Sunday, September 30, 2007

Esclavo de Facebook

Hace un par de semanas decidí subirme al bus tecnológico-cultural más reciente, y abrir mi cuenta en facebook.

Si usted está leyendo este blog, es altamente probable que ya sepa qué es facebook, e incluso ya tenga su propia cuenta. Pero, sólo por si está usted leyendo en una hoja impresa o un pergamino manuscrito, he aquí una rápida definición de facebook. Según ellos, "Facebook es una utilidad social que conecta a la gente con amigos y otros que trabajan, estudian y viven alrededor de ellos". Ahora que esta definición está escrita en la neolengua de Internet, así que requiere algo de traducción:

La palabra social quiere decir que no tiene una promesa clara de valor para el usuario. No le ofrece entretenimiento, ni la oportunidad de volverse rico, ni de conocer nuevos amigos, ni siquiera la quimérica oportunidad de levantarse una nena buenísima (creyendo que lo está basándose en la foto que ella escogió después de tomarse un centenar, en el improbable caso de que en efecto sean fotos propias).[1] La palabra utilidad en ese contexto, significa que jamás será usado para nada ni siquiera remotamente útil.

Y la palabra alrededor también se usa en un sentido distinto al físico. Después de todo, sería mucho más fácil decirle un Q'hubo, qué más al vecino de cubículo que mantener un website con información personal, y pasar todo el día mirando subrepticiamente sobre el hombro para ver si finalmente leyó su status, que anuncia que usted tiene un brazo roto.

En el pasado, había recibido invitaciones para unirme a diferentes grupos de amigos (Sonico, Hi5, Ringo), pero como generalmente venían de las mismas personas que me enviaban correos que Conviértete y cree en el evangelio o El mundo es bello o Si se toma esa lata de cerveza sin lavar, le van a quitar los riñones y lo van a dejar sin ojos frente al supermercado así que me había mantenido medio alejado, pensando que podría ser viral. Decidí unirme a facebook cuando recibí la invitación de alguien que jamás enviaba correos grupales, y tampoco tenía el aspecto de niño asomado a la ventana suplicando a todos si quieren ser su amigo (no mucho, al menos), pensando que si este loco lo utilizaba, entonces facebook debía ser algo menos adolescente, y quizá útil... Oh, qué equivocado estaba, no sospechaba que en realidad se trataba de algo mucho más insidioso.

Inicialmente, no estaba muy seguro de lo que podía esperar de facebook. ¿Era una especie de directorio? ¿Era una especie de correo electrónico? ¿Era un blog? Obviamente aún no me desprendía del paradigma de que si uno iba a conectarse a Internet y teclear como un desesperado durante tres horas, necesitaba un propósito.

Después de configurar mi cuenta y sufrir mi primer desencanto (¿Y eso es todo? ¿Una pared donde la gente escribe mensajes de graffiti? ¿Para qué necesita uno mensajes de graffiti si tiene correo electrónico?), lo analicé un rato hasta que me di cuenta que del poder del cibervoyeurismo. Un correo electrónico está muy bien, pero tiene el inconveniente de limitar la conversación al remitente y el destinatario, a menos que uno de los dos envíe copia oculta a otra docena de personas, lo que suele considerarse en contra de la Etiqueta. Y, claro, que todas los amigos le digan a uno que lo quieren, que uno es una putería, etc. está muy bien también, pero es diez veces mejor que lo hagan en un sitio público donde todo aquel que pase pueda leerlo. Además, ¿cómo más se van a enterar todos que alguien del curso le decíamos Carearepa o El Costra?

Y de hecho éste fue tan sólo el primero de los muchos cambios que el concepto de facebook ha tenido en mi mente, como será evidente más adelante.

Cuando la cuenta queda lista, uno se enfrenta a la primera decisión: ¿qué es un amigo? El tipo con el que me conozco desde que estaba en bachillerato y me emborracho regularmente no tiene cuenta aún, ¿será un sucedáneo aceptable el vecino de parqueadero con el que a veces me cruzo? ¿Y si es el vecino del apartamento del frente, a quien me encuentro regularmente pero que no soporto? Al final, entendiendo que internet ha redefinido las relaciones humanas, utilicé un criterio relativamente amplio, y terminé añadiendo a todas aquellas personas cuyos datos habría almacenado en una agenda.

Una vez tuve mi lista inicial de amigos (unos 20, primordialmente del trabajo), me encontré que debía esperar a que mis amigos confirmaran que en efecto lo eran. Generalmente trato de no poner mi ego en una situación tan riesgosa, ¿y si todos rechazaban mi solicitud, razonando que ser amigo mío en el mundo real es una experiencia lo bastante confusa sin necesidad de transplantarla al ciberespacio, y me quedaba tan sólo con el tipo que me invitó a mí? Me imaginaba a los administradores de sistema sacando reportes de uso, y codeándose ante el usuario con un sólo amigo. Aunque sé que es un evento muy poco probable, incluso una probabilidad de uno entre un millón parece excesiva si este evento es que un supernerd por definición se ría de uno por tener pocos amigos.

Pero mis temores resultaron infundados, y todos los invitados contestaron que bueno.

Cuando llegué al otro día al trabajo me sentía algo emocionado. A medias esperaba un saludo secreto entre los demás miembros, o cuando menos una efusiva bienvenida. Que, por supuesto, nunca llegó. Aún tenía la idea equivocada sobre facebook, lo consideraba una logia. El primero de mis cofrades con que me crucé esa mañana es un tipo, muy buena gente, que se sienta en el cubículo diagonal al mío que, por una feliz coincidencia, había confirmado su amistad conmigo el día anterior.

—Q'hubo hermano, ¿qué más? ¿Está en facebook, no?—dije animadamente. Mi amigo, en cambio, se vio algo incómodo.

—Eh… ah… sí. Sí, es muy chévere…—contestó evasivo.

Yo estaba convencido (equivocadamente) de que facebook sería un excelente tema potencial de conversación: cuándo se inscribió, quién lo invitó, qué opina, etc. Si el tipo no había arrancado, seguramente se debía a un deficiente lance de entrada, así que intenté una vez más, esta vez con un tema menos cotidiano para garantizar el diálogo:

—¿Conque es un zombie de tercer nivel, no?

Él tipo no contestó directamente, sino que exclamó: "¡Maldito facebook!"

Ahora, que no especificó por qué lo maldecía. ¿Porque facebook le facilitaba perder el tiempo en un juego tan inútil como el de los zombies? ¿Porque además de lo anterior yo me había dado cuenta, y preguntándole lo había divulgado a los cuatro vientos? ¿O simplemente porque el tipo del cubículo diagonal había encontrado finalmente una excusa para hacerle visita?

Ante tal ambigüedad, decidí dar por terminados mis intentos de conversación. Y se me ocurrió que quizá era una transgresión a la etiqueta de facebook. ¿Era facebook como un Club de la Pelea, donde la primera regla era no discutirlo?

Eliminada la opción de hablar de facebook fuera del ciberespacio, sólo me quedaba la opción de conectarme y ver qué podía hacer con mis amigos en línea. Mis alternativas eran más bien limitadas: además de catalogarlos, y ordenarlos por distintos criterios, únicamente podía ponerme a averiguarles la vida, sus preferencias, experiencias y, en algunos casos, signo zodiacal. Mirar sus fotos, leer lo que todos les escribían en la pared. Esta es la razón por la que las consultas a facebook requieren un tiempo progresivamente mayor: imaginen un proceso de investigación sobre un tema que cada vez va en aumento.

Además, facebook, mediante esta información, le permite interactuar con sus amigos sin necesidad de comunicarse con ellos. Puede uno ver cuál ha visitado las mismas ciudades, escucha la misma música, disfruta actividades afines, ha dado respuestas similares a preguntas aleatorias, etc. Uno verifica el estado para ver cómo se está sintiendo, y como usualmente este estado es completamente explicativo, no necesita llamar a pedir detalles. Se da cuenta si está buscando o no novia, para presentarle (a través de facebook, por supuesto) un amigo/amiga. Chequea los álbumes de fotos para ver qué tanto se divirtió en la última reunión a la que uno no estuvo invitado. En fin, eliminando todos los requerimientos de contacto, facebook ha facilitado significativamente las relaciones humanas.

Todo este ciberfisgoneo lo lleva a cabo uno mediante aplicaciones que se adicionan a facebook[2]. Las aplicaciones de facebook son múltiples y diversas, pero se encuentran dentro de cinco categorías muy bien definidas:

  • Aquellas cuyo objetivo es mostrar lo interesante que es uno (a dónde he viajado, cuál es mi horóscopo chino, cuál es mi aforismo de hoy)
  • Aquellas cuyo objetivo es mostrar lo buena gente que es uno (envío de regalos, cervezas, horóscopos, pensamientos positivos y galletas de la suerte)
  • Aquellas cuyo objetivo es demostrar que uno es mejor que sus amigos (todos los jueguitos caen en esta categoría, donde la mejor parte es un score que compara sus resultados con los de su combo)
  • Aquellas cuyo objetivo es demostrar las capacidades de liderazgo de uno, en particular la capacidad de convencer a un grupo enorme de gente de volverse vampiro, o ninja, o jedi, o entrar a Mardi Gras, o asistir a Oktoberfest, o cualquier otra banalidad similar
  • Aquellas cuyo objetivo es compararlo a uno con sus amigos, y determinar claramente el orden social de los grupitos

Aunque, cada vez más frecuentemente, son una mezcla de todas las anteriores.

Ahora que de todas las aplicaciones, la más importante, o al menos la primera que uno ve si entra a su página "home", es la de las noticias. Este es un listado de eventos donde muestra las actividades y cambios que sus amigos van teniendo. De hecho uno puede configurar el nivel de detalle de las historias, pero el que viene por defecto es del estilo de "Pepito tecleó una x".

Fue al darme cuenta de esto, que tuve otra revelación sobre la naturaleza de facebook. Había llegado a la conclusión que era simplemente una lista de amigos, pero ahora me di cuenta que de hecho el amigo era facebook. Pues, ¿con quién era que yo interactuaba continuamente? No con Toño, o Bibi, o Mario, no. Era con facebook.

Y no es un amigo común y corriente. Es un amigo chismoso, que me tiene al tanto del más mínimo movimiento de los demás —Juanita es ahora amiga de Margarita Osuna (cuando yo no tengo ni la más remota idea de quién es Margarita Osuna), Mario subió nuevas fotos, Bibi cambió su perfil con sus nuevas preferencias sexuales, Christian jugó al World Traveller IQ y sacó 432,560—. Es un amigo lagarto que continuamente está prestando los juguetes de los demás. Es el amigo harto que compensa todas sus falencias presentando entre sí a sus conocidos, y generalmente haciendo el papel de traficante de favores —Yo no sé jugar basketball, pero aquí le traigo este man para que arme el equipo de su colegio; yo no tengo carro, pero este tipo lo ayuda con su trasteo; yo no tengo ni idea de cálculo, de hecho estudio culinaria, pero este loco le explica lo de las integrales; yo trabajo en otra empresa, pero tengo una amiga en recursos humanos allá donde usted quiere trabajar, páseme su hoja de vida—, como un Stingray de pacotilla.

En fin, facebook es la clase de amigo perdedor que usted conoce generalmente porque venía adosado a otro grupo de amigos (y que si uno se pone a indagar se da cuenta que nadie del grupito recuerda haber sido el que lo trajo), aquel al que usted sólo llamaría a una fiesta si no tiene otra alternativa, y cuyas llamadas sólo responde después de meditarlo un buen rato. Y aún así, vea usted la cantidad de tiempo que usted está pasando con él.

La configuración de la cuenta de facebook es una tarea por definición interminable. Nuevas aplicaciones van apareciendo, y cada vez más amigos van matriculándose. (Yo, que de haber nacido en la edad media habría sido el ermitaño que vivía en la torre más alejada y le echaba plomo fundido a los peregrinos que pedían posada, voy en setenta y tantos). Poco a poco, uno se da cuenta que su más asiduo remitente en el correo electrónico es facebook: Pepito quiere ser tu amigo, Juanito te invitó a participar en (aquí inserte cualquier actividad increíblemente divertida en la vida real, y que sea suceptible de interpretarse como un soso intercambio de mensajes), Perencejito lo marcó en una foto. Y que, para mantener sus mensajes al día, uno resulta conectándose en la mañana, a mediodía y en la noche. Por horas y horas.

Y entonces, se da cuenta de la verdadera naturaleza de facebook. No es un amigo absorbente. Es una novia absorbente y brava, con la que hay que reportarse continuamente. Bajo esa óptica, resulta obvio que todas las invitaciones a conocer nuevos amigos, y participar en nuevas actividades es sencillamente un truco para controlarle a uno la vida. "Camine nos tomamos una cerveza. No puedo, tengo que actualizar facebook, pero ahí le mandé un tequila." "Ole, ¿por qué no vino al asado? ¡Perso si ustedes ni siquiera lo publicaron en facebook!" "Oiga, ¿finalmente qué pasó con la tetoncita borracha de la otra noche? Pues nada, la vieja ni siquiera tiene cuenta en facebook."

En este momento, sólo una decisión es sensata si tengo intención de conservar algún control sobre mi vida: debo terminarle a facebook.

P. D. Dos semanas después de terminar este artículo, no sólo no he cerrado mi cuenta en facebook, sino que activamente estoy reclutando nuevos miembros y cargando cuanta aplicación nueva veo.

¿Usted creyó que era difícil terminarle a la flaca de frenillo que se rumbeó en la fiesta de segundo semestre, y que comenzó a presentarlo como "su novio"? (O, para las mujeres, el flaquito de gafas y acné que después de la fiesta empezó a invitarla a juegos de rol todos los sábados) Intente hacerlo con facebook.

Y, mientras lo hace, vea este video en YouTube, alusivo y divertido.


[1] Ahora que la mayor parte de usuarios de hecho esperan uno o varios de los ítems mencionados, pero esto no es más que un astuto engaño de facebook.

[2] Incidentalmente, la mayor parte de ellas no es desarrollada directamente por facebook, sino por gente que se dio cuenta, o más bien cayó en la trampa, de que facebook es de hecho un programita muy chimbo que no sirve para nada en sí mismo.

Tuesday, September 25, 2007

Cosas que Pasan

No sé ustedes, pero yo tengo la clara sensación de que en mi vida cada vez pasan menos cosas.

Por supuesto que estoy seguro de que se trata de un tema de percepción. Ahora que no quiero decir que hoy día tengo la percepción, correcta o equivocada según desde donde se la mire, de que mi vida es aburrida, sino que el mismo hecho de que ocurran o no cosas en la vida de alguien depende de que sean percibidas como eventos. O, por decirlo de una manera más seudofillosófica: Si un árbol me cae encima y yo no lo escucho, no hace ruido. Aún si una vez consiga arrastrarme de debajo del discreto árbol deba salir a buscar apresuradamente un sitio donde me atiendan mis múltiples fracturas.

Siempre he pensado que el tiempo cada vez transcurre más rápidamente y, según las encuestas informales que he hecho a varias personas, generalmente embriagadas, lo que garantiza su honestidad, a los demás les pasa lo mismo [1]. Yo creo que este hecho soporta mi teoría. El cerebro humano no mide el tiempo en horas y minutos sino en eventos –fíjese que cuando uno hace muchas cosas en el trabajo la mañana se le hace eterna, mientras que si se dedica tan sólo a una tarea el día se vuela sin que uno se de cuenta, razón por la que la mayor parte de la gente no trabaja tanto: ¿a quién le va a gustar sentir que pasa un tiempo más largo en la oficina? –, así que esta observación es completamente correcta, como puede observarse en el monacho.




Monacho 1: Las barras verticales representan eventos

Hay, al menos en mi caso, memorias que parecerían contradecir mi teoría. Pues si hay un recuerdo de infancia claro que tenga, es el de esperar horas interminables a que algo pasara y, de nuevo llevando a cabo encuestas informales y sesgadas, he llegado a la conclusión de que esto es un tema común. En mi caso, ese algo solía ser el inicio de la programación de la tarde (he aquí un concepto alienígena para las nuevas generaciones: Cuando yo era niño además de que solamente contábamos con dos canales –tres si uno contaba el 11, pero la programación de ése era principalmente cultural, así que yo no lo hacía–, la programación empezaba, a las 4:00 PM entre semana y las 8:00 AM los fines de semana. Una hora antes del inicio, la estática era reemplazada por el escudo de Inravisión, que llegué a conocer en todo su obsesivo detalle) con "Tuco y Tico, Las Urracas Parlanchinas". Si mi teoría es cierta y al principio de la vida ocurren mas eventos ¿por qué ese aburrimiento?

Por dos motivos, principalmente: primero, porque si el cerebro mide el tiempo basándose en los eventos, la sensación de espera de cinco minutos a los seis años equivaldrá a la de doce horas a los treinta. Y segundo, porque al estar habituados a los eventos que suceden uno tras otro, no pueden manejar los períodos en que nada ocurre. En otras palabras, la misma naturaleza de sus vidas los tiene malacostumbrados. De hecho cuando Alejo se queja porque las propagandas son muy largas, o el Playstation se demora mucho en cargar, o la tarea está demasiado larga no puedo dejar de mirarlo por encima del hombro y pensar: ¡Já! ¡Pequeño malcriado! Espere que le toque hacer la cola para cambiar la cédula, para que sepa lo que es una espera monótona…

Ahora, ¿por qué habrían de ocurrir más cosas al principio de la vida que al final? Posiblemente por la novedad. Un evento es algo notable, digno de mención, que deja huella en la mente. El primer día de trabajo, no el centésimo cuarto. Más o menos hasta los veinte años, cada cosa que le ocurre a uno es notable: la pelea más fiera, el peor regaño, la niña más linda, la materia más difícil, el golpe más fuerte, el guayabo más duro, la pocheca más redondita… si uno mira con atención se dará cuenta que más o menos la primera docena de cualquier cosa tiene un alto potencial superlativo. En cambio, después, por definición, la vida se vuelve monótona: Una vez pasada la primera docena, ya los hechos no se distinguen unos de otros, y dejan de constituirse en eventos. Y no quiero decir que sean aburridos, porque no necesariamente lo son, sino que sencillamente dejan de ser únicos. Alguien muy rumbero no comenzará a aburrirse en las fiestas porque ya haya estado en mil, sin embargo seguramente no diferenciará en su memoria una de otra, y no recordará con claridad lo que pasó en cada una de ellas.

Claro que ahora que lo pienso, esto mismo debe pasarle con las primeras fiestas, en particular si salieron muy buenas. Así que quizá no sea el mejor ejemplo, pero bueno.

Algo que con toda seguridad contribuye a que las cosas pierdan su condición de evento es entrar a la etapa productiva de la vida. Por más que uno ame su empleo, no deja de ser un empleo, y al fin de cuentas, por más que cada día sea distinto la idea de cada día es igual: levántese, trabaje, regrese. Y no importa si es un trabajo aburrido o interesante. Me atrevo a afirmar que aún a Superman le ocurre esto. Después de todo, una vez uno ha salvado la tierra de Lex Luthor, ¿qué tan diferente es salvarla de General Zod? [2]

Y si no es convincente el ejemplo con el empleo de superhéroe, tengo uno real: en una entrevista a Ron Jeremy, un famoso actor porno (aclaro que la vi en HBO, en un especial sobre actores, antes de que se pongan suspicaces. No porque no haya visto una cantidad suficiente, y probablemente más, de películas XXX, sino porque cuando lo hago no es precisamente para ver entrevistas) quien decía como si tal cosa que en sus películas se había acostado con "unas dos mil mujeres, sumando o restando docientas". Claramente para Jeremy su empleo es probablemente tan aburrido como la contaduría. Y eso que la mayor parte de sus compañeras son jovencitas veinteañeras, con cuerpos cuyo único defecto puede ser el exceso de exhuberancia, y obligadas, bien por el libreto o por sus propias inclinaciones, a ser particularmente complacientes. ¿Se imaginan tener un factor de tolerancia de docientos polvos? ¿Y probablemente no recordar con claridad más de la mitad de los otros?... Si bien yo no puedo hacer alarde de un número tan alto de compañeras, al menos me queda la satisfacción de saber que recuerdo en todo su detalle a todas y cada una de ellas. Continuamente. En ocasiones, varias veces al día.

Volviendo al tema que nos compete, el hecho de que la frecuencia de los eventos disminuya con el tiempo tiene varias consecuencias notables, la más simpática de ellas siendo que a medida que uno envejece, en las reuniones con los amigos se cuentan cada vez más frecuentemente las historias de siempre. ¿Siempre se preguntó por qué su papá repetía los mismos cuenticos cada vez (y además, por qué ninguno de sus amigotes le hacía notar que era, palabra por palabra, inflexión por inflexión, lo mismo que había dicho hacía ocho días; pero sobre todo por qué todos se reían a carcajadas como si no se supieran el cuento)? Muy simple. Porque ni a su papá ni a sus compañeros de farra les pasa nada desde uno o dos años antes de que usted naciera.

Y la otra gran consecuencia, esa un poco más tétrica, es que uno pierde la capacidad de reconocer cosas nuevas que le pasen, y de relatarlas convincente e interesantemente. Y por eso es que es muy poco frecuente que se matriculen nuevas historias al repertorio, y los tipos resultan recordando una fiesta de hace tres años, en lugar de comentar la reunión de hace quince días donde dos de ellos se agarraron a trompadas, otro estuvo golpeándole la puerta del cuarto de la empleada, uno más acabó el carro contra el poste de la esquina, y el último vomitó la casa del perro.

Bueno, creo que eso es todo lo que tenía que decir de este tema, pero ahora que lo pienso, me queda la sensación de que había una razón específica por la que empecé con este tema. ¿Por qué fue que comencé a pensar en las cosas que pasan?...

Ah, sí, porque el sábado pasado iba en bicicleta para la oficina, y un carro que hizo un cruce prohibido me estrelló. No me pasó nada.



[1] Es cierto que la ficha técnica de la encuesta puede mostrar cierta distorsión, puesto que el grupo de borrachos a los que hago la pregunta se repite periódicamente

[2] Aunque no le expondré esta idea a mi hijo, quien a sus cinco años es capaz, y está totalmente dispuesto, a impartir una conferencia de tres horas, exponiendo claramente las diferencias