Friday, February 16, 2007

Nuevo Inquilino

Tres días, dos trasnochadas, como veinte fotos, e incontables cambiadas de pañal después, empiezo oficialmente el relato donde les cuento que el benjamín de mi familia, Juan Pablo Torres Cala, llegó al mundo el pasado 4 de Enero, a las 8:07 AM.

Cuando nació medía 50 centímetros, y pesaba 3250 gramos. Es decir, un poco más pequeño y muuucho más liviano que Alejo (52, 3750). Ahora que la fecha esperada de parto había sido Enero 15, pero el ginecólogo de Bibi, teniendo en cuenta de que iba a ser hijo de la misma mamá y (con alta probabilidad, o al menos eso espero) del mismo papá que Alejo, muy sensatamente la adelantó una semana, es decir lo mismo que el otro, al 8 de Enero. Y luego de ver la última ecografía (del 20 de Diciembre), lo adelantó para el 4 de Enero a las 7:00 AM. (Esta fecha no me convenció del todo, porque el doctor llegó de vacaciones el 3, y como no teníamos ni idea de para dónde agarró, existía un pequeño riesgo de que el man la operara con jet lag)

Pasamos la Navidad y el Año Nuevo aquí en Bogotá, con las maletas listas, y cierto resquemor por el riesgo de que naciera en el período en que el doctor usual no estuviera en el país, y por tanto la operación tuviera que ser realizada por la doctora que nunca había visto a la Bibi. Y no nos daba precisamente tranquilidad el hecho de que todos miraran la descomunal barriga de mi esposa y, o preguntaran “¿Son gemelos?” o afirmaran “Huy, ese chino no llega a Enero”. (Ver la última foto de la panza de Bibi, quince minutos antes de la cesárea. Notar, sobre todo, la elocuente, aunque un tanto deslenguada, expresión de “tome su malparida foto de una vez y déjeme en paz, ¿sí?” Y mucho menos Alejo, que si tiene algún gen de paciencia debe ser recesivo, preguntando varias veces al día cuándo iba a llegar su hermanito.

Durante la espera, me dediqué a subir del depósito todos aquellos ítems que habíamos guardado de cuando Alejandro: coches, tinas, cargadores, corrales, etc. etc. Y a arreglar el cuarto. No fue la primera vez que me he dado cuenta de lo descomunalmente enorme que era mi anterior apartamento. Las habitaciones de este apartamento son bastante más pequeñas, así que fue necesaria una cantidad apreciable de bricolage para contar con el espacio necesario. Por suerte, uno de los cambios hormonales que los embarazos de Bibi traen en mí, es el despertar de mi habilidad manual[1].

El 4 nos agarró medio trasnochados, en parte por la emoción, en parte porque la barrigota a Bibi no la deja dormir bien, y en parte porque Alejo se pasa todas las noches a nuestra cama. Pero, obviamente, con semejante sobredosis de adrenalina, no se sintió mucho el efecto del trasnocho. Muy puntualitos llegamos a la Santa Fé a las 6:55 (pese a que salimos un poquito tarde, por mi culpa, así que fui siendo regañado la mayor parte del camino, pero valió la pena por la satisfacción del “jah!” proferido cuando consultamos la hora al llegar). Nosotros ya sabíamos que Bibi iba a estar solamentedos días hospitalizada, y por eso nuestro equipaje se limitaba a una maleta, tres morrales y un maletín.

Como a las 7:45 ya metieron a Bibi al quirófano, y casi inmediatamente me pidieron que me cambiara para seguir a la sala de partos. Las cosas han cambiado desde que tuvimos a Alejo: en esa época, solamente me dejaron llegar a una salita que quedaba apropiadamente alejada de la sala de operaciones. Ahora, no sé si para incrementar la participación paterna en todo el proceso, o para poder culpar al papá si el muchachito se refunde o lo confunden con el gordo que llegó a coserse el estómago; yo hubiera podido, de haber querido, entrar a presenciar la intervención. Pero, como le dije al doctor cuando me invitó, cuando quiera presenciar ese tipo de espectáculos, alquilo “Hostal”. En cambio, esperé en el cuartito de al lado a que sacaran al recién llegado.

Es indescriptible la sensación que produce ver el bultito, algo hinchadito por el esfuerzo, amoratado, tiritando de frío, indefenso. Obviamente, chillé como una nena cuando me tocó ponerle la primera mudita, cosa que hice bajo la vigilante mirada de las dos enfermeras que me miraban como listas a evitar que le pusiera un patín en la cabeza, o algo así. Y claro, uno pierde práctica en esos menesteres, sobre todo porque ha olvidado la ostensible fragilidad de sus cuerpecitos. Casi no reconoce uno al feroz alien que hacía llorar a Bibi con sus patadas.

Durante el rato que estuve haciéndole compañía al hinchado ratoncito, me dediqué a notificar telefónicamente a la familia. Durante la primera hora de vida, Juan Pablo estuvo gimiendo. Los doctores y enfermeras pasaban periódicamente, lo examinaban y anunciaban que tendrían que examinarlo más detenidamente si no se interrumpía el quejido para la próxima, pero que no me preocupara porque era normal en algunos recién nacidos. Este proceso se repitió tres veces, y por suerte cesó voluntariamente porque yo, con los pelos de punta y después de haberle cantado no los encontraba particularmente confiables.

Ante sus quejidos yo lo acaricié, le hablé, le canté, y nada. Me daban ganas de sacudir por las solapas al siguiente médico que pasara para que me explicara qué diablos tenía el niño, y si le estaba doliendo. Yo siempre los miraba con expresión de “Claro que le duele, pelotudo (a), ¿por qué si no iba a gemir?” Sin embargo, en parte por mi cortesía, pero sobre todo por mi convicción de que todos los médicos llevan consigo a todas horas tanto un bisturí oculto entre sus ropas como un conocimiento detallado de los puntos más vulnerables del cuerpo humano, me contenía de decirlo en voz alta.

Aunque debo aceptar que el quejido fue útil, ya que pude utilizarlo como banda sonora de las llamadas que hice para avisar de la llegada de Juan Pablo.[2] Todos, como era obvio, se emocionaron y se llenaron de felicidad (o lo fingieron muy bien), pero la reacción más memorable fue la de Alejo. Cuando me lo pasaron y le conté que ya había nacido su hermano me dijo con esa entonación impaciente de quien pide algo que le corresponde por derecho: “Ay, vengan para la casa”. Con mucha suavidad le expliqué que la mami no podía ir a la casa aún, que le iba tocar a él venir a visitarnos. Lo escuché decir “Qué estamos esperando?” y a continuación el teléfono se llenó de un silencio expectante. Un momento después habló su abuelita: “Alejandro botó el teléfono, y salió corriendo a su cuarto, quitándose los pantalones”. Hasta ahora no ha vuelto a desvestirse o vestirse sin ayuda con tanta rapidez y, en efecto, una hora después estaba en el hospital consintiendo a su hermanito.

La primera cambiada de pañal, y bañada, y sacada de gases no escondieron ningún secreto para mí, veterano de mil batallas anteriores. (Aunque debo decir que al enfrentarme al meconio[3] a plena luz del día me di cuenta de lo verdaderamente repulsiva que es esa mierda[4]. Citando a Robin Williams, es una mezcla de desechos radioactivos con velcro. Y, por algún motivo, Juan Pablo no lo expulsó de un solo golpe, sino fue más espaciada. Y para eso, por supuesto, sí no estaba preparado, para una carrera de resistencia. Por supuesto. Murphy siempre está con nosotros.

A diferencia de Alejo, Juan Pablo nació con el mismo tipo de sangre que Bibi, y por tanto no presentó ictericia. Eso significa que no tuvo que pasar la primera semana de su vida extendido bajo una lámpara, como cualquier mata de marihuana hidropónica. Y eso también significa que nos lo llevaron inmediatamente al cuarto. Bueno, de hecho a Alejo también lo llevaron inmediatamente al cuarto, sólo que lo recogieron apresuradamente una vez se dieron cuenta que empezó a ponerse amarillo. En fin, a raíz de esa afortunada circunstancia pudimos devolvernos a casa ese mismo viernes. (Hubiéramos podido quedarnos hasta el sábado, pero Bibi ya extrañaba dormir en su camita) Así que no mucha gente alcanzó a pasar a visitar al recién llegado a la clínica, prácticamente sólo lo hicieron sus abuelos y hermano.

Las peripecias de un recién nacido normal pueden parecer algo aburridas[5], a menos que sean contadas por uno de esos grandes literatos capaces de tomar cada uno de esos mundanos tesoros y retratarlos en una escena que no resulte prosaica, sosa o cursi. Ya saben, como Dan Brown, o Paulo Coelho. Uno de esos. Por eso yo me concentro tanto en las cambiadas, y toda clase de travesuras excretorias (¿les conté que hace ocho días le orinó el almuerzo a la abuelita?).

Sin embargo, visitar a un recién nacido normal es en verdad entretenido. Pueden verlo bostezar (antes de comer), escucharlo pujar (mientras come) y sonreír (después de comer). Pueden ver al hermanito, haciendo toda clase de monerías tiernas, como abrazarlo, alzarlo, cantarle (no sólo se dio cuenta muy astutamente que la mejor manera de mantener la atención sobre él es monopolizando la labor de señalar el nuevo objeto digno de atención sino que adora al hermanito), y conmoverse viendo como Juan Pablo busca inmediatamente a su hermano al escuchar su voz, y generalmente le sonríe. Pueden alzarlo, y ver que está enorme, y luego compararlo con Alejo y ver que los dos van a ser gigantescos. Pueden escuchar a la mamá medio somnolienta contar los truquitos nuevos que ha aprendido. (Ella. Que ha aprendido ella. Como reconocer las caras que pone para hacer caca. ¿Ven? No puedo mantenerme alejado del tema). Pueden escuchar al papá lamentarse dolorido porque esta vez no ha tenido la oportunidad de ayudar tanto en la noches porque Juanpis duerme bien (y, si son observadores, pueden detectar el brillo de unos ojos satisfechos y bien descansados). Pueden ….

De hecho, ¿qué diablos hacen perdiendo el tiempo en Internet en vez de ir a visitar a Juan Pablo?



[1] La vez pasada, es decir, cuando Alejo, instalé más de una docena de chapas, puertas y otros artefactos de madera. Esta vez, armé dos muebles de hágalo usted mismo, que quedaron aproximadamente como en la gráfica (lo que no es ninguna lagaña de mico para alguien de mis modestas capacidades motrices), e instalé una lámpara. (De hecho también iba a instalar unas repisas en el cuarto, pero por suerte mi hermano pasó por el apartacho en el momento equivocado y Bibi lo puso a taladrar)

[2] Sólo llamé familia cercana: padres y hermanos, de Bibi y míos. A ustedes les aviso por el blog, casi un mes después.

[3] No, no es un personaje de caricatura, usted está pensando en Pomponio. Esto es meconio.

[4] Já, já, já

[5] Y no lo digo yo solo. Alejo, quien lo adora y vive consintiéndolo y dándole picos, ya ha dicho en un par de ocasiones “Juanpis sólo sabe llorar, comer y dormir”. De donde, además, se deduce que no nos ayuda a cambiarle el pañal a su hermanito.