Sunday, September 28, 2008

Síndrome de Ulises 5: Sir Vilson Contra la Rutina. Primera parte.

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De la manera en que un Colombiano recién llegado pasa sus días de semana
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Saludos desde Calgary



Vivo en Airdrie. Airdrie es una pequeña ciudad [1], como a 30 km al norte de Calgary. Es como Chía, si a Chía se le quitan Andrés Carne de Res, El Humero, Centro Chía, el Castillo Marroquín, las fábricas de muebles, la sede de la Universidad de la Sabana y, en fin, cualquier cosa que haga que una visita a chía valga la pena. Ah, y como 150,000 habitantes, porque aquí sólo somos unos 35,000. Por otro lado, los barrios son bonitos, el tráfico es excelente (aquí, cuando uno dice "una chorrera de carros", se refiere a más de cinco), y los vecinos, rednecks o no, son amigables y amables.

Creo que la principal razón por la que escogimos vivir en Airdire fue la psicorigidez de Bibi y mía. Nuestro plan, si nos quedábamos en Colombia, era irnos a vivir a Chía o La Calera. Así que cuando nos vinimos para Alberta, pues por supuesto que buscamos un pueblo al norte de la ciudad. Uno no deja que los planes establecidos se vean afectados por cosas tan circunstanciales como las circunstancias. Por suerte, una vez establecidos aquí, vimos que encontramos las mismas ventajas que buscábamos en los suburbios Bogotanos (aire más limpio. mejor ambiente para los niños, arriendos ligeramente más baratos [2] y mejor tráfico), pero además nos encontramos con otra cantidad de detalles, el principal un grupo de colombianos buena gente, que nos ha facilitado la vida.

Pese a que la mayor parte de los habitantes de Airdrie trabaja en Calgary, dado que la sociedad Canadiense está tan basada en el automóvil como la Estadounidense, el transporte intermunicipal no está tan inventado como uno querría. Así que para llegar a mi trabajo en la mañana me toca irme en uno de los seis buses que sale de Airdrie a Calgary (son seis rutas de bus, con un bus por ruta), que me recoge a las 6:10 AM. Por suerte, este bus tiene el paradero en mi misma cuadra, factor que ha sido decisivo a la hora de decidir no comprar un segundo automóvil. Al menos tan decisivo como el hecho de no tener plata para comprar un segundo automóvil.

El bus me deja entre 7:00 AM y 7:15 AM frente a un edificio en el centro llamado Bow Valley Square [3]. Por ese edificio puedo entrar al Plus 15 (descrito superficialmente en otra entrada), por el que llego a mi trabajo. De vuelta, el bus sale a las 4:30 PM de un paradero que queda en EnCana Place, que queda más o menos a ocho cuadras de mi empleo actual, de modo que para devolverme en él tendría que salir de mi oficina a las 4:15 y dirigirme al paradero a un paso decente.

Quizá recordarán que el primer trabajo que conseguí en Calgary fue como trabajador temporal. Estos "gigs" nunca eran en el Centro, sino que eran en compañías medianas y pequeñas con oficinas en el Noreste y el Sureste. En esa época, en la que por supuesto aún había nieve, yo entraba al Plus 15 para dirigirme a la estación del CTrain [4], y de allí tomar el CTrain, y luego irme en bus urbano (que por el contrario parece tener un buen cubrimiento en la ciudad). En esas épocas, entrar al Plus 15 era para mí el preámbulo de un viaje mucho más largo e incómodo, y ver a alguien cargando su vasito de café Starbucks o Second Cup me producía algo de envidia, porque ellos claramente iban ya a llegar a su oficina. Aún hoy, y creo que el tema va a durar bastante tiempo porque el invierno le pondrá pilas a la sensación, es muy placentero para mí entrar en el Plus 15 y ser uno más de aquellos trabajadores que se dirigen con paso resuelto a su oficina. (Sin la taza de Starbucks, ni huevón que fuera pagaría 6 dólares por un café, por más aromático y justamente comerciado que sea).

Quizá valga la pena en este momento, en particular porque no creo que el tema tendrá una mejor oportunidad de presentarse más adelante, hablar un poco del transporte público Calgarense. Se basa principalmente en el CTrain, que tiene rutas que se extienden entre tres estaciones: Dalhousie en el Noroeste, McKnight en el Noreste y Somerset en el sur. Si usted está familiarizado con la geografía local, se dará cuenta que esas estaciones no quedan precisamente en las afueras de la ciudad, y deducirá que el cubrimiento por tren es bien pobre. Los C-Train son trenes de tres vagones, algo viejos aunque en decente estado. Uno puede comprar un tiquete por viaje a $2,50, una tiquetera de 10 por $21, o un pase de transporte por $75. El soporte real del sistema de transporte en Calgary son los buses públicos. Es una flotilla de buses algo más pequeños que un Transmilenio. Ahora, lo interesante es que tiene un sistema de tiquete único (como el que escuché que estaban pensando en implementar en Bogotá), así que un tiquete es válido por hora y media para uno en cualquier ruta de bus o C-Train. En un par de ocasiones he podido comprar un tiquete, subirme en el C-Train, hacer el cambio a una ruta de bus, caminar hasta mi destino, hacer la vuelta, y devolverme... ¡Todo con un sólo tiquete!

En el pasado había montado en metro, así que la experiencia del C-Train no me fue del todo extraña, pero jamás en la vida había utilizado buses así de ordenados... Ni siquiera los thermoking Bogotá - Cartagena, porque a esos toca promediarles el mierdero de los terminales de transporte. La primera vez, mi amigo Raúl me explicó el proceso en tres frases sencillas y claras, pero tan opuestas al paradigma de treinta y tantos años de transporte público bogotano que mi pobre cerebro fue incapaz de compilar. Sin embargo, no tuve el valor de confesarlo, y me fui hasta el paradero señalado. Cuando el bus se detuvo, yo ya tenía la plata lista, porque si uno no ha comprado los tiquetes le permiten pagar en efectivo, lo que de hecho hizo que la experiencia tuviera algo de común con la colombiana. Sólo hasta después de sentarme en una silla limpia, sin rasgones, sin siquiera unos genitales dibujados, me dí cuenta que me faltaba una pieza vital de información: ¿Cómo se decía "¿Me va a llevar a la casa de su madre?" en inglés?

No fue necesario usarla, sin embargo. Si desaparece el factor de la guerra del centavo, el indicador de desempeño de los buses es un cumplimiento aproximado de los horarios, lo que elimina por completo la necesidad de manejar como bestias y frenar bruscamente. (Igual cierran a los carros más pequeños, lo que comprueba mi teoría de que esa parte sí es parte de la descripción de cargo) Lo que es más, en una ocasión que no tenía plata y en otras dos que sólo tenía un billete de diez dólares, me han dejado subir al bus sin cobrarme el tiquete. El pobre Sir Vilson, que en más de una ocasión fue bajado de buses porque le faltaba el diez por ciento del pasaje, se sentía en un universo paralelo.

En fin, suficiente sobre buses y trenes.

Trabajo en BP, en el departamento de compras, lo cual es una suerte. El mercado laboral aquí en Alberta, aunque dinámico, es competido. Como mi carrera en Colombia fue más o menos variada, era dífícil en mi hoja de vida poder justificar más de tres años de experiencia en alguna disciplina significativa: soporte técnico, consultoría de negocios, estrategias de adquisiciones, gerencia de proyectos, e-Business... y aunque sí mostraba cierta migración de la parte técnica a la parte del negocio, no era un recorrido tan claro. (De hecho mi perfil se ajusta al que aquí denominan Analista de Negocios, pero con ese apenas alcanzaba a justificar unos seis años). BP, en cambio, pudo tomar en cuenta diez años de experiencia (entre otras lo máximo que acreditan), porque era experiencia en... bueno, en BP.

Mi cargo es interesante, aunque quizá un poco sesgado a la parte técnica, y a mis casi cuarenta años he decidido darle un poco de dirección a mi carrera. Según entiendo, BP Canada no se caracteriza por ser la compañía que mejor paga en el mercado, pero el paquete de beneficios es bueno, y entré con cierto grado de "seniority". El equipo es, como casi todos en Canadá, deliciosamente multicultural: varios Canadienses de pura cepa, un Pakistaní, una Coreana (que acaba de salir de maternidad, por un año), mi jefa, que es Canadiense nacida inglesa, un Polaco, un Nigeriano y, ahora, un Colombiano.

Otra ventaja que tiene BP es el horario flexible. Uno debe trabajar nueve horas al día (en teoría nueve y media, porque el almuerzo no se cuenta, pero casi nadie se está más de las nueve), y tiene dos viernes libres al mes. Y además, coordinan esos viernes libres con las fiestas nacionales [5] para que en esas ocasiones uno tenga fin de semana de cuatro días.

Con el horario de nueve horas, yo teoría yo podría salir a las 4:15 PM y correr hasta el paradero, pero todavía tengo pegada la ética laboral colombiana y me da algo de vergüenza salir exactamente a la hora que corresponde. Por suerte, uno de mis amigos colombianos de Airdrie trabaja justamente en el mismo edificio, y nos devolvemos juntos. No es un carpool, porque yo nunca traigo el auto (En Airdrie, como en la mayor parte de ciudades norteamericanas, es casi imposible moverse sin automóvil), sino más bien un "hitchiking".

Ya está entrando el otoño, así que el atardecer va llegando cada vez más temprano (no sé si lo había contado en otro lado, pero casi nos enloquece el temita de la luz del día a las 11:00 PM), pero todavía llego con suficiente luz del día para jugar y marranear un rato con mis hijos. Eso tiene todas las ventajas y satisfacciones de la paternidad responsable, pero adicionalmente me permite relevar a la pobre Bibilis, que para entonces está exhausta.

Ella terminó su curso de inglés gratuito, de hecho el último nivel que lo es porque sus calificaciones fueron demasiado altas. El perfeccionismo de Bibi hace que considere que necesite uno o dos niveles más, pese a que tiene un buen nivel, mucho mejor que el de mucha de la gente con que nos hemos cruzado, incluyendo un par de personas de la oficina de Ayuda al Inmigrante. Y por ello, quiere inscribirse en unos nuevos cursos de inglés en la ciudad de Airdrie. Claro que la verdad es que yo prefiero los cursos en Airdrie, así no sean gratuitos, a los que dictan en Calgary. El único horario conveniente para Bibi era Lunes y Miércoles de 6:00 a 9:00 PM en el Centro. Ese horario está, por supuesto, por fuera del cubrimiento de los Daycare o dayhomes disponibles y nosotros no nos sentíamos cómodos con el esquema del babysitting [6]. Es decir, que ese rol me correspondía por derecho y a las 9:15 PM yo estaba para botar a la caneca.

Una diferencia grande que nos encontramos entre Canadá y Colombia fue el enfoque sobre la ecuación preescolar. En primer lugar, aquí no existe ningún nivel antes de Kindergarten (en Colombia, recuerdo al menos Párvulos y Pre-Kinder). Solamente se puede escoger entre daycare o dayhome. Los daycare son guarderías, pero la mayor parte de las madres locales los llaman, con tono despectivo, “parqueaderos de niños” a cuenta de la limitada naturaleza del servicio que ofrecen: básicamente, que no se lancen del segundo piso o metan la lengua en los tomacorrientes (no me malinterpreten, yo considero esos servicios arduos y valiosos), nada como las actividades pedagógicas que son el pan de cada día en Bogotá. Los dayhome son como madres comunitarias, señoras que aprovechan que deben quedarse cuidando su niño para cuidar dos o tres muchachitos ajenos. De hecho debido a la impresionante escasez de cuidadores de niños, un porcentaje importante de mujeres profesionales, tras su primer hijo, se dedican a eso.

Gracias a la visita de mi suegra sobrevivimos, sobre todo Bibi porque la verdad he llegado a la conclusión que la oficina es la parte fácil, un larguísimo verano de Alejo en casa. Sin embargo, ya entró de nuevo a la escuela. El nivel académico colombiano le da tres vueltas al canadiense, y eso sumado a lo pilo que es ya lo tiene, de lejos, muy adelantado en su clase. Pero todavía no habla fluido el inglés, y eso lo estresa un poco. Y parece que es tan perfeccionista como Bibi o yo, porque se rehúsa a hablarle a los adultos en inglés. (Sospecho que porque está esperando a alcanzar el nivel que tiene en español, de ahí lo del perfeccionismo), aunque con los niños si intercambia ciertas frasecitas.

Sus obsesiones actuales son Indiana Jones [7], Star Wars, el Nintendo Wii y, en menor grado, Spider Man y el universo de Marvel Comics. Aunque monotemático a veces, es perfectamente capaz de mantener largas y articuladas discusiones con adultos sobre cualquiera de esos temas [8].

Juanpis continúa igual de onomatopéyico, al menos porcentualmente. Si bien ha incorporado una media docena de palabras a su lenguaje, también ha adoptado nuevos gruñidos e inflexiones. Bibi y Alejo logran identificar conjugaciones y tiempos gramaticales, pero yo continúo casi completamente perdido. Tan sólo reconozco la urgencia del modo imperativo, pero como todavía se me escapa la gran mayoría de los verbos, eso no le sirve de mucho al joven.

Juanpis tiene dos costumbres que ponen en riesgo su integridad física. Primero, aparentemente a su manual de usuario le faltaba el capítulo “Caminar”, así que más o menos dos días después de aprender a hacerlo decidió que ir corriendo a todos lados. Y una vez empieza sigue incrementando la velocidad hasta alcanzar el punto en que esta supera su capacidad de maniobra. Vigilarlo un rato es como ver una película de los tres chiflados: comienza a correr con velocidad cada vez mayor, hasta que se encuentra con algún obstáculo y ¡zas! Allá va a dar patas arriba al suelo.

La segunda es el modo pataleta: ante ciertas negativas se deja caer sentado al suelo , y luego de espaldas. Ya lo hace cuidadosamente, para que sea un gesto simbólico más que un golpe real, pero aparentemente no tiene claro eso de la densidad relativa de los materiales, y de vez en cuando se lanza sobre el suelo de cemento con la intensidad requerida para suelo de pasto.

Voy a interrumpir aquí porque, si bien aún tengo cosas que contar, he visto que mis entradas al blog cumplen la misma distribución temporal de cualquier proyecto: completar el 90% de la entrada me toma el 90% del tiempo, y el 10% restante de la entrada me toma el otro 90%.


[1] No escribo "pueblo" porque puede haber algún vecino cerca, y ya que la mayor parte son rednecks, me da algo de miedo ofenderlos.
[2] De haber venido un añito antes habrían sido notablemente más baratos.
[3] Me he dado cuenta que en las ciudades norteamericanas existen temas que influyen en la nomenclatura urbana. En Hawaii, por ejemplo, me dió la impresión que el 70% de las calles se llamaba King Kamehameha. Aquí en Calgary los colonizadores parecían estar obsesionados con el río Bow, indudablemente el rasgo geográfico más notorio, y hay decenas de calles, negocios, barrios y grupos de gente que referencian el Bow River o el Bow Valley.
[4] El equivalente al metro en Calgary, que sólo tiene dos rutas.
[5] Aunque no tan abundantes como las Colombianas sí son como diez en el año.
[6] Sería peligroso e irresponsable dejar a un adolescente en manos de Alejandro y Juan Pablo.
[7] No se imaginan lo mucho que agonizamos decidiendo si le íbamos a dejar ver esas películas. Pero finalmente lo llevé a ver Kingdom of the Cristal Skull, y le gustó tanto que le regalamos las otras tres películas de cumpleaños.
[8] Supongo que también con niños, pero me imagino que ustedes se han dado cuenta que cuando hay varios niños jugando y se acerca un adulto, todos guardan silencio y se quedan mirándolo fijamente, como en el capítulo de Los Simpson en que mandan a Maggie a una nueva guardería.

Saturday, September 06, 2008

Sobre agüeros y aguaceros

Antes me daba algo de vergüenza aceptarlo, siendo ingeniero, inteligente, y todo eso, pero ahora me precio de ser supersticioso. La diferencia es, aunque no vine a saberlo o notarlo por mucho tiempo, que anteriormente me avergonzaba por ser irracionalmente supersticioso.

Probablemente perdí el 92% de mis lectores con la frase anterior. Una parte, muchos de ellos compañeros de Universidad y carrera, habrá cerrado el browser con un click colérico, ofendidos en su honor por el hecho de que alguien no sólo tenga el handicap de no ser un escéptico, sino que en su ignorancia se regodee en ello. Otros más lo harán sacudiendo la cabeza y con una mueca de asco ante la contradicción: si antes era irracionalmente supersticioso significa que ahora lo es racionalmente, y eso no, eso sí que no. Probablemente un grupo de ellos lo haga con una mezcla extraña de las dos sensaciones. Y no descarto que exista un grupito que sencillamente se halle sorprendido de no estar en Amazon.

Sin embargo, espero haberlos interesado lo suficiente para que gran parte de todos ellos regrese, aún los de Amazon (de hecho, si usted es uno de esos cuénteme qué libro quiere, y yo le informo el precio a vuelta de correo. Acepto Paypal), ya que a través de esta y otro par de entradas más, explicar esa dicotomía, y quizá convencer a uno que otro que en verdad vale la pena.

* * *

Pese a que siempre pensé que no lo haría, cuando llegó el momento, mi matrimonio fue una boda católica.

Como era bien sabido entre mis conocidos que yo no tenía la intención de casarme (y no sólo por inmadurez, o miedo al compromiso, sino por el alarmante porcentaje de parejas de amigos míos que se divorciaban a los dos o tres meses), quizá la pregunta más frecuente que recibimos al anunciar la boda fue ¿Y Wilson cómo propuso? Ante un tema tan serio, yo solamente podía responder con sarcasmo, por supuesto: ¿A ustedes no les ha pasado que están hablando y de repente se quedan sin tema? Sin embargo, ésta respuesta tenía algo de cierto.

Una vez decidimos que, en efecto, nos creíamos el uno para el otro, Bibi y yo comenzamos a discutir los detalles logísticos del tema. Aparte de mi objeción ideológica estaba la parte económica, por supuesto, una ceremonia, aún una civil, implica recepción, invitados, decoración, comida y todas esas buenas cosas, así que en un principio estábamos de acuerdo en que no nos casaríamos. La conversación se fue entonces a los temas prácticos: si Bibi se podía pasar a mi apartamento o necesitábamos uno nuevo, si nos iba a hacer falta comprar armarios, cómo avisar a las familias. Ambas eran chapadas a la antigua, pero en cada caso pudimos acordar una estrategia adecuada. (Con sus hermanos, por ejemplo, consideramos que bastaría con avisar. Con su madre seguramente tendría que tener una prolongada charla exponiendo mis objeciones teológicas, ideológicas y morales sobre el matrimonio. Y, probablemente, comprarle chocolates.) Pero nos estrellamos contra un bloque al llegar a su abuela.

Ella es una viejita devota, de esas de las que lo primero que hacen al llegar a un sitio de paseo es localizar las iglesias y averiguar los horarios de misa, y quien, al cumplir su objetivo de "casar" a todas sus hijas, se puso a la tarea de hacer lo propio con sus nietas. (Actualmente, creo, tiene en la mira a una bisniesta) Bibi era su nietecita preferida (tengo la teoría de que la anciana le decía lo mismo a todas, pero el tema, por sensitivo, no ha sido adecuadamente discutido con Bibi) y por tanto sería un golpe difícil si la muchachita se iba a vivir "en pecado". Los dos considerábamos que la anciana no podría racionalizarlo y, más que brava, se sentiría triste. La rabia hubiéramos podido manejarla porque la rabia pasa, de hecho teníamos planes detallados para tratar con nuestras madres, pero la tristeza... de hecho Bibi tenía el temor que esa tristeza pudiera ser fatal para la viejita. (Temor infundado, como descubrimos más tarde, pero antes de cruzar el puente no sabíamos que sí habría aguantado el peso.)

La siguiente pregunta fue si lo hacíamos por lo católico o por lo civil. Entonces yo era un ateo recalcitrante, de esos que se regodean en su convicción y no dejan pasar oportunidad para exponer los motivos por los que no creen en Dios. Una especie de Testigo de Jehová a la inversa. Y aunque Bibi podría haberse considerado a lo sumo como "no practicante", sí tenía claro que la ceremonia católica le parecía hermosa. Y quién se lo puede negar. Parafraseando a Douglas Adams, en ningún idioma existe la expresión "Tan hermoso como una Notaría". Y, rasgo común en muchas mujeres colombianas, desde siempre había soñado con casarse de blanco en una iglesia. Quizá fue entonces la primera vez que me dí cuenta lo poco que me importaba la religión. Para mí era (es) importante que se supiera que no creo en el Dios de los Ejércitos, pero no tanto como los sueños de infancia de mi novia.

Casi un año después, tras sinnúmero de de decisiones, organización, y sesiones de acorte y alargue de listas de invitados, vinimos a darnos cuenta ya muy tarde que la ceremonia, campestre y bucólica, estaba planillada justo en medio de uno de los peores inviernos que yo había visto en Bogotá en varios años. Teniendo aproximadamente resueltos los detalles usuales de un matrimonio (sitio, lista de invitados, vestidos, padrinos y luna de miel) pude darme el lujo de preocuparme y quejarme a saciedad sobre el tema. Que nos iba a llover, que el prado se iba a volver un barrial, que con el escote Bibi se iba a resfriar, etc.

Como mis quejas no discriminaban compañía, llegó un momento en que emergieron frente a un compañero de oficina. Este tipo era inmensamente buena gente, muy inteligente, muy tranquilo y yo lo admiraba (aún lo hago) bastante.

-Venga le cuento un agüero que hay sobre eso-me dijo. Era obvio, por el preámbulo, que sabía que lo que iba a contarme no era racional (para los que no lo sepan "agüero" es sinónimo de "superstición"), y que se sentía algo incómodo por ello.- Cuando yo me iba a casar también era invierno, y mi abuela me lo contó. A mí me funcionó, ahí verá...

-Cuente, cuente-a esas alturas ya había asistido a un curso prematriomonial, e incluso había hablado con un cura pensando en confirmarme, así que una superstición más no iba a cambiar el marcador del partido. No sé exactamente qué esperaba, aunque posiblemente algo como un menjunje que de alguna manera afectara la humedad relativa del ambiente.

-El día de su boda, regale en un ancianato cercano un huevo por cada invitado. Eso hice yo, y a mí no me llovió.

Como ya lo he dicho, mi amigo es una persona muy inteligente. Claramente no estaba tratando de convencerme de la existencia o efectividad de un aguero milagroso, de hecho ni siquiera de que él mismo lo creyera. Sin embargo, me estaba ofreciendo una salida, una posible solución que sólo tenía un precio: dejar la razón en la entrada. Aquí hay dragones. Y un día después, un minuto después, volver a Excel, y ORACLE, y modelos matemáticos, y bases de datos, y Business Cases. Interesante invitación.


No me tomó mucho esfuerzo decidirme. En ese momento ya había tomado todas las medidas de contingencia para un caso de lluvia (carpa, paraguas de repuesto, aún la posibilidad de habilitar una de las salas de la casona), pero lo que yo quería era que no lloviera, y lo que más me desesperaba era esa sensación de impotencia. Así que hice el siguiente análisis: ¿Qué es lo mejor que podía pasar con este plan? Que yo decidiera no regalar los huevos, con lo que no sólo habría puesto a prueba mi escepticismo sino que me ahorraría unos pesos, y no lloviera el día de mi boda. ¿Qué es lo peor que podía pasar? Que yo decidiera regalar los huevos, y en todo caso lloviera. Y en ese caso, tendría el consuelo de que, en un día frío y lluvioso, una gruesa de ancianitos solitarios y abandonados al menos tendría un huevo de más en el desayuno.

Desde el punto de vista económico, ahorrarse el valor de un huevo por invitado era risible. (Si hubiera sido un huevo, usado como sinónimo de testículo, del organizador quizá sí, después de todo fue durante la organización de mi voda que reemplacé la expresión Me costó un ojo de la cara por Me costó un huevo de la ingle). Así que me decidí a hacerlo, pensando que en el peor de los casos, además de mojado, podría sentirme un filántropo. Recordando a Les Luthiers: sentiría una humildad tal, que me llenaría de orgullo y soberbia.

Como habrán adivinado los lectores medianamente astutos, no llovió el día de mi boda. Si lo hubiera hecho, evidentemente no habría escogido esta anécdota. Algunos escépticos llegarían incluso a conjeturar que ni siquiera lo recordaría. por el fenómeno denominado Sesgo de Percepción (Perception Bias), que hace que recordemos con más claridad los hechos que tienden a demostrar nuestras ideas preconcebidas que aquellos que no. Personalmente creo que mi boda fue lo bastante importante y emocional en mi vida como para que lo recordara, aunque quizá el tono de la historia sería algo distinto y en vez de poder usuarla para ilustrar mis posiciones filosóficas lo haría para ilustrar la fuente casi inagotable de mi ingenuidad.

Lo que no es necesariamente tan obvio es que ese marzo llovió casi todos los días, todos los fines de semana e incluso el viernes que precedió la ceremonia y el domingo siguiente. Es más, el mismo día de mi boda estuvo nublado, y antes de empezar cayeron algunas goticas de esas que las abuelas llaman "espantaflojos". Pero afortunadamente el cielo se despejó antes de que entrara la novia, y el resto del día estuvo excelente. Esa circunstancia llegó a convertirse en parte integral de la anécdota. La lluvia empezó a formarse al principio, explicaba yo, mientras los ángeles contaban los invitados para verificar que yo no me hubiera hecho el huevón con una docena de viejitos. Una vez comprobaron que los números cuadraban, San Pedro dio la orden y se despejaron las nubes.

¿Creo realmente que el hecho de que yo hiciera un gesto simbólico en favor de unos ancianos tuvo alguna relación con el buen clima que imperó durante la ceremonia? Déjenme exponerlo de esta manara. Si así fuera, la causación sólo tendría dos explicaciones posibles: que un Dios Todopoderoso hubiera decidido recompensar mi generosidad, o que de alguna manera la satisfacción de los ancianos hubiera impactado el clima. La primera explicación no me parece posible. Si existe un Dios o no es un amargo conflicto entre escépticos y creyentes en el que no veo necesario enfrascarme para resolver esta duda. Es claro, observando cómo funciona el mundo, que aún de existir, Dios no opera así (en otra ocasión hablaré más en detalle de mis ideas sobre Dios). Y la segunda tampoco la veo viable. Y una vez más evito enfrascarme en la discusión más profunda de si existe ese tipo de habilidades mentales, y me limito a señalar que los ancianos no sólo no tenían idea de quién les había regalado el huevo de más, sino que ni siquiera sabrían que eso había ocurrido.

Un escéptico seguramente, viendo cómo me esmero en eludir los argumentos más generales y profundos, seguramente me considerará pusilánime, en el mejor de los casos, o un febril Creyente, en el peor. De hecho en esa época yo tenía una idea muy clara de lo que pensaba, y continuamente la articulaba, si no clara, al menos extensamente. Sin embargo, negarme a discutirlos en esa instancia es una muestra de mi actual filosofía: esas preguntas, esas discusiones no valen la pena.

En realidad, ahora creo que el benévolo clima fue tan sólo un golpe de suerte. Ciertamente, a lo largo de mi vida me he considerado alguien con muy buena estrella (éste es otro de los temas en que al menos parte de la comunidad de escépticos no cree. Y esto es extraño, porque aún Carl Sagan parecía reconocer que la suerte es algo real. Incontrolable, pero real). Y por supuesto que no me arrepiento de haber tenido ese comportamiento supersticioso. En el peor de los casos, es un excelente tema de conversación.

Una pregunta más interesante, y posiblemente más difícil de responder para mí, es si en el momento en que llevé a cabo el gesto creía que eso en verdad tendría algún efecto. No lo sé, la mayor parte de los recuerdos que conservo de esos dos días son confusos, y borrosos, y están envueltos en una cursi neblina rosada de romanticismo y felicidad. Probablemente no. Sé que sabía que se trataba de un "cuento de viejas", un agüero más y siempre puede contarse con mi alma de ingeniero, que se muestra con todo su esplendoroso plumaje en los momentos menos esperados.

Pero creo, o al menos así lo espero, que en lugar de enfocarme en motivaciones, o en lo ridículo, vergonzoso o irracional que el gesto podía ser, pensé más bien en el huevo de más para cada viejito.