Todo el mundo, incluido yo, hizo el mismo chiste al reparar en el tamaño de la barriga de Bibi: Alejito, quien desde su nacimiento ha oscilado entre el 95% y 98% en tamaño y peso, será el pequeño de la familia. Así de panzona está. Por si esto fuera poco, por la manera como patea Juan Pablo, todo parece indicar que nuestro Angelito (y aquí les pido hacer memoria cuántas veces las historias sobre Alejo terminan con la sabia moraleja: “Es mejor atajar que arrear”) será igualmente el pasivo de la familia.
Durante nuestro primer embarazo, la pancita tardó bastante tiempo en manifestarse, hasta el punto que hasta el quinto mes yo consideré seriamente la posibilidad de cargar a todos lados con una copia de la ecografía para poder utilizar los puestos de parqueo y las cajas preferenciales en los supermercados. El crecimiento sólo se presentó hasta el mes séptimo, pero fue moderado. La barriga sólo salió de verdad durante las últimas tres semanas en las que, según nos explicaron los doctores, es el período de mayor desarrollo del feto. Si mal no estoy hasta el séptimo mes se están formando órganos, y después es sólo incremento de volumen.
Este nuevo mucharejo, en cambio, comenzó a exhibirse desde muy temprano, como puede apreciarse en las fotos. Hasta tal punto que durante los tres o cuatro días que precedieron la primera ecografía yo albergué la secreta esperanza de que fuera la parejita de mellizos. (Secreta, por supuesto, porque la mera idea de tener dos hijos a la vez le producía la risa nerviosa a mi esposa quien, pese a que yo me considero un padre bastante involucrado en la crianza de la descendencia, ha tenido a cargo como el 75% del esfuerzo.) Lamentablemente no tengo muchas fotos de Bibi cuando estaba esperando a Alejito, pero definitivamente no estuvo tan barrigona sino hasta mucho más tarde en el embarazo. Y tampoco sentimos patear a Alejo hasta más adelante, también, posiblemente mes sexto o séptimo, mientras que Juan Pablo es pateante desde el quinto.
La idea de que el cliché sea cierto y nos estemos enfrentando a otro miquito gigantesco e inquieto nos llena de pánico, aunque no por el motivo que ustedes creen: como a Alejo hubo que sacarlo mediante cesárea, la práctica médica actual es hacer lo mismo con toda la progenie subsiguiente. Y aunque una chamba en la panza no es precisamente una perita en dulce, al menos es un procedimiento controlado, a diferencia de los estragos que puede causar un cuerpo extraño de 4 kilos saliendo por…. Ya me dolió, si alguien quiere más detalles escabrosos similares, pues que vea Nip/Tuck. Pero divago… el temor es producto de extrapolar nuestro Calvincito y multiplicarlo por 1.1 en tamaño, peso y capacidad de destrucción.
Cuando Alejo empezó a gatear, muchos de nuestros amigos que ya habían tenido bebé nos decían, no sin cierto tonito de arrogancia, “Cuando nuestro bebé empezó a gatear, no recogimos nada m’hijita. Es que ellos tienen que aprender a que con las cosas de la casa no se juega”. Esa filosofía, descubrí, subestima en mucho la curiosidad de mi hijo (Y aquí especifico que en verdad fue su curiosidad la culpable de la mayor parte de los estragos, y no su capacidad o intención de destrucción. Las posee, por supuesto, y en generosa medida, pero esos estallidos son tan efectivos como precisos. Los daños que ha causado accidentalmente, intentando ver qué hay dentro de un marco de fotografías o el reloj cucú son más aleatorios, y por tanto más ubicuos.) Alejo, en efecto, aprendió la lección, pero solamente después de aprender muchas otras sobre resistencia de materiales. Es más, posiblemente aprendió que con las cosas de la casa no se juega porque el juego será mucho más corto que si se juega con los juguetes, que tardan unos minutos más en romperse….
En fin, es mejor atajar que arrear. (Me pregunto si pensarían lo mismo los vaqueros a los que les tocaba detener una estampida en las películas del Oeste.) La ventaja es que a Juan Pablo no le quedaron adornitos al nivel del piso para romper, pero me temo que ya con un secuaz podrán atacar blancos más ambiciosos, como el televisor o el carro.
Ahora que Juan Pablo no necesariamente será un Vikingo hiperkinético, pues, para usar otra de esas joyas de la sabiduría popular, “cada embarazo es distinto, m’hijita.”
Cuando Bibi quedó embarazada de Alejo no hacía mucho tiempo se había graduado de la Universidad, y aunque estaba haciendo una Maestría y era presidente Rotaract, aún conservaba la saludable (aún si inverosímil) costumbre de hacer 300 abdominales para empezar el día. Además, durante los primeros meses del embarazo había continuado haciendo ejercicio. Y, por si fuera poco, se tomaba la vida con calma.
Esta vez, en cambio, en vez de las abdominales debe encargarse de preparar a Alejo para el jardín (muchísimo más agotador, aunque lamentablemente no aeróbico), en la Maestría ya no está como alumna sino como profesora, y ya no es presidente Rotaract sino Regente vitalicia del Castillo Torres. Y como los primeros meses estuvo bastante mareada y maluca (y aunque no fueron precisamente placenteros, Bibi y yo tuvimos que cambiar nuestra opinión de que la pobre era el ser más sufrido del Universo cuando recibimos noticias de casos de VERDADERA maluquera), no pudo hacer ejercicio. Razones estas que, combinadas entre ellas y con el hecho de que su esposo trabajaba desde la casa y por tanto tenía todo el día para ponerle los nervios de punta, han conseguido mantenerla en un nivel de stress tal que resulta contagioso.
Así que no es sorprendente que sus abdominales no sean lo que eran, y sean incapaces de contener adecuadamente al pequeño energúmeno. Quien, aprovechando la flexibilidad de sus aposentos, aparentemente no sólo empezó a moverse con libertad más temprano que su hermanito, sino que la aprovechó para construirse tremendo Loft. (Que, a juzgar por la panzota, debe contar con terraza para barbecues y un jardincito para salir a trotar.) ¡Jah! La sorpresa que le espera cuando salga y le toque compartir cuarto con Alejo y cama con Leeloo.
Ser barrigona, por supuesto, le ha traído algunas molestias (y también nos aterra que las señoras con experiencia sacuden tristemente cuando les preguntamos sobre los meses que nos esperan), pero creo que otra vez, a pesar de que no volví a ver ni un solo puesto de parqueo para señoras gordas ni cajas preferenciales, le ha traído todavía más ventajas.
La principal, por supuesto, es que nos ha dotado a Alejito y a mí de un interlocutor más tangible para nuestros monólogos de integración familiar. En efecto, uno se siente un poco raro hablándole a una panza casi plana, me imagino algo similar deben sentir los actores en películas con un alto contenido de efectos especiales; ellos saben que deben estar hablando con Jar Jar Binks, pero en realidad sólo ven una pantalla verde. Y además de charla, su panza nos ha proporcionado horas de actividades de integración, como observar los movimientos de Juan Pablo, tratar de causarlos o embadurnarla de Aceite humectante.
Otra de las ventajas es indudablemente que todo el mundo le ve la pancita, y le sonríe, y le pregunta cómo va, y le hace visita (aquí debo especificar que, lamentablemente, no falta la señora confianzuda que, acabándola de conocer, se manda a manosearle la barriga, cosa que por supuesto le puede hacer hervir la sangre). Para Bibi, la parte más divertida del embarazo es la deferencia y atención que recibe de parte de todos.
Esas son las ventajas que Bibi acepta públicamente, pero yo estoy seguro que hay otra que, con razón, mantiene en secreto, y probablemente sea debido a la falta de cromosoma Y, a la influencia de Venus, o al sexto sentido. Una de las pistas que tuvimos para saber que está más barrigona ahorita es que no le quedó ninguna de las prendas del pasado embarazo, ni siquiera las que usó al final. Ya ha tenido que ir de compras al menos tres veces en el último mes, y si el proceso continúa, nos esperan por poquito otros tres shopping sprees, y si bien expresa verbalmente su preocupación por el tema, no puede disimular cierto brillo en los ojos y una sonrisa de satisfacción.
Y, ya que cada uno de estos placeres seguramente le envía una generosa ración de endorfinas a Juan Pablo, las salidas de compras de Bibi tienen, aparte de todas las negativas implicaciones económicas, un alto componente pavloviano que no nos deja otra opción que esperar que la estatura definitiva de Juan Pablo no sea acorde con el tamaño de la barriga de su mamá. Porque, si hay algo que me han enseñado estos años de convivencia con Alejito,es que si a uno le va a tocar criar un pelado más grande, más pesado y más inquieto que todos a su alrededor, lo que definitivamente no necesita es que sea adicto a las compras.