Friday, October 12, 2007

Sobre el contenido del blog

Hace un par de días, después de leer una de las entradas, un amigo (porque, como la mayor parte de los aspirantes a escritores / escritores principiantes / escritores en decadencia, considero "amigo" a todo aquel que me lea) me señaló que el artículo no le había parecido muy gracioso. Obviamente, la primera idea que se me vino a la mente fue "pero es que no todos los artículos los escribo con la intención de que sean graciosos".[1] Y a su vez, esta idea hizo que me preguntara qué esperan los lectores de este blog al leer cada una de las entradas.

Es difícil, en un blog donde los lectores no acostumbran dejar comentarios, determinar con claridad las razones de los lectores[2], así que la mejor manera de tratar de ser un anfitrión amable es al menos contarles cuál era mi intención al escribir cada artículo. Así, al menos sabrán qué esperar al iniciar la lectura. Y, no sólo eso, mis razones son mucho más de peso que las de los lectores, en parte porque el esfuerzo que me cuesta a mí escribirlas es superior que para los demás leerlas (sí, aún de los artículos más malos) , pero principalmente porque no es que yo haya iniciado esta tarea precisamente por el clamor popular.

La explicación más fácil es que escribo porque cuando grande quiero ser escritor. Y para se escritor, como para cualquier cosa, se necesita práctica[3]. Mantener un blog no sólo debe suministrar dicha práctica, sino que debería también fabricar de la nada la disciplina que en un futuro (como van las cosas más bien un Universo Alternativo) podría requerir la publicación de una columna.
Pero aparte de la práctica, efectivamente estoy convencido que al menos parte de lo que digo puede parecer interesante (o causar gracia, o conmover, o hasta indoctrinar) a algún porcentaje de los lectores. Con eso en mente, creo que un potencial lector podría estar buscando en mi prosa uno de los siguientes factores:


Contenido Autobiográfico
Mi tema favorito de conversación siempre he sido yo mismo, de modo que suelo introducir datos sobre el mismo, aun cuando no necesariamente contribuyan a que el texto sea entretenido, legible… o tenga sentido. Ahora, ¿por qué habrían de interesarles a los lectores escenas instantáneas de mi vida? Sospecho que la demografía de los lectores asiduos está compuesta principalmente por amigos míos[4] Supongo que ellos pueden querer conocer (o recordar) algunas de las anécdotas.

Pero además, desde siempre he mantenido que mi vida es más entretenida de contar que de vivir: en general es bastante buena, por tanto no es una historia trágica, y en cambio está adornada por situaciones irónicas y traumáticas que en retrospectiva resultan siendo graciosas. En el momento no tanto, y eso es lo que le da a ciertos aspectos de mi vida su cariz tan definitivamente narrable, cuando (por citar un ejemplo), un rufiancillo apodado "El Fibra" me estaba rompiendo el tabique, algo en la situación (probablemente la sangre) me impidió prever la cantidad de ocasiones en el futuro en que lloraríamos de risa recordando todos los detalles del evento.

Y por supuesto, si no hubiera un alto porcentaje de voyeurismo en cada uno de nosotros, no sólo haría rato que el London Star y el Nacional Enquirer habrían quebrado, sino que no estaríamos plagados de realities en la TV.

Humor
Los mejores comentarios que he recibido acerca de lo que escribo han sido sobre los artículos que son más claramente humorísticos. Y decir, como dije arriba, que no tengo intención de que todo lo que escribo sea gracioso es, para usar un eufemismo, una enorme mentira. Y aunque es cierto que no deseo que todos sean de humor, pero sí me trato de que al menos una frase logre una sonrisa. (Sí, aún en el de los paras) Pero es importante, al menos para mí, que todos tengan claro cuándo los chistes son malos porque fallé en mi intento, y cuándo porque no eran chistes.

Cursilerías
Tal como lo he dicho anteriormente en otras entradas, el nacimiento de mi primogénito me transformó de ser un viril exponente de Marte en una llorona y pusilánime criatura de Venus. Es decir, me volví una nena. La modificación en hardware fue a muy bajo nivel, por tanto además de reducir drásticamente la concentración de testosterona en mi sangre (y por tanto, condenándome a ojos llorosos y voz partida ante la más mínimo susurro de las palabras "bebé", "llorar", "niño", "sonajero" y "caca") y modificar mis ideas más arraigadas sobre la conveniencia de traer más niños al mundo, hasta el punto de haber encargado un nuevo muchachito aún cuando Alejo ya hacía por veinte, me imbuyó de un ojo experto para identificar momentos lacrimosos y la total disposición para narrárselas al primero que pase, aún en contra de sus súplicas. Es decir, me convirtió en un padre común y corriente.

Datos inútiles
Hace un par de años, un amigo argumentó que yo era "una enciclopedia de datos inútiles e incomprobables"[5] Supongo que alguien menos grande se lo habría tomado como un insulto, pero yo lo reconocí, lo asumí, y convertí en mi razón de ser la divulgación del conocimiento trivial entre los no iniciados.

Prédica
De vez en cuando, además de educar a la población con tesoros del conocimiento como la velocidad del guepardo (71 km/h), el nombre de la espada de Sigfrido (Balmung) y la ocupación favorita de Isaac Newton (Alquimia), me siento en la obligación de exponerlos a mis sofisticadas ideas. Ya sea sobre política, tecnología o cultura, estos artículos, aunque a veces panfletarios, contienen ideas que creo interesantes.

Ficción
Todos los que me conocen saben que escribo desde que estaba en la universidad. (¡Ay! Es posible que aquellos que solamente me conozcan porque han leído una o dos de las entradas no lo sepan…) Mi Opus Maxima es una novela sobre un hombre lobo, aunque lamentablemente no vale la pena subir aquí los fragmentos terminados (porque sólo hay tres, y porque son textos de ochenta páginas), pero sí algunos cuentos cortos que de cuando en cuando aún me vienen a dedos.

Como servicio social a mis potenciales lectores, pienso a partir de ahora incluir un encabezado en cada entrada, con mi mejor estimado de la composición de temas de cada artículo. Esto no solamente permitirá eludir artículos que no sean de interés, sino que siendo un diagrama de pie podría engañar a alguien que mire fugazmente por encima del hombro del lector, haciéndolo creer que no está leyendo maricadas de Internet en vez de trabajar.

Aprovechando que soy poco prolífico, la lista de entradas publicadas hasta ahora es lo bastante corta como para calcular la composición de su contenido, e incluirla a continuación.


Este artículoEsclavo de Facebook
Cosas que pasan¿Qué clase de nerd es usted?
Memoria de una adicción Que su mamá es su mamá...
La ventaja de los paras Carta a Keira Knightley
Mi modesta propuestaNuevo Inquilino
De la llegada del primogénito...Instrucciones para orinar sosteniendo un portátil
La pancita de la BibiLas cosas que no se olvidan


[1] El comentario en cuestión era de hecho sobre un artículo que yo había escrito con la intención de que fuera humorístico, pero eso es harina de otro costal

[2] Aunque para los que tengan curiosidad, las razones que yo adivino son, en orden de frecuencia:
1. No tienen nada que hacer
2. Llegaron por error
3. Desean interrumpir el interminable flujo de correos titulados “por favor lean mi blog”
4. Le gustaron mucho los artículos anteriores, y es Sir Vilson
5. Le gustaron mucho los artículos anteriores, y no es Sir Vilson

[3] A decir verdad, yo creo que en el corrupto ambiente editorial colombiano, para poder triunfar si uno no tiene contactos, le toca tener talento. No teniendo lo uno ni lo otro, yo me encuentro en un predicamente del que espero poder salir mediante la práctica.

[4] No totalmente, sin embargo, hasta donde sé no tengo conocidos que residan en Oslo, Tokio o Tenerife

[5] ¿Le parece ofensivo? Eso no es nada. Una vez el mismo atorrante me saludó un viernes en la mañana anunciando que tenía pinta de proxeneta trasnochado.

Sunday, September 30, 2007

Esclavo de Facebook

Hace un par de semanas decidí subirme al bus tecnológico-cultural más reciente, y abrir mi cuenta en facebook.

Si usted está leyendo este blog, es altamente probable que ya sepa qué es facebook, e incluso ya tenga su propia cuenta. Pero, sólo por si está usted leyendo en una hoja impresa o un pergamino manuscrito, he aquí una rápida definición de facebook. Según ellos, "Facebook es una utilidad social que conecta a la gente con amigos y otros que trabajan, estudian y viven alrededor de ellos". Ahora que esta definición está escrita en la neolengua de Internet, así que requiere algo de traducción:

La palabra social quiere decir que no tiene una promesa clara de valor para el usuario. No le ofrece entretenimiento, ni la oportunidad de volverse rico, ni de conocer nuevos amigos, ni siquiera la quimérica oportunidad de levantarse una nena buenísima (creyendo que lo está basándose en la foto que ella escogió después de tomarse un centenar, en el improbable caso de que en efecto sean fotos propias).[1] La palabra utilidad en ese contexto, significa que jamás será usado para nada ni siquiera remotamente útil.

Y la palabra alrededor también se usa en un sentido distinto al físico. Después de todo, sería mucho más fácil decirle un Q'hubo, qué más al vecino de cubículo que mantener un website con información personal, y pasar todo el día mirando subrepticiamente sobre el hombro para ver si finalmente leyó su status, que anuncia que usted tiene un brazo roto.

En el pasado, había recibido invitaciones para unirme a diferentes grupos de amigos (Sonico, Hi5, Ringo), pero como generalmente venían de las mismas personas que me enviaban correos que Conviértete y cree en el evangelio o El mundo es bello o Si se toma esa lata de cerveza sin lavar, le van a quitar los riñones y lo van a dejar sin ojos frente al supermercado así que me había mantenido medio alejado, pensando que podría ser viral. Decidí unirme a facebook cuando recibí la invitación de alguien que jamás enviaba correos grupales, y tampoco tenía el aspecto de niño asomado a la ventana suplicando a todos si quieren ser su amigo (no mucho, al menos), pensando que si este loco lo utilizaba, entonces facebook debía ser algo menos adolescente, y quizá útil... Oh, qué equivocado estaba, no sospechaba que en realidad se trataba de algo mucho más insidioso.

Inicialmente, no estaba muy seguro de lo que podía esperar de facebook. ¿Era una especie de directorio? ¿Era una especie de correo electrónico? ¿Era un blog? Obviamente aún no me desprendía del paradigma de que si uno iba a conectarse a Internet y teclear como un desesperado durante tres horas, necesitaba un propósito.

Después de configurar mi cuenta y sufrir mi primer desencanto (¿Y eso es todo? ¿Una pared donde la gente escribe mensajes de graffiti? ¿Para qué necesita uno mensajes de graffiti si tiene correo electrónico?), lo analicé un rato hasta que me di cuenta que del poder del cibervoyeurismo. Un correo electrónico está muy bien, pero tiene el inconveniente de limitar la conversación al remitente y el destinatario, a menos que uno de los dos envíe copia oculta a otra docena de personas, lo que suele considerarse en contra de la Etiqueta. Y, claro, que todas los amigos le digan a uno que lo quieren, que uno es una putería, etc. está muy bien también, pero es diez veces mejor que lo hagan en un sitio público donde todo aquel que pase pueda leerlo. Además, ¿cómo más se van a enterar todos que alguien del curso le decíamos Carearepa o El Costra?

Y de hecho éste fue tan sólo el primero de los muchos cambios que el concepto de facebook ha tenido en mi mente, como será evidente más adelante.

Cuando la cuenta queda lista, uno se enfrenta a la primera decisión: ¿qué es un amigo? El tipo con el que me conozco desde que estaba en bachillerato y me emborracho regularmente no tiene cuenta aún, ¿será un sucedáneo aceptable el vecino de parqueadero con el que a veces me cruzo? ¿Y si es el vecino del apartamento del frente, a quien me encuentro regularmente pero que no soporto? Al final, entendiendo que internet ha redefinido las relaciones humanas, utilicé un criterio relativamente amplio, y terminé añadiendo a todas aquellas personas cuyos datos habría almacenado en una agenda.

Una vez tuve mi lista inicial de amigos (unos 20, primordialmente del trabajo), me encontré que debía esperar a que mis amigos confirmaran que en efecto lo eran. Generalmente trato de no poner mi ego en una situación tan riesgosa, ¿y si todos rechazaban mi solicitud, razonando que ser amigo mío en el mundo real es una experiencia lo bastante confusa sin necesidad de transplantarla al ciberespacio, y me quedaba tan sólo con el tipo que me invitó a mí? Me imaginaba a los administradores de sistema sacando reportes de uso, y codeándose ante el usuario con un sólo amigo. Aunque sé que es un evento muy poco probable, incluso una probabilidad de uno entre un millón parece excesiva si este evento es que un supernerd por definición se ría de uno por tener pocos amigos.

Pero mis temores resultaron infundados, y todos los invitados contestaron que bueno.

Cuando llegué al otro día al trabajo me sentía algo emocionado. A medias esperaba un saludo secreto entre los demás miembros, o cuando menos una efusiva bienvenida. Que, por supuesto, nunca llegó. Aún tenía la idea equivocada sobre facebook, lo consideraba una logia. El primero de mis cofrades con que me crucé esa mañana es un tipo, muy buena gente, que se sienta en el cubículo diagonal al mío que, por una feliz coincidencia, había confirmado su amistad conmigo el día anterior.

—Q'hubo hermano, ¿qué más? ¿Está en facebook, no?—dije animadamente. Mi amigo, en cambio, se vio algo incómodo.

—Eh… ah… sí. Sí, es muy chévere…—contestó evasivo.

Yo estaba convencido (equivocadamente) de que facebook sería un excelente tema potencial de conversación: cuándo se inscribió, quién lo invitó, qué opina, etc. Si el tipo no había arrancado, seguramente se debía a un deficiente lance de entrada, así que intenté una vez más, esta vez con un tema menos cotidiano para garantizar el diálogo:

—¿Conque es un zombie de tercer nivel, no?

Él tipo no contestó directamente, sino que exclamó: "¡Maldito facebook!"

Ahora, que no especificó por qué lo maldecía. ¿Porque facebook le facilitaba perder el tiempo en un juego tan inútil como el de los zombies? ¿Porque además de lo anterior yo me había dado cuenta, y preguntándole lo había divulgado a los cuatro vientos? ¿O simplemente porque el tipo del cubículo diagonal había encontrado finalmente una excusa para hacerle visita?

Ante tal ambigüedad, decidí dar por terminados mis intentos de conversación. Y se me ocurrió que quizá era una transgresión a la etiqueta de facebook. ¿Era facebook como un Club de la Pelea, donde la primera regla era no discutirlo?

Eliminada la opción de hablar de facebook fuera del ciberespacio, sólo me quedaba la opción de conectarme y ver qué podía hacer con mis amigos en línea. Mis alternativas eran más bien limitadas: además de catalogarlos, y ordenarlos por distintos criterios, únicamente podía ponerme a averiguarles la vida, sus preferencias, experiencias y, en algunos casos, signo zodiacal. Mirar sus fotos, leer lo que todos les escribían en la pared. Esta es la razón por la que las consultas a facebook requieren un tiempo progresivamente mayor: imaginen un proceso de investigación sobre un tema que cada vez va en aumento.

Además, facebook, mediante esta información, le permite interactuar con sus amigos sin necesidad de comunicarse con ellos. Puede uno ver cuál ha visitado las mismas ciudades, escucha la misma música, disfruta actividades afines, ha dado respuestas similares a preguntas aleatorias, etc. Uno verifica el estado para ver cómo se está sintiendo, y como usualmente este estado es completamente explicativo, no necesita llamar a pedir detalles. Se da cuenta si está buscando o no novia, para presentarle (a través de facebook, por supuesto) un amigo/amiga. Chequea los álbumes de fotos para ver qué tanto se divirtió en la última reunión a la que uno no estuvo invitado. En fin, eliminando todos los requerimientos de contacto, facebook ha facilitado significativamente las relaciones humanas.

Todo este ciberfisgoneo lo lleva a cabo uno mediante aplicaciones que se adicionan a facebook[2]. Las aplicaciones de facebook son múltiples y diversas, pero se encuentran dentro de cinco categorías muy bien definidas:

  • Aquellas cuyo objetivo es mostrar lo interesante que es uno (a dónde he viajado, cuál es mi horóscopo chino, cuál es mi aforismo de hoy)
  • Aquellas cuyo objetivo es mostrar lo buena gente que es uno (envío de regalos, cervezas, horóscopos, pensamientos positivos y galletas de la suerte)
  • Aquellas cuyo objetivo es demostrar que uno es mejor que sus amigos (todos los jueguitos caen en esta categoría, donde la mejor parte es un score que compara sus resultados con los de su combo)
  • Aquellas cuyo objetivo es demostrar las capacidades de liderazgo de uno, en particular la capacidad de convencer a un grupo enorme de gente de volverse vampiro, o ninja, o jedi, o entrar a Mardi Gras, o asistir a Oktoberfest, o cualquier otra banalidad similar
  • Aquellas cuyo objetivo es compararlo a uno con sus amigos, y determinar claramente el orden social de los grupitos

Aunque, cada vez más frecuentemente, son una mezcla de todas las anteriores.

Ahora que de todas las aplicaciones, la más importante, o al menos la primera que uno ve si entra a su página "home", es la de las noticias. Este es un listado de eventos donde muestra las actividades y cambios que sus amigos van teniendo. De hecho uno puede configurar el nivel de detalle de las historias, pero el que viene por defecto es del estilo de "Pepito tecleó una x".

Fue al darme cuenta de esto, que tuve otra revelación sobre la naturaleza de facebook. Había llegado a la conclusión que era simplemente una lista de amigos, pero ahora me di cuenta que de hecho el amigo era facebook. Pues, ¿con quién era que yo interactuaba continuamente? No con Toño, o Bibi, o Mario, no. Era con facebook.

Y no es un amigo común y corriente. Es un amigo chismoso, que me tiene al tanto del más mínimo movimiento de los demás —Juanita es ahora amiga de Margarita Osuna (cuando yo no tengo ni la más remota idea de quién es Margarita Osuna), Mario subió nuevas fotos, Bibi cambió su perfil con sus nuevas preferencias sexuales, Christian jugó al World Traveller IQ y sacó 432,560—. Es un amigo lagarto que continuamente está prestando los juguetes de los demás. Es el amigo harto que compensa todas sus falencias presentando entre sí a sus conocidos, y generalmente haciendo el papel de traficante de favores —Yo no sé jugar basketball, pero aquí le traigo este man para que arme el equipo de su colegio; yo no tengo carro, pero este tipo lo ayuda con su trasteo; yo no tengo ni idea de cálculo, de hecho estudio culinaria, pero este loco le explica lo de las integrales; yo trabajo en otra empresa, pero tengo una amiga en recursos humanos allá donde usted quiere trabajar, páseme su hoja de vida—, como un Stingray de pacotilla.

En fin, facebook es la clase de amigo perdedor que usted conoce generalmente porque venía adosado a otro grupo de amigos (y que si uno se pone a indagar se da cuenta que nadie del grupito recuerda haber sido el que lo trajo), aquel al que usted sólo llamaría a una fiesta si no tiene otra alternativa, y cuyas llamadas sólo responde después de meditarlo un buen rato. Y aún así, vea usted la cantidad de tiempo que usted está pasando con él.

La configuración de la cuenta de facebook es una tarea por definición interminable. Nuevas aplicaciones van apareciendo, y cada vez más amigos van matriculándose. (Yo, que de haber nacido en la edad media habría sido el ermitaño que vivía en la torre más alejada y le echaba plomo fundido a los peregrinos que pedían posada, voy en setenta y tantos). Poco a poco, uno se da cuenta que su más asiduo remitente en el correo electrónico es facebook: Pepito quiere ser tu amigo, Juanito te invitó a participar en (aquí inserte cualquier actividad increíblemente divertida en la vida real, y que sea suceptible de interpretarse como un soso intercambio de mensajes), Perencejito lo marcó en una foto. Y que, para mantener sus mensajes al día, uno resulta conectándose en la mañana, a mediodía y en la noche. Por horas y horas.

Y entonces, se da cuenta de la verdadera naturaleza de facebook. No es un amigo absorbente. Es una novia absorbente y brava, con la que hay que reportarse continuamente. Bajo esa óptica, resulta obvio que todas las invitaciones a conocer nuevos amigos, y participar en nuevas actividades es sencillamente un truco para controlarle a uno la vida. "Camine nos tomamos una cerveza. No puedo, tengo que actualizar facebook, pero ahí le mandé un tequila." "Ole, ¿por qué no vino al asado? ¡Perso si ustedes ni siquiera lo publicaron en facebook!" "Oiga, ¿finalmente qué pasó con la tetoncita borracha de la otra noche? Pues nada, la vieja ni siquiera tiene cuenta en facebook."

En este momento, sólo una decisión es sensata si tengo intención de conservar algún control sobre mi vida: debo terminarle a facebook.

P. D. Dos semanas después de terminar este artículo, no sólo no he cerrado mi cuenta en facebook, sino que activamente estoy reclutando nuevos miembros y cargando cuanta aplicación nueva veo.

¿Usted creyó que era difícil terminarle a la flaca de frenillo que se rumbeó en la fiesta de segundo semestre, y que comenzó a presentarlo como "su novio"? (O, para las mujeres, el flaquito de gafas y acné que después de la fiesta empezó a invitarla a juegos de rol todos los sábados) Intente hacerlo con facebook.

Y, mientras lo hace, vea este video en YouTube, alusivo y divertido.


[1] Ahora que la mayor parte de usuarios de hecho esperan uno o varios de los ítems mencionados, pero esto no es más que un astuto engaño de facebook.

[2] Incidentalmente, la mayor parte de ellas no es desarrollada directamente por facebook, sino por gente que se dio cuenta, o más bien cayó en la trampa, de que facebook es de hecho un programita muy chimbo que no sirve para nada en sí mismo.

Tuesday, September 25, 2007

Cosas que Pasan

No sé ustedes, pero yo tengo la clara sensación de que en mi vida cada vez pasan menos cosas.

Por supuesto que estoy seguro de que se trata de un tema de percepción. Ahora que no quiero decir que hoy día tengo la percepción, correcta o equivocada según desde donde se la mire, de que mi vida es aburrida, sino que el mismo hecho de que ocurran o no cosas en la vida de alguien depende de que sean percibidas como eventos. O, por decirlo de una manera más seudofillosófica: Si un árbol me cae encima y yo no lo escucho, no hace ruido. Aún si una vez consiga arrastrarme de debajo del discreto árbol deba salir a buscar apresuradamente un sitio donde me atiendan mis múltiples fracturas.

Siempre he pensado que el tiempo cada vez transcurre más rápidamente y, según las encuestas informales que he hecho a varias personas, generalmente embriagadas, lo que garantiza su honestidad, a los demás les pasa lo mismo [1]. Yo creo que este hecho soporta mi teoría. El cerebro humano no mide el tiempo en horas y minutos sino en eventos –fíjese que cuando uno hace muchas cosas en el trabajo la mañana se le hace eterna, mientras que si se dedica tan sólo a una tarea el día se vuela sin que uno se de cuenta, razón por la que la mayor parte de la gente no trabaja tanto: ¿a quién le va a gustar sentir que pasa un tiempo más largo en la oficina? –, así que esta observación es completamente correcta, como puede observarse en el monacho.




Monacho 1: Las barras verticales representan eventos

Hay, al menos en mi caso, memorias que parecerían contradecir mi teoría. Pues si hay un recuerdo de infancia claro que tenga, es el de esperar horas interminables a que algo pasara y, de nuevo llevando a cabo encuestas informales y sesgadas, he llegado a la conclusión de que esto es un tema común. En mi caso, ese algo solía ser el inicio de la programación de la tarde (he aquí un concepto alienígena para las nuevas generaciones: Cuando yo era niño además de que solamente contábamos con dos canales –tres si uno contaba el 11, pero la programación de ése era principalmente cultural, así que yo no lo hacía–, la programación empezaba, a las 4:00 PM entre semana y las 8:00 AM los fines de semana. Una hora antes del inicio, la estática era reemplazada por el escudo de Inravisión, que llegué a conocer en todo su obsesivo detalle) con "Tuco y Tico, Las Urracas Parlanchinas". Si mi teoría es cierta y al principio de la vida ocurren mas eventos ¿por qué ese aburrimiento?

Por dos motivos, principalmente: primero, porque si el cerebro mide el tiempo basándose en los eventos, la sensación de espera de cinco minutos a los seis años equivaldrá a la de doce horas a los treinta. Y segundo, porque al estar habituados a los eventos que suceden uno tras otro, no pueden manejar los períodos en que nada ocurre. En otras palabras, la misma naturaleza de sus vidas los tiene malacostumbrados. De hecho cuando Alejo se queja porque las propagandas son muy largas, o el Playstation se demora mucho en cargar, o la tarea está demasiado larga no puedo dejar de mirarlo por encima del hombro y pensar: ¡Já! ¡Pequeño malcriado! Espere que le toque hacer la cola para cambiar la cédula, para que sepa lo que es una espera monótona…

Ahora, ¿por qué habrían de ocurrir más cosas al principio de la vida que al final? Posiblemente por la novedad. Un evento es algo notable, digno de mención, que deja huella en la mente. El primer día de trabajo, no el centésimo cuarto. Más o menos hasta los veinte años, cada cosa que le ocurre a uno es notable: la pelea más fiera, el peor regaño, la niña más linda, la materia más difícil, el golpe más fuerte, el guayabo más duro, la pocheca más redondita… si uno mira con atención se dará cuenta que más o menos la primera docena de cualquier cosa tiene un alto potencial superlativo. En cambio, después, por definición, la vida se vuelve monótona: Una vez pasada la primera docena, ya los hechos no se distinguen unos de otros, y dejan de constituirse en eventos. Y no quiero decir que sean aburridos, porque no necesariamente lo son, sino que sencillamente dejan de ser únicos. Alguien muy rumbero no comenzará a aburrirse en las fiestas porque ya haya estado en mil, sin embargo seguramente no diferenciará en su memoria una de otra, y no recordará con claridad lo que pasó en cada una de ellas.

Claro que ahora que lo pienso, esto mismo debe pasarle con las primeras fiestas, en particular si salieron muy buenas. Así que quizá no sea el mejor ejemplo, pero bueno.

Algo que con toda seguridad contribuye a que las cosas pierdan su condición de evento es entrar a la etapa productiva de la vida. Por más que uno ame su empleo, no deja de ser un empleo, y al fin de cuentas, por más que cada día sea distinto la idea de cada día es igual: levántese, trabaje, regrese. Y no importa si es un trabajo aburrido o interesante. Me atrevo a afirmar que aún a Superman le ocurre esto. Después de todo, una vez uno ha salvado la tierra de Lex Luthor, ¿qué tan diferente es salvarla de General Zod? [2]

Y si no es convincente el ejemplo con el empleo de superhéroe, tengo uno real: en una entrevista a Ron Jeremy, un famoso actor porno (aclaro que la vi en HBO, en un especial sobre actores, antes de que se pongan suspicaces. No porque no haya visto una cantidad suficiente, y probablemente más, de películas XXX, sino porque cuando lo hago no es precisamente para ver entrevistas) quien decía como si tal cosa que en sus películas se había acostado con "unas dos mil mujeres, sumando o restando docientas". Claramente para Jeremy su empleo es probablemente tan aburrido como la contaduría. Y eso que la mayor parte de sus compañeras son jovencitas veinteañeras, con cuerpos cuyo único defecto puede ser el exceso de exhuberancia, y obligadas, bien por el libreto o por sus propias inclinaciones, a ser particularmente complacientes. ¿Se imaginan tener un factor de tolerancia de docientos polvos? ¿Y probablemente no recordar con claridad más de la mitad de los otros?... Si bien yo no puedo hacer alarde de un número tan alto de compañeras, al menos me queda la satisfacción de saber que recuerdo en todo su detalle a todas y cada una de ellas. Continuamente. En ocasiones, varias veces al día.

Volviendo al tema que nos compete, el hecho de que la frecuencia de los eventos disminuya con el tiempo tiene varias consecuencias notables, la más simpática de ellas siendo que a medida que uno envejece, en las reuniones con los amigos se cuentan cada vez más frecuentemente las historias de siempre. ¿Siempre se preguntó por qué su papá repetía los mismos cuenticos cada vez (y además, por qué ninguno de sus amigotes le hacía notar que era, palabra por palabra, inflexión por inflexión, lo mismo que había dicho hacía ocho días; pero sobre todo por qué todos se reían a carcajadas como si no se supieran el cuento)? Muy simple. Porque ni a su papá ni a sus compañeros de farra les pasa nada desde uno o dos años antes de que usted naciera.

Y la otra gran consecuencia, esa un poco más tétrica, es que uno pierde la capacidad de reconocer cosas nuevas que le pasen, y de relatarlas convincente e interesantemente. Y por eso es que es muy poco frecuente que se matriculen nuevas historias al repertorio, y los tipos resultan recordando una fiesta de hace tres años, en lugar de comentar la reunión de hace quince días donde dos de ellos se agarraron a trompadas, otro estuvo golpeándole la puerta del cuarto de la empleada, uno más acabó el carro contra el poste de la esquina, y el último vomitó la casa del perro.

Bueno, creo que eso es todo lo que tenía que decir de este tema, pero ahora que lo pienso, me queda la sensación de que había una razón específica por la que empecé con este tema. ¿Por qué fue que comencé a pensar en las cosas que pasan?...

Ah, sí, porque el sábado pasado iba en bicicleta para la oficina, y un carro que hizo un cruce prohibido me estrelló. No me pasó nada.



[1] Es cierto que la ficha técnica de la encuesta puede mostrar cierta distorsión, puesto que el grupo de borrachos a los que hago la pregunta se repite periódicamente

[2] Aunque no le expondré esta idea a mi hijo, quien a sus cinco años es capaz, y está totalmente dispuesto, a impartir una conferencia de tres horas, exponiendo claramente las diferencias

Wednesday, August 01, 2007

¿Qué Clase de Nerd es Usted?

Uno de los indicios más significativos de que soy un nerd, es que muchas veces a lo largo de mi vida he participado en discusiones cuyo objetivo es determinar cuál es el más nerd de los participantes. Sin poder jurarlo, estoy dispuesto a apostar plata que, por ejemplo, a Brad Pitt no le ha pasado lo mismo[1].

La última fue por correo electrónico hace un par de semanas, y aunque creo que no me gané el primer puesto, estoy seguro que por lo menos debería hacerme acreedor a una mención de honor porque, por mucho rato después de que se acabó la discusión, me quedé pensando mucho rato más en el tema, teniendo una animada discusión conmigo mismo acerca de la gran variedad de nerds que existe (lo que dificulta muchísimo medir la nerd-eza relativa de dos individuos. Porque, ¿quién es más nerd, el que se sabe los diálogos de X-Men, o el que se los sabe de Star Trek?), y considerando lo útil que sería contar con un sistema para medirlos y clasificarlos.

Pues bien, mundo, una vez más Sir Vilson al rescate. He aquí la recién desarrollada, original, extensa y utilísima guía para la clasificación de ñoños, nerds, geeks, losers y otras criaturas con la que usted pueda llegar a cruzarse en determinado momento.

Un nerd está compuesto por muchos componentes, desde la capacidad de pensar en ecuaciones hasta la propensión a usar gafas culo-de-botella. Y la combinación de esos componentes en cada caso es una mezcla única, casi irrepetible ¿Cómo determinar qué clase de Nerd es alguien?

Muy simple. Cada uno de los aspectos que enuncio a continuación tiene algunos síntomas usuales, que pueden permitir identificarlos. No es una lista extensa, sino que pretende más bien establecer pautas para que ustedes, lectores inteligentes, puedan detectarlos. Si el aspecto se encuentra presente en el sujeto en cuestión, sume el valor ponderador correspondiente.

Viedeojuegos. Valor ponderado: 2%

Prefiere una partida de FIFA 2007 o Winning Eleven a la transmisión real de un partido. Prefiere una partida de cualquier otro juego a un partido real de fútbol. Conoce las especificaciones de las armas de Halo, Quake, Doom o Unreal. Multiplique por 1.5 si al jugar Tomb Raider queda más impresionado por la cantidad de polígonos que maneja la aplicación que por las tetas de Lara Croft.

CF Dura. Valor ponderado: 3%

Se sabe el argumento de una de las siguientes películas, o ha leído las historias en las que se basaron: Blade Runner, Minority Report, A Scanner Darkly, Payback, Next. Entendió 2001: A Space Odissey (aún si tuvo que leer la novela para hacerlo). Opina que los Episodios I, II y III de la Guerra de las Galaxias son un insulto a los episodios IV, V y VI. Conoce la teoría sobre la calidad de las películas de Star Trek[2]. Sabe qué es Fundación, Rama, Duna o Mundo Anillo.

Soldadura. Valor ponderado: 2%

Es capaz de manipular un cautín (es más, sabe que es un cautín) para fabricar o reparar tarjetas de componentes electrónicos. Éstas continúan funcionando después de la operación. Multiplique por 1.5 si además las reparaciones tienen el efecto planeado sobre las tarjetas.

Maricadofilia. Valor ponderado: 2%

Es dueño de uno de los siguientes aparatos: iPod (o equivalente), iPhone, PDA, Memoria USB, GPS, USB Player, Celular con Bluetooth. Conexión WiFi en la casa. (Multiplique por 1.5 si tiene enrutados los mensajes de MSN a su celular)

Ciberjerga. (4%)

Conoce la diferencia entre Internet y World Wide Web. (Multiplique por 1.25 si sabe que existe la WWW2, y qué diablos es). Sabe qué es un URL. Sabe qué es Limewire, eMule, Ares, o Gnutella. Se siente infeliz cuando tiene que usar Microsoft Messenger en vez de MSN Live Messenger. Tiene cuenta MSN. Multiplique por 1.25 si lleva un blog.

Cómics. Valor ponderado: 5%

Tiene claro quién ganaría en una pelea entre Spiderman y Wolverine. Sabe que Spawn y Ghost Rider son dos entes distintos, y conoce sus diferencias. Entiende la diferencia de efectos entre la Kriptonita verde, roja y dorada. Sabe exactamente qué personajes faltaron en las películas de XMen. Sabe que se murió el Capitán América, y cómo y por qué lo hizo. Identificó los cameos de Stan Lee en Daredevil, Spider Man y Los 4 Fantásticos. Es fan de Evil Dead, Evil Dead 2 y Army of Darkness, y entiende por qué eso califica en esta sección.

Tecnojerga. Valor ponderado: 8%

Sabe que es un mouse, una base de datos relacional, un índice, un microprocesador, un algoritmo. Entiende la diferencia entre RAM, ROM y Memoria Virtual. Es capaz de crear una cuenta de correo en Outlook. Sabe programar un VCR. Entiende qué significan las zonas de los DVDs. Tiene alguna preferencia entre HD-DVD y Blu-Ray. Entiende por qué no es bueno comprar Televisión HD en este momento. Sabe utilizar todos los ítems listados bajo “Maricadofilia”

Calculolalia. Valor ponderado: 8%

Se acuerda de la diferencia entre integrar, derivar y converger. Sabe qué es un campo. Conoce los tres descriptores de un vector. Sabe qué es un Toro cuando no se refiere al papá de los terneros. Recuerda la diferencia entre Postulado, Lema, Teorema y Ley. Se acuerda qué caracteriza a una función, y cómo se diferencia de una relación.

Aspecto. Valor ponderado: 8%

Usted lo ve y le dice ¡Nerd! (Claro que gafas cuyos lentes produzcan tortícolis, camisetas con letras griegas o porta-esferos ayudan)

Conocimiento Trivial. Valor ponderado: 12%

Exhibe piezas de conocimiento inútil, arcano. Por ejemplo, qué era Monty Python, la antigüedad del ejemplo de escritura más antiguo, el país donde se han descubierto más dinosaurios, cuál fue la materia favorita de Harry Potter.

RPG-manía [Juegos de Rol]. Valor ponderado: 14%

Ha jugado juegos de rol en vivo en más de cinco ocasiones, sin motivaciones puramente sexuales. En alguna ocasión ha calculado para usted y sus amigos los valores de INT, WIS; STR, CON y CHA. Sabe qué es un elfo, un trasgo, un goblin y un orco. Sabe qué es Mithril. Sabe quién ganaría en un combate entre una Quimera y un Hipogrifo. Calcula en qué nivel de experiencia se encuentra usted en su vida. Sabe qué significan las siglas TSR, AD&D, AD&D 2nd Edition, DM, AC, THAC0, HP, XP o SP.

Hackeo. Valor ponderado: 14%

Sabe escribir un programa “Hello World” en C++. Sabe qué es un programa “Hello World” y qué es C++. Prefiere Linux a Windows.

Trek-jerga. Valor ponderado: 15%

Es un trekkie. Sabe hablar Klingon. Entiende al señor Spock. Tiene alguna preferencia entre James T. Kirk y Jean Luc Picard. Sabe qué significa la “T” de James T. Kirk. Sabe cuántas naves Enterprise se han destruído a lo largo de las series.

Resultados:

Menos de 25%: No entendió ni la mitad de los temas de este artículo, y le pareció aburridísimo.

25% a 50%: Probablemente entendió la mayor parte de los temas de este artículo, y le pareció aburridísimo.

50% a 75%: Está usted muy cerca de ser un nerd. Como mínimo, geek. Si quiere que no lo sigan llamando a configurar cuentas de Outlook, programar VCRs o diagnosticar problemas de redes, deje de andar exhibiendo ese iPod, y de hablar en Klingon.

75% a 90%: Usted no sólo es un nerd, sino que el dato no lo sorprende ni cinco. Pero le toca practicar más su Klingon.

90% o más: Debería darle vergüenza. Ponerse a calcular su puntaje justo después de escribir el artículo.


EJERCICIOS ADICIONALES:

1. Asigne una calificación entre 1 y 10 a cada factor, y calcule el puntaje ponderado. [Prerrequisito: Calificación de 7 o más en Calculolalia]

2. Fabrique una hoja de personaje siguiendo el estándar de AD&D 2nd Edition para usted. [Prerrequisito: Calificación de 7 o más en RPG-manía]

Ejemplo:

Name Sir Vilson FT

Class Consultant

Alignment LE

Gaming 18 (64)

HardSF 16

Hardware 7

Geekiness 15

Cyberlore 14

Comiclore 13

Techlore 16

Appearance 12

Mathlore 9

Trivia 18 (44) [98 para cine, vampiros, hombres

lobo y perversiones sexuales]

RPG 17

Hacking 6

Treklore 4



[1] No se ustedes, pero cada vez que yo pienso en Brad Pitt no puedo dejar de imaginarme a Angelina Jolie empelota. … Aunque a decir verdad, me pasa lo mismo al pensar en Tomb Raider, tatuajes, la hambruna en Africa, Jennifer Aniston, Jon Voigth, sospechas de incesto, Billy Bob Thornton, cuchillos, Gia… creo que será más corto listar los pensamientos que no me hacen imaginarme a Angelina Jolie empelota. Voy a buscar uno, y si lo encuentro lo publicaré en la próxima entrada.

[2] Las versiones pares son las buenas.

Monday, July 16, 2007

Memoria de una adicción

Gran parte de la gente no se da cuenta; cuando voy caminando por la calle no se cambian de acera, ni apretan sus bolsos o maletines en un gesto protector, ni buscan refugio junto al Rottwailer más cercano, ni se quedan mirándome fijamente con morbosa curiosidad. Y sin embargo, la triste realidad es que, quizá sin ser tan notoria o peligrosa, al menos para alguien distinto a mí, y sin siquiera encontrarse en un estado muy avanzado, padezco una lamentable y vergonzosa adicción.

Casi todos aquellos los que perciben mi infamante secreto son niños o adolescentes, y los demás, los adultos, invariablemente, como yo, sufren del mal. Pues aunque esta adicción, como todas, presenta señales inconfundibles al ojo experto, si algún otro adulto las percibe en mí, quizá debido a las canas en mis sienes, deducen erróneamente que es mi hijo, no yo, la víctima del flagelo. En ocasiones incluso me hablan, con la empatía de quien desea compartir ese tipo de males familiares, que a veces resulta tan candorosa y conmovedora que soy incapaz de admitir que mi hijo mayor tiene sólo cuatro años, y no vivo con ningún primo adolescente, y que es para mí, , para quien estoy pensando comprar ese control, o ese juego, o ese otro accesorio de Playstation.

Tengo mi adicción casi bajo control. La mayor parte del tiempo el Play[1] (“La otra”, como lo denomina Bibi) permanece inmóvil e ignorado, los controles amontonados de cualquier manera y acumulando polvo. A veces pasan semanas y meses durante los que no lo enciendo ni una sola vez, y soy capaz de entrar una y otra vez al cuarto de TV sin sucumbir a su seductor canto de sirena.

Pero entonces, intempestivamente, sin motivo aparente, lo encenderé de improviso, y el tiempo perderá significado, y quedaré sumido en un trance del que sólo podré emerger dos, o seis, o hasta veinte horas después, con los tendones adoloridos por el RMS (Repetitive Motion Síndrome, o Síndrome de Movimientos Repetitivos), los ojos resecos e irritados, hambriento y, en la mayoría de los casos, trasnochado.

Seguramente, un lector poco versado en el tema de los videojuegos, y en particular de las consolas, pensará que el uso del término “adicción” es una exageración, una expresión literaria, o simplemente una mentira. No podrían estar más equivocados. Tal como puede consultarse en el siguiente artículo de Wikipedia (en inglés).Sé que Wikipedia no es una fuente totalmente veraz y completa pero… ¿qué esperan de un adicto?

Como todas las adicciones, empezó gradualmente: aún recuerdo la fascinación que desde un principio ejercían sobre mí las maquinitas, aún unas tan rudimentarias y simples como Space Invaders o, como las conocíamos en ese entonces, Marcianitos. Aún entonces, el año del señor de 1979, la adicción empezaba a mostrar sus feroces dientes, cuando yo ahorraba semanas enteras para poder ir a jugar un montón de fichas en Uniplay. (¿Cuántos de mis lectores, me pregunto, recuerdan qué es Uniplay?)

Entre todas las posibles adicciones que podría haber adquirido durante mi paso por la Universidad, la de los videojuegos resultó relativamente benigna, supongo, y lo que es más, no todos sus efectos resultaron tan perniciosos como si lo hubiera sido, digamos, al trabajo.

El inglés, por ejemplo. En las ocasiones en que debo exhibir mis capacidades en el idioma, la gente a veces se sorprende, en particular al tomar en cuenta que no me gradué de un colegio bilingüe ni he pasado más de cuatro semanas seguidas en Estados Unidos o Inglaterra. En el colegio nos dieron buenas bases, suelo contestar, algo tímidamente. Porque si bien eso es cierto, también lo es que el 80% de mi inglés lo aprendí durante los 4 semestres que, en la U, jugaba al menos dos horas diarias de Bard’s Tale. Claro que como este era un juego ambientado en un Universo Tolkieniano, mi inglés estaba algo sesgado, y por tanto mi vocabulario incluía más goblins, broadswords, halbards y bucklers que schedules, appointments o brainstorming sessions.

Ahora, Bard’s Tale era una aventura de texto (de vez en cuando pintaban un monigote en la pantalla), así que “jugar” en este caso equivalía a leer párrafos y párrafos de descripciones (en un tipo de letra horrible, incidentalmente), consultando continuamente el diccionario, hasta llegar a las secuencias de acción, en las que uno oprimía un dígito (seleccionado el personaje) y una letra (seleccionando la acción) y luego leía una frasecita que explicaba el desenlace. Ahora encuentro casi inverosímiles los niveles de emoción que alcanzábamos al leer en la pantalla Sir Vilson inflicts 32 points of fire damage to Mad Dog, killing it! Definitivamente, la actividad sólo podría disfrutarla un adicto, nerd por añadidura.

La coordinación mano-ojo también mejoró sobremanera. Claro está que ni antes de mi adicción ni ahora podría dedicarme, por ejemplo, a joyero, pero definitivamente pude percibir una mejora en motricidad fina. Y, lo que es más importante, mis dedos no se congelaron para siempre en un solo set de actividades, lo que me permitió aprender nuevas habilidades tarde en la vida, como mecanografiar con todos los dedos, algunas formas avanzadas de bricolage y, lo más importante, manejar los controles del Play. Lo que es, creo yo, notable en sí mismo: los controles de Playstation tienen doce botones (localizados en varias de las superficies del bicho) y dos palancas (que en distintas ocasiones también pueden funcionar como botones), necesitan ser manejados con las dos manos, y pueden resultar intimidantes para un neófito.

(Aún recuerdo, con cierto orgullo, cuando compré mi consola en un viaje de negocios a Houston. Un compañero de oficina me invitó a comer a su casa y quedarme allí el fin de semana. Cuando sus hijas supieron que yo tenía un Playstation en mi equipaje, decidimos conectarlo al televisor grande. ¡Pero si tú sabes jugar! dijo la mayor con incredulidad Mi papá ni siquiera puede agarrar el control al derecho)

Y tengo al menos un tema en común con niños y adolescentes, lo que es particularmente útil (y con el tiempo sólo lo será más) ahora que, gracias a mi progenie, las visitas de mojoncitos a mi casa se han ido multiplicando. (Aunque en varias ocasiones me he dado cuenta de la cruel verdad: pese a ello, para ellos no soy más que otro adulto. Hace un par de semanas tuve la oportunidad de jugar XBox con un sobrinito de Bibi. Era la primera vez que yo jugaba con ese tipo de consola, y el esquema de controles es completamente distinto al del Play. La tercera vez que cometí un error que en lugar de acelerar mi auto trajo una ventana de opciones del juego, el muchachito insolente me atacó el orgullo mascullando por lo bajo Déjelo quietito, ¿sí? con ese tono condescendiente que yo utilizo con la gente que no sabe conectarse a Internet, causándole graves, si bien temporales, daños a mi autoimagen. Temporales porque, enfurecido con el pequeño insolente, aproveché las habilidades obtenidas con más de sesenta horas de Gran Turismo 4, y al final de las tres vueltas de la carrera resulté ganador)

La adicción fue, como siempre, avanzando progresivamente. Y era costosa, quizá más que otras adicciones más comunes a las que yo podría haber tenido acceso. Cuando me compré mi primer computador, el único software legal que poseía eran los juegos que había venido comprando, previendo el momento en que tendría un equipo donde jugarlos. (Mientras tanto los cargaba en los del trabajo, tampoco soy tan previsivo). De hecho, podría decirse que los juegos fueron la primera razón de la compra de mi primer computador. Y del segundo, y del tercero, porque a decir verdad los únicos programas que ya no corrían en el modelo viejo eran los juegos.

Para entonces, digamos 2000, los juegos eran los programas más sofisticados que podía uno ejecutar en su computador personal. No sólo los simuladores, o los shoot’em ups, sino los juegos de aventura (los equivalentes al arcaico Bard’s Tale) eran capaces de doblegar computadores de tan sólo ocho meses de edad. Para no mencionar los juegos de estrategia (Civilization, Myth o su encarnación más mainstream, Age of Empires), que cuando uno alcanza más de cincuenta soldaditos en pantalla empiezan a moverse en cámara lenta. Y así fue como, ante la disyuntiva de reemplazar una vez más el computador porque los nuevos juegos ya ni siquiera se dignaban dejarse instalar, alcancé el Nirvana.

Por alguna extraña razón, la idea de comprarme una consola de juegos no se me había ocurrido antes. Posiblemente fue para mejor, ya que si hubiera conseguido una cuando soltero, seguramente, sin una fuerza reguladora que canalizara mi energía a otras actividades, habría permanecido soltero, al menos hasta morir de inanición un par de meses más tarde. Hasta ese momento mis impulsos de juego habían sido, quizá no exactamente razonables, pero al menos no inverosímiles. Es verdad que tenía un super joystick para mi Mac (jugar oprimiendo teclas le quita realismo al Doom más sanguinario), y una docena de juegos, pero cuando finalmente compré el Play… ahí comencé realmente a equiparme.

Antes de volverme pirata, alcancé a gastarme mil quinientos dólares entre juegos y accesorios. (Para mi esposa, quien sólo conoce una versión censurada de mi gasto playstationístico, seguramente será una sorpresa esta cifra) Mi obsesión llegó al extremo de comprar juegos originales de carreras de autos o fútbol, no porque me gusten (que no lo hacen), sino porque sé que son los que prefiere la mayoría. Y, si contara el precio de lista de los juegos que he comprado después de ponerle chip al Play, esta cifra subiría, probablemente, a tres mil. (¿Ves mi amor? ¡Estoy es ahorrando!)

A decir verdad la adicción fue peor los primeros días, cuando andaba calmando fiebre. (Como siempre. ¿Acaso los recién casados, o recién arrejuntados, no pierden varios kilos de peso durante esos primeros meses de convivencia?). Y durante esa primera fase exhibía los principales signos que revelan la adicción. Y, sobre todo, durante esa época envidié intensamente el trabajo de mi jíbaro. No vender juegos y accesorios, que al fin y al cabo es similar a vender enciclopedias puerta a puerta[2], sino aconsejar a su clientela sobre los mejores juegos, accesorios, trucos, etc. Y, como los jugadores que compran ese tipo de juegos generalmente también tienen predilección por el Anime, o superhéroes, o monstruos, tener la tienda completamente surtida de afiches, figuras de acción, películas, cómics y toda clase de adornos con temática fantástica.

O sea, que el man gana plata por jugar diversos juegos al menos cuatro horas diarias, y por tener su sitio de trabajo adornada como un adolescente inmaduro. Por ejemplo, para decorar su tienda, el hombre se compró una estatua tamaño natural de Jar Jar Binks. Y ese extravagante gasto fue deducible de impuestos, aunque con certeza lo habría hecho si hubiera tenido los medios y un empleo común y corriente. Por menos que eso, yo me encontraría divorciado y en la calle.

Y el negocio no parece ir mal, porque no sólo ha ampliado un par de veces el local, sino que tiene un par de esclavitos de tiempo completo, esos sí salidos de una película gringa. (True Romance sin las balas, o Lost Boys sin los vampiros) Podríamos decirles vagos, pero esa palabra no tiene la sonora significación de su equivalente sajón: slackers.

Irónicamente, fue uno de esos slackers, de hecho el más locho, quien probablemente me salvó de lo peor de la adicción. Algún día yo llegué con alguna solicitud complicada, si mal no estoy llenar mi disco duro con unos veinte juegos nuevos. Veinte juegos nuevos habrían significado, en ese momento histórico, seguramente menos dos hijos (y, reitero, una esposa).

Pese a las muchas similitudes que yo encuentro con los adolescentes y niños que constituyen la clientela habitual de esos sitios, debo darle la razón a mi esposa cuando señala que en realidad las diferencias son mayores. Pese a que la mayor parte esperaría que fuera en cuanto a madurez, intereses o cultura, en realidad creo que la mayor está sobre todo en la cultura de cliente. Los niños, y aún los adolescentes, habituados a que sea papá el que paga, y negocia, absolutamente todos los productos que consumen, por un lado, y comprando usualmente en almacenes atendidos por slackers, realmente no tienen una alta expectativa en temas de servicio al cliente. Uno, en cambio, sí, y por eso cuando el dependiente sencillamente se rehusó cargar veinte juegos en un disco duro (en retrospectiva, su posición era hasta razonable: eso le habría tomado buena parte de dos días, y el ingreso era igual al de vender seis juegos, cosa que se hace en una hora), yo me fui, fúrico, y jamás regresé a ese almacén.

Aunque no sería demasiado difícil conseguirme un nuevo jíbaro, las tiendas que venden copias de juego pululan por todos lados, aproveché esa circunstancia para no obtener nuevos juegos, lo que en cierto modo limita mi adicción. Al fin y al cabo, los juegos que ya tengo han sido terminados (en modo fácil) en su mayoría, así su atracción es marginalmente menor.

Sin embargo, no debe perderse de vista que hasta el momento esta, como el onanismo, ha sido una adicción solitaria, aunque no secreta, para mí. Así que he podido apoyarme en mi familia para evadir lo peor. Mi esposa, por ejemplo, consigue alejarme del PS2 con diversas técnicas, todas escalofriantemente exitosas: puede hacerse la consentida, ponerse brava, ignorarme o sencillamente organizar un plan más interesante. (Hay varios de esos a los que podemos dedicarnos en la santidad de nuestro hogar) Y mis hijos, aunque no concientemente, cuyas crecientes demandas de tiempo tienen una prioridad alta, y cuya mera existencia hace que uno desee ser un modelo adecuado (alguien que, por ejemplo, entre semana no se ponga a jugar Playstation sino que haga algo útil), han reducido el tiempo disponible para el Play.

Hasta ahora, el PS2 ha resultado un estímulo más o menos neutro para mis hijos. Les llama la atención, pero al final del día no se trata sino de una actividad que los mantiene quietos y aproximadamente juiciosos un rato, así que tanto daría invitarlos a misa. Pero, ¿qué pasará cuando lleguen a la edad en la que las demandas de tiempo sean para jugar Playstation?... ¿Cuándo deseen echar un partidito de fútbol intergaláctico, o deseen tener un combate con espadas, o buscar un tesoro perdido en la Atlántida? Creo que nadie, honestamente, puede esperar que me mantenga abstemio. Ese momento marcará, pues, un hito para el que Bibi necesita estar preparada, el momento en que la batalla por mi alma entre el Playstation sea mucho más encarnizada, en que el riesgo de quedarme convertido en un vegetal para siempre, simplemente cambiando juegos y, de vez en cuando, yendo al baño, será no solamente real, sino que estará inquietantemente cerca.

Difícilmente puedo esperar a que llegue ese momento.


[1] Así lo llamamos los iniciados, “Play” o “PS2” (¡Ay de mí! ¡Aún no tengo un PS3!)

[2] Bueno, al menos si las enciclopedias son de sexo, y uno puede sentarse a leer la mercancía durante horas si está difícil la venta