos (unas doscientas páginas en total; según calculo, un 65%): El Segundo Hombre, Notas Acerca del Odio y la Ira, El Fin de la Cacería y El Heredero.

A finales de los 80, sin embargo, cuando tan sólo había terminado Notas, y estaba en mitad de El Fin, me encontré con la noveleta El Tapiz del Unicornio. Que era un cuento, que planeaba ser parte de una novela más extensa llamada El Tapiz del Vampiro, que a su vez pintaba a los vampiros como depredadores entre los humanos, viviendo camuflados en nuestro medio desde hacía miles de años, y se centraba en el carismático vampiro Edward Wayland.

Fuck.

Pero hice de tripas corazón, introduje un tapiz gobelino dentro del argumento las Crónicas, como humilde homenaje, y continué. Lentamente, como puede apreciarse.

Algún lector sagaz recordará el título de esta entrada, y supondrá quizá que ahora voy a explicar estas coincidencias con una suerte de telepatía racial, que sería la misma que explica por qué a veces varios científicos trabajan independientemente en la misma idea [2]. Muy astuto, pero no. No se trata de eso.

Este artículo fue escrito porque si el patrón que he descrito se mantiene, probablemente haya alguien escribiendo las mismas ideas que yo tengo, sólo que ese alguien sí las va concluir y publicar. Así que, sobre todo como soporte para la conversación que tendré en un par de años, en la que me quejaré amargamente de que el ganador del Oscar al mejor guión original, o el nuevo premio Nébula (antes hubiera aspirado al Nobel de Literatura, pero con los años me volví más geek, y por tanto aprecio mucho más el respeto de esa comunidad) se copió de una idea que yo tuve en el 90....

Ahora que lo pienso, finalmente entiendo por qué Newton odiaba tanto a Leibniz.

Dentro de la docena de ideas que lleva dándome vueltas en la cabeza, quizá la más interesante es un mecanismo científico plausible para la telepatía. En uno de los relatos que estoy trabajando ahora, uno de los personajes es telépata. Posiblemente hace un par de años no le habría puesto mayor atención a ese detalle, al fin y al cabo he escrito más de cien mil palabras sobre un tipo que se transforma en lobo, pero llevo un par de años leyendo sobre la ciencia y el escepticismo, y uno de los puntos que me ha quedado claros es que, pese a que periódicamente el interés científico sobre la percepción extrasensorial se revive, hasta el momento no sólo no existe ningún resultado que diferencie la telepatía de lo que se obtendría aleatoriamente, sino que no existe ningún mecanismo físico que permita explicarla.

Así que, hoy, Junio 12 de 2009, decidí publicar mi propia idea al respecto, así sea en una edición tan limitada como este blog.

…. Continuará….


[1] Si alguien me hubiera dicho en el 87 que yo practicaba el Solipsismo Panteísta, habría pensado que se refería a lo que hacía cuando me encerraba con las revistas que nos prestaba Toño.
[2] Gracias a Joey Zasa, en El Padrino III, jamás olvidaré que Antonio Meucci trabajaba en inventar el teléfono prácticamente al mismo tiempo que Graham Bell.