Tuesday, September 25, 2007

Cosas que Pasan

No sé ustedes, pero yo tengo la clara sensación de que en mi vida cada vez pasan menos cosas.

Por supuesto que estoy seguro de que se trata de un tema de percepción. Ahora que no quiero decir que hoy día tengo la percepción, correcta o equivocada según desde donde se la mire, de que mi vida es aburrida, sino que el mismo hecho de que ocurran o no cosas en la vida de alguien depende de que sean percibidas como eventos. O, por decirlo de una manera más seudofillosófica: Si un árbol me cae encima y yo no lo escucho, no hace ruido. Aún si una vez consiga arrastrarme de debajo del discreto árbol deba salir a buscar apresuradamente un sitio donde me atiendan mis múltiples fracturas.

Siempre he pensado que el tiempo cada vez transcurre más rápidamente y, según las encuestas informales que he hecho a varias personas, generalmente embriagadas, lo que garantiza su honestidad, a los demás les pasa lo mismo [1]. Yo creo que este hecho soporta mi teoría. El cerebro humano no mide el tiempo en horas y minutos sino en eventos –fíjese que cuando uno hace muchas cosas en el trabajo la mañana se le hace eterna, mientras que si se dedica tan sólo a una tarea el día se vuela sin que uno se de cuenta, razón por la que la mayor parte de la gente no trabaja tanto: ¿a quién le va a gustar sentir que pasa un tiempo más largo en la oficina? –, así que esta observación es completamente correcta, como puede observarse en el monacho.




Monacho 1: Las barras verticales representan eventos

Hay, al menos en mi caso, memorias que parecerían contradecir mi teoría. Pues si hay un recuerdo de infancia claro que tenga, es el de esperar horas interminables a que algo pasara y, de nuevo llevando a cabo encuestas informales y sesgadas, he llegado a la conclusión de que esto es un tema común. En mi caso, ese algo solía ser el inicio de la programación de la tarde (he aquí un concepto alienígena para las nuevas generaciones: Cuando yo era niño además de que solamente contábamos con dos canales –tres si uno contaba el 11, pero la programación de ése era principalmente cultural, así que yo no lo hacía–, la programación empezaba, a las 4:00 PM entre semana y las 8:00 AM los fines de semana. Una hora antes del inicio, la estática era reemplazada por el escudo de Inravisión, que llegué a conocer en todo su obsesivo detalle) con "Tuco y Tico, Las Urracas Parlanchinas". Si mi teoría es cierta y al principio de la vida ocurren mas eventos ¿por qué ese aburrimiento?

Por dos motivos, principalmente: primero, porque si el cerebro mide el tiempo basándose en los eventos, la sensación de espera de cinco minutos a los seis años equivaldrá a la de doce horas a los treinta. Y segundo, porque al estar habituados a los eventos que suceden uno tras otro, no pueden manejar los períodos en que nada ocurre. En otras palabras, la misma naturaleza de sus vidas los tiene malacostumbrados. De hecho cuando Alejo se queja porque las propagandas son muy largas, o el Playstation se demora mucho en cargar, o la tarea está demasiado larga no puedo dejar de mirarlo por encima del hombro y pensar: ¡Já! ¡Pequeño malcriado! Espere que le toque hacer la cola para cambiar la cédula, para que sepa lo que es una espera monótona…

Ahora, ¿por qué habrían de ocurrir más cosas al principio de la vida que al final? Posiblemente por la novedad. Un evento es algo notable, digno de mención, que deja huella en la mente. El primer día de trabajo, no el centésimo cuarto. Más o menos hasta los veinte años, cada cosa que le ocurre a uno es notable: la pelea más fiera, el peor regaño, la niña más linda, la materia más difícil, el golpe más fuerte, el guayabo más duro, la pocheca más redondita… si uno mira con atención se dará cuenta que más o menos la primera docena de cualquier cosa tiene un alto potencial superlativo. En cambio, después, por definición, la vida se vuelve monótona: Una vez pasada la primera docena, ya los hechos no se distinguen unos de otros, y dejan de constituirse en eventos. Y no quiero decir que sean aburridos, porque no necesariamente lo son, sino que sencillamente dejan de ser únicos. Alguien muy rumbero no comenzará a aburrirse en las fiestas porque ya haya estado en mil, sin embargo seguramente no diferenciará en su memoria una de otra, y no recordará con claridad lo que pasó en cada una de ellas.

Claro que ahora que lo pienso, esto mismo debe pasarle con las primeras fiestas, en particular si salieron muy buenas. Así que quizá no sea el mejor ejemplo, pero bueno.

Algo que con toda seguridad contribuye a que las cosas pierdan su condición de evento es entrar a la etapa productiva de la vida. Por más que uno ame su empleo, no deja de ser un empleo, y al fin de cuentas, por más que cada día sea distinto la idea de cada día es igual: levántese, trabaje, regrese. Y no importa si es un trabajo aburrido o interesante. Me atrevo a afirmar que aún a Superman le ocurre esto. Después de todo, una vez uno ha salvado la tierra de Lex Luthor, ¿qué tan diferente es salvarla de General Zod? [2]

Y si no es convincente el ejemplo con el empleo de superhéroe, tengo uno real: en una entrevista a Ron Jeremy, un famoso actor porno (aclaro que la vi en HBO, en un especial sobre actores, antes de que se pongan suspicaces. No porque no haya visto una cantidad suficiente, y probablemente más, de películas XXX, sino porque cuando lo hago no es precisamente para ver entrevistas) quien decía como si tal cosa que en sus películas se había acostado con "unas dos mil mujeres, sumando o restando docientas". Claramente para Jeremy su empleo es probablemente tan aburrido como la contaduría. Y eso que la mayor parte de sus compañeras son jovencitas veinteañeras, con cuerpos cuyo único defecto puede ser el exceso de exhuberancia, y obligadas, bien por el libreto o por sus propias inclinaciones, a ser particularmente complacientes. ¿Se imaginan tener un factor de tolerancia de docientos polvos? ¿Y probablemente no recordar con claridad más de la mitad de los otros?... Si bien yo no puedo hacer alarde de un número tan alto de compañeras, al menos me queda la satisfacción de saber que recuerdo en todo su detalle a todas y cada una de ellas. Continuamente. En ocasiones, varias veces al día.

Volviendo al tema que nos compete, el hecho de que la frecuencia de los eventos disminuya con el tiempo tiene varias consecuencias notables, la más simpática de ellas siendo que a medida que uno envejece, en las reuniones con los amigos se cuentan cada vez más frecuentemente las historias de siempre. ¿Siempre se preguntó por qué su papá repetía los mismos cuenticos cada vez (y además, por qué ninguno de sus amigotes le hacía notar que era, palabra por palabra, inflexión por inflexión, lo mismo que había dicho hacía ocho días; pero sobre todo por qué todos se reían a carcajadas como si no se supieran el cuento)? Muy simple. Porque ni a su papá ni a sus compañeros de farra les pasa nada desde uno o dos años antes de que usted naciera.

Y la otra gran consecuencia, esa un poco más tétrica, es que uno pierde la capacidad de reconocer cosas nuevas que le pasen, y de relatarlas convincente e interesantemente. Y por eso es que es muy poco frecuente que se matriculen nuevas historias al repertorio, y los tipos resultan recordando una fiesta de hace tres años, en lugar de comentar la reunión de hace quince días donde dos de ellos se agarraron a trompadas, otro estuvo golpeándole la puerta del cuarto de la empleada, uno más acabó el carro contra el poste de la esquina, y el último vomitó la casa del perro.

Bueno, creo que eso es todo lo que tenía que decir de este tema, pero ahora que lo pienso, me queda la sensación de que había una razón específica por la que empecé con este tema. ¿Por qué fue que comencé a pensar en las cosas que pasan?...

Ah, sí, porque el sábado pasado iba en bicicleta para la oficina, y un carro que hizo un cruce prohibido me estrelló. No me pasó nada.



[1] Es cierto que la ficha técnica de la encuesta puede mostrar cierta distorsión, puesto que el grupo de borrachos a los que hago la pregunta se repite periódicamente

[2] Aunque no le expondré esta idea a mi hijo, quien a sus cinco años es capaz, y está totalmente dispuesto, a impartir una conferencia de tres horas, exponiendo claramente las diferencias

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