Friday, April 27, 2007

La ventaja de los Paras

Usualmente lo que escribo tiene, o quiere tener, un toque humorístico. Esta pieza no. Esta pieza trata de ser seria, lúgubre, triste. Por eso mismo es corta. Me resultaba difícil avanzar en las otras, más ligeras en la que estoy trabajando, sin sacarme esto de la cabeza, y una vez terminada me encontré con el dilema de publicarla en este blog, originalmente creado para nimiedades. Pero, en últimas, el objetivo de estas páginas era una radiografía de lo que se me pasa por la cabeza, así que, hela aquí.
Si busca la sonrisa o ligereza que generalmente trato de ofrecer, queda excusado de continuar. Sin embargo, si decide leer este artículo, coméntelo, dialoguemos. Me interesa su opinión. Habiendo leído los threads de comentarios que siguen a cualquier columna de Semana o El Tiempo relacionada con un tema tan polarizante, ya sea por Antonio Caballero o José Obdulio Gaviria, soy conciente de que existe el riesgo de que la sección de comentarios se convierta en un muro lleno de graffitis injuriosos, pero creo que la limitada audiencia de este blogconstituirá la mejor defensa contra ese mal.
WT


La razón, o mejor una de las razones, pero una de los más grandes, de que hoy la fiscalía esté buscando 30,000 cadáveres en Colombia, es que la gente tiene la idea de que debe escoger entre paramilitares y guerrilla.

En una de las escenas borradas de la película Pulp Fiction, Mia (Uma Thurman) expresa su teoría maniquea sobre la humanidad: existe Gente de Elvis, y Gente de los Beatles. A la Gente de Elvis les pueden gustar los Beatles, y a la Gente de los Beatles le puede gustar Elvis, pero a nadie le gustan los dos por igual. Al final de cuentas se elige uno de los dos, y esa elección dice quién es cada uno. En la película es una idea interesante, hasta profunda, que incrementa el misterioso atractivo de Uma. Pero uno tiene que darse cuenta que la profundidad de esa idea sólo se sostiene en un universo Tarantinesco; violento, absurdo, pero simple. En nuestro pobre país, que pese a lo violento y absurdo no tiene nada de simple, una verdad tan sencilla no se sostiene. Pero la gente cree que sí. Azuzada por los medios, el gobierno, la oposición y los violentos, todos estamos convencidos que se es blanco o negro, que se apoya a un bando o al otro, que el que no está conmigo está contra mí. Y gracias al desprestigio de la guerrilla, la gente escoge a los paras.

El efecto de esta polarización es que una actividad criminal tan aberrante como el paramilitarismo se filtró en la sociedad hasta tal punto que recibe el apoyo directo y hasta incondicional de gente que en otras circunstancias es íntegra y honorable. Claro que aquí es más o menos común que la sociedad condone, si no apoye, actitudes o actividades reprobables (el narcotráfico, la corrupción, la infidelidad, para no ir más lejos), pero hay una diferencia básica. Usualmente, el que hace gala de esa indiferencia permisiva sabe que aquello sobre lo que expresa su apoyo está mal. El que va a la fiesta de un traqueto, porque va a tocar Daddy Yanqui, puede que haga alarde de haber estado allí, generalmente no va a tratar de convencer a nadie, menos a sí mismo, de que el anfitrión es un hombre de negocios como cualquier otro. Y aunque casi todo el mundo se pasa el semáforo en rojo, o transita en pico y placa y soborna al agente de tránsito si lo pillan, la gran mayoría de nosotros no lo admitiríamos tan ufanos en frente a nuestros hijos.

El paramilitarismo es único porque mucha gente de bien lo apoya a ultranza, y están convencidos de que eso no tiene nada de malo. Me espeluzna la cantidad de veces que me ha ocurrido la siguiente escena: ante un titular en el periódico, o un comentario anodino, alguien de cuya honradez y compasión yo no tengo dudas dice espontáneamente algo por el estilo de Yo sí estoy de acuerdo con lo que hacen los paramilitares o Si me dan a escoger, yo me quedo con los paras. ¿Qué otro grupo criminal tiene la ventaja insalvable de estar tan metido dentro de la psiquis de un pueblo? A mi modo de ver, esas manifestaciones son tan aberrantes como Yo si estoy de acuerdo con los productores de pornografía infantil o Si me dan a escoger, me quedo con los apartamenteros.

Hace poco discutía con un amigo, quien no sólo se encuentra desde el punto de vista cultural sobre el 99.5% de la población, sino que es una persona afable, servicial y empática. "Yo sé que los paras no han sido unos santos, y que ahora son principalmente unos criminales comunes", decía "pero la función que cumplen era necesaria en un principio." Yo sacudía la cabeza, incapaz de entender cómo este tipo podía ser conciente de las atrocidades que cometían los paramilitares y aún así apoyarlos. Es claro que él estaba convencido de axiomas que para mí son evidentemente falsos (por ejemplo, que el principal objetivo de los paras fue defender a la sociedad de la guerrilla, que su participación en el narcotráfico ha sido reciente, y principalmente originado por la necesidad de financiar el enfrentamiento, o que la mayoría de sus víctimas están relacionadas de una u otra manera con la subversión o la criminalidad), pero no me parece que él escoja entre los paras y la guerrilla porque se crea esa propaganda. Al revés, pienso que se cree esa propaganda porque se hizo esa elección.

Lo que le pasa a mi amigo como persona le pasa a Colombia como país, y por eso estamos convencidos que es peor un secuestro que un homicidio (¿cuántas veces hemos oído el caballito de batalla de que "el secuestro es el peor crimen que existe"?), que doscientos soldados secuestrados pesan más que tres mil desplazados, que es peor tomarse un pueblo a punta de cilindros de gas que una masacre. Necesitamos convencernos de que no tenemos que escoger entre niveles de brutalidad tan aberrantes. Reconozcamos que el conflicto paras-guerrilla es, en últimas, una guerra entre pandillas, no distinta de la que se muestra en la saga del Padrino.

Por eso me parece importantísimo el informe que el tiempo ha publicado esta semana, describiendo con una precisión brutal y descarnada las prácticas de los paras, que no envidiarían Hannibal Lector, Leatherface o Jigsaw.

Yo creo, pese a toda la evidencia, que la gente en general es buena, y que hay más buenos que malos, y que si el país toma conciencia de ese nivel de salvajismo, esa violencia ejercida con tanta indiferencia y practicidad, el apoyo soterrado (o, en el peor de los casos, ostensible), va a desaparecer.

Porque mientras no lo haga, mientras haya un grupo criminal que cuente con los corazones y las mentes de la gente buena, ese pecado colectivo nos va a condenar al infierno. Y el infierno será, lamentablemente, nuestra propia patria.


Thursday, April 12, 2007

La Ausencia del iPod

Villano Invitado: Diego Alejandro Infante M.

Recibí este texto de un amigo. Me pareció que no sólo es absolutamente cierto, sino que captura tanto el tema como el tono que quiero mantener en este blog. Así pues, espero que lo disfruten tanto como yo lo hice.


Hace unas noches, tras una reunión para asuntos del arriendo de un apartamento, me vi sentado en el carro de un perfecto desconocido que se ofreció a aproximarme a un lugar donde yo humildemente pudiera “coger el bus”. Acabábamos de montarnos y estábamos hablando de esos temas que uno habla porque de todos son comunes, en este caso la música, cuando este me tira su iPod y me dice amablemente y con una voz de gomelo rebuscado “pues, ponga lo que quiera”. Cual sería mi pánico al darme cuenta que yo no sabía utilizar ese aparato. Y es que así sea sorprendente para todos, ¡yo no tengo iPod!.

Hasta ese momento no me había dado cuenta que tanto había evitado el tema aunque nunca había dejado de preocuparme. Estaba muy contento con la decisión de no comprar uno porque me rehusaba a comprar algo que costara tanto y su espíritu se redujera a unos cuantos gramos y un cable, pero qué, si mi antiguo walkman de hace 15 años costaba, con 5 kilos más, solamente quince mil pesos. Y no fue solamente el peso de su espíritu lo que me llevo a no comprarlo, era la larga lista de necesidades que creí que una persona puede tener antes de llegar al, a mi parecer carísimo, iPod, de hecho, me sorprende que esta escala se haya movido tanto como para que todo el mundo tenga y yo no; no sé si es que me perdí en un hoyo en el tiempo justo el día que los estaban regalando.

Ante mi conciencia de que era un ser con un órgano menos, fui juntando organelos asociados que me permitieran suplir las, que yo creía eran, necesidades que lo llevaban a uno a comprar un aparato de estos. Y fue de esa forma que organicé toda mi música en iTunes, plataforma afortunadamente muy útil ajeno al hecho de que uno tenga uno un iPod o no, y desempolvé mi discman que pone mp3 y funciona con pilas, si, créanlo o no, todavía funciona con pilas, de esas que uno acostumbraba a ir a comprar a la tienda porque en el pasado todo funcionaba así (y se que muchos de ustedes hace tiempo no cogen nada en la sección de pilas, ahora mudada al lado de la caja de los supermercados porque creían que la gente simplemente no las estaba viendo). De esta manera aprendí a utilizar mi iTunes para copiar las canciones que me comparten por USB, cosa que requiere de un omnipresente computador para poder hacerlo, y pasarlas luego del formato que solamente lee esta aparato y nada más en el mundo, a un formato universal en el que ya nadie tiene canciones, el mp3, para finalmente quemarlas en un orden casi temático y escucharlas en mi discman que meto en la maleta para que nadie me pregunte si es que es un nuevo modelo de iPod. De esta torpe manera y con la ayuda de otros aparatos que en agregado sumarán unos 10 kilos entre sustancia, cables y adaptadores, y que deben costar en suma alrededor de dos millones de pesos (incluyo por supuesto el computador), pude suplir satisfactoriamente mi necesidad de un iPod.

Pero a quién estoy engañando, no sé de qué será cuestión, y estoy seguro no es de edad porque he visto cientos de yuppies más viejos que yo que manejan el dichoso aparato ¡con un dedo!, pero todavía no tengo un iPod. No sé si está llegando la hora en la que mi hijo (que todavía no ha nacido ni en la imaginación de los más aventurados escritores de ficción) esté ya en capacidad de manejar mejor que yo algún pedazo de tecnología, síntoma y marca imborrable de una brecha generacional, o si es que simplemente en algún momento y sin explicación alguna me he vuelto inevitablemente un tonto. Al paso que vamos no me sorprendería que un chino viniera con iPod incluido, y además con la mirada desdeñosa que todo quien lo maneja, una vez más con un único dedo, tiene al mostrarle a uno en menos de un segundo toda su biblioteca de canciones.

Así que denuncio que no sé si soy solo pobre o viejo, pero para todos ustedes que tienen un aparato de estos les pido piedad, por algún azar del destino otros nos hemos quedado atrás, así que no pidan, y con una confianza como de quien pide se le pase un trapo, que ponga uno una canción de música en un aparato que tiene un único botón y una banda mágica que jamás he entendido. Si señores, así les cueste creerlo hay algunos de nosotros que todavía no tenemos un cochino iPod, pero apenas esto que me retiene de comprarlo deje de hacerlo voy a salir corriendo a comprar uno, así no pueda llegar nunca a prender el bendito aparato.