Saturday, August 29, 2009

Acerca de la durabilidad del papel higiénico. - Parte 1



Desde que recuerdo me han encantado las discusiones. Mientras más rebuscadas y bizantinas, mejor. Así, al encontrarme con muchos amigos a los que no veía desde hacía mucho más de un año, pasé una desproporcionada cantidad de tiempo discutiendo los méritos del guión de la película Up [1] , si las vernáculas conferencias de Diana Uribe constituyen o no historia [2] , la existencia de Dios [3] y la capacidad intelectual y personal del Presidente Uribe [4] . Y aunque fueron intensas y acaloradas, hasta el extremo que en uno de los casos mi interlocutor marchóse abruptamente, exasperado por yo mi negativa a aceptar la mediocridad del guión de Up [5], son uno de los recuerdos más gratos que tengo de mis recientes vacaciones en la Patria.

A lo largo de los años, muchos temas, desde el más banal hasta el más profundo, han sido explorados hasta la saciedad. Sin embargo, esta predilección se ha visto negativamente impactada por mi reciente descubrimiento de que no, después de todo yo no hablaba inglés, así que me he visto relegado a repetir las más interesantes en mi mente, mientras asiento con mirada vacía a docenas de ideas que, en Colombia, me habrían puesto a hablar por horas y horas [6] . Fue así como, en medio de una charla con unos compañeros de oficina, vine a recordar una que fue recurrente desde que estaba en los primeros semestres de ingeniería: ¿es lo que separa la comedia de la tragedia una simple cuestión de actitud?

Yo siempre pensado que no. Sin embargo, no ha faltado quien se pregunta, ¿qué pasaría si en vez de Hamlet, el príncipe de Dinamarca hubiese sido Woody Allen? Ese argumento retórico no me convence. En primer lugar porque uno puede responderse fácilmente a eso, viendo el primer segmento de Todo lo que usted quiso saber del sexo pero no se atrevió a preguntar. Y en segundo porque, pese a que esta al parecer ha sido una duda permanente en el caso de Allen (aparte de Todo lo que usted… podemos ver visos de la misma en La última noche de Boris Grushenko, Recuerdos del Stardust, y Poderosa Afrodita), en su más reciente exploración del tema (Melinda & Melinda donde, probablemente temeroso de que el público de Loco por Mary y American Pie no captara la sutilieza del comentario, lo expresó específica y abiertamente), la mitad de la película que era comedia estuvo un poco sosa. Y es que, por muy Will Ferrell que uno sea, para que una situación pueda considerarse comedia, tiene que ser cómica.

Algo muy diferente, es que a veces son situaciones que suenan trágicas pero que, en realidad son tremendamente graciosas.

Por ejemplo, el año nuevo de 1980. Los negocios de mi padre continuaban declinando. Mis padres habían tenido una pelea mucho más grave de lo habitual y ella, por primera vez, había mencionado la posibilidad de separarse. Se incendió mi casa. Y, sin embargo, es uno de los recuerdos más divertidos que tengo.

No recuerdo por qué fue esta pelea en particular. Posiblemente porque mi padre había empezado a tomar antes de lo usual. Por un lado entiendo a mi mamá. Las borracheras ajenas nunca son divertidas cuando uno está en su sano juicio, y tiene que preocuparse por temas mundanos como Hay que arreglar a los niños, o, Tenemos que llegar temprano. Y las de mi padre, al cabo de muy poco tiempo, dejaban de parecer divertidas aún para sus contertulios. Pero, sin justificarlo, entiendo a mí papá. Sin muchos temas en común con sus cuñadas, las reuniones familiares eran aburridas para él, aunque en el sentido en que remar en una galera debía resultar aburrido para los galeotes.

Y, al fin de cuentas, sería más o menos como si Bibi se pusiera brava conmigo por jugar Playstation.

Ahora que lo pienso, la idea de lo brava que se pondría ella si llegáramos tarde a un compromiso porque me puse a jugar Playstation me causa escalofríos. Lo siento, papi, empatía cancelada.

La teatral salida de mi madre tenía como objetivo que él, luego de darse cuenta de su monstruoso proceder y atormentado por su conciencia, llegara humildemente a la casa de mis tías, a pasar juiciosamente el Año Nuevo con nosotros. Ese plan hubiera tenido tristes posibilidades de éxito con él en su sano juicio, pero con unos tragos encima era una propuesta perdedora en su incepción. Libre de ataduras, mi padre simplemente se dedicó a inventariar los vecinos que podrían resultar compañeros de tragos, es decir los que estaban, y guiarlos a una tienda.

Tras más de diez años de matrimonio, sin embargo, mi madre tenía claro que si no llegó durante la primera media hora, mi papá ya no iba a aparecer, así que cortó un poquito la longitud de la visita, así que salimos de donde mis tías, a unas quince cuadras de nuestra casa. Lo que fue una suerte, porque al llegar encontramos un corrillo en la esquina en la que pensábamos como "nuestra".

-Fernando, vaya averigüe qué pasó.-ordenó mi mamá con aprensión.

Nuestro temor usual era que los ladrones se hubieran metido a la bodega, pero un par de preguntas después, me enteré con alivio que no, que lo que ocurría es que una casa se había incendiado, una que tenía una bodega. Qué raro, pensé, yo creía que la nuestra era la única con bodega en este barrio. Ahora, no estaba siendo obtuso, ni demasiado distraído. Cuando pienso en una casa incendiada me imagino algo dramático: llamas saltando incontenibles por el techo, vidrios explotando y chapas derritiéndose. En fin, Infierno en la Torre. Mi casa, en cambio, una mole esquinera de ladrillo, estaba incólume.

Salvo por la plumilla de humo que se escapaba por debajo del portón de la bodega, que era casi imperceptible en el ambiente, enrarecido por la pólvora callejera.

Aún dudoso, caminé hacia el portón metálico, y lo toqué con no demasiado aplomo. Estaba caliente. No hirviendo, no lo suficiente para quemar, ni nada por el estilo, pero lo bastante como para no dejar dudas sobre el tamaño del fuego que había al otro lado. La bodega no era un garaje que hubiera sido designado como tal, no. Había sido construida ex profeso, y era en esencia un cajón de concreto, de 15 metros de ancho, 10 de fondo y 5 de alto. Y el portón era una mole de metal café, de unos 10 por 4, tan robusta que, literalmente, resistiría una colisión frontal con un automóvil.

En 1980, sin perder Termodinámica por primera vez, yo todavía tenía muy claro que, por más buen conductor del calor que fuera el metal, la temperatura en el interior de la bodega debía ser demasiado alta. Uno habría pensado que, ante esas noticias y una inminente tragedia, yo habría salido corriendo como una loca a avisarle las noticias a mí mamá, pero no. Siempre he vivido aquejado por un exceso de preocupación por la imagen que los demás tengan de mí [7]. Así que, caminando con lo que yo imaginaba era aplomo y dignidad, me acerqué discretamente y le dije que había que llamar a los Bomberos.

Continuará.


En el próximo episodio:

  • Algunas diferencias entre la tragedia y el melodrama

  • No todo tiempo pasado fue mejor

  • La Brigada de Bomberos Borrachos de La Ponderosa

  • Felicidades y buenos deseos… casi

  • No precisamente Rescue Me





  • [1] Yo tenía razón y mi amigo estaba equivocado.
    [2] Yo tenía razón y mi amigo estaba equivocado.
    [3] Yo tenía razón y mi primo estaba equivocado.
    [4] Yo tenía razón y mis amigos estaban equivocados. Y estoy dispuesto a apostar plata que nadie que me conozca hubiera adivinado de qué lado estaba yo en esa discusión.
    [5] O, por lo menos, que él habría podido escribir uno bastante mejor si se hubiera decidido a hacerlo.
    [6] Que los créditos de las películas sean mejor en el final o en el principio, por ejemplo.
    [7] O, para decirlo de una manera menos benevolente, he vivido del "Qué dirán".