Tuesday, October 24, 2006

La Pancita

Todo el mundo, incluido yo, hizo el mismo chiste al reparar en el tamaño de la barriga de Bibi: Alejito, quien desde su nacimiento ha oscilado entre el 95% y 98% en tamaño y peso, será el pequeño de la familia. Así de panzona está. Por si esto fuera poco, por la manera como patea Juan Pablo, todo parece indicar que nuestro Angelito (y aquí les pido hacer memoria cuántas veces las historias sobre Alejo terminan con la sabia moraleja: “Es mejor atajar que arrear”) será igualmente el pasivo de la familia.

Durante nuestro primer embarazo, la pancita tardó bastante tiempo en manifestarse, hasta el punto que hasta el quinto mes yo consideré seriamente la posibilidad de cargar a todos lados con una copia de la ecografía para poder utilizar los puestos de parqueo y las cajas preferenciales en los supermercados. El crecimiento sólo se presentó hasta el mes séptimo, pero fue moderado. La barriga sólo salió de verdad durante las últimas tres semanas en las que, según nos explicaron los doctores, es el período de mayor desarrollo del feto. Si mal no estoy hasta el séptimo mes se están formando órganos, y después es sólo incremento de volumen.

Este nuevo mucharejo, en cambio, comenzó a exhibirse desde muy temprano, como puede apreciarse en las fotos. Hasta tal punto que durante los tres o cuatro días que precedieron la primera ecografía yo albergué la secreta esperanza de que fuera la parejita de mellizos. (Secreta, por supuesto, porque la mera idea de tener dos hijos a la vez le producía la risa nerviosa a mi esposa quien, pese a que yo me considero un padre bastante involucrado en la crianza de la descendencia, ha tenido a cargo como el 75% del esfuerzo.) Lamentablemente no tengo muchas fotos de Bibi cuando estaba esperando a Alejito, pero definitivamente no estuvo tan barrigona sino hasta mucho más tarde en el embarazo. Y tampoco sentimos patear a Alejo hasta más adelante, también, posiblemente mes sexto o séptimo, mientras que Juan Pablo es pateante desde el quinto.

La idea de que el cliché sea cierto y nos estemos enfrentando a otro miquito gigantesco e inquieto nos llena de pánico, aunque no por el motivo que ustedes creen: como a Alejo hubo que sacarlo mediante cesárea, la práctica médica actual es hacer lo mismo con toda la progenie subsiguiente. Y aunque una chamba en la panza no es precisamente una perita en dulce, al menos es un procedimiento controlado, a diferencia de los estragos que puede causar un cuerpo extraño de 4 kilos saliendo por…. Ya me dolió, si alguien quiere más detalles escabrosos similares, pues que vea Nip/Tuck. Pero divago… el temor es producto de extrapolar nuestro Calvincito y multiplicarlo por 1.1 en tamaño, peso y capacidad de destrucción.

Cuando Alejo empezó a gatear, muchos de nuestros amigos que ya habían tenido bebé nos decían, no sin cierto tonito de arrogancia, “Cuando nuestro bebé empezó a gatear, no recogimos nada m’hijita. Es que ellos tienen que aprender a que con las cosas de la casa no se juega”. Esa filosofía, descubrí, subestima en mucho la curiosidad de mi hijo (Y aquí especifico que en verdad fue su curiosidad la culpable de la mayor parte de los estragos, y no su capacidad o intención de destrucción. Las posee, por supuesto, y en generosa medida, pero esos estallidos son tan efectivos como precisos. Los daños que ha causado accidentalmente, intentando ver qué hay dentro de un marco de fotografías o el reloj cucú son más aleatorios, y por tanto más ubicuos.) Alejo, en efecto, aprendió la lección, pero solamente después de aprender muchas otras sobre resistencia de materiales. Es más, posiblemente aprendió que con las cosas de la casa no se juega porque el juego será mucho más corto que si se juega con los juguetes, que tardan unos minutos más en romperse….

En fin, es mejor atajar que arrear. (Me pregunto si pensarían lo mismo los vaqueros a los que les tocaba detener una estampida en las películas del Oeste.) La ventaja es que a Juan Pablo no le quedaron adornitos al nivel del piso para romper, pero me temo que ya con un secuaz podrán atacar blancos más ambiciosos, como el televisor o el carro.

Ahora que Juan Pablo no necesariamente será un Vikingo hiperkinético, pues, para usar otra de esas joyas de la sabiduría popular, “cada embarazo es distinto, m’hijita.”

Cuando Bibi quedó embarazada de Alejo no hacía mucho tiempo se había graduado de la Universidad, y aunque estaba haciendo una Maestría y era presidente Rotaract, aún conservaba la saludable (aún si inverosímil) costumbre de hacer 300 abdominales para empezar el día. Además, durante los primeros meses del embarazo había continuado haciendo ejercicio. Y, por si fuera poco, se tomaba la vida con calma.

Esta vez, en cambio, en vez de las abdominales debe encargarse de preparar a Alejo para el jardín (muchísimo más agotador, aunque lamentablemente no aeróbico), en la Maestría ya no está como alumna sino como profesora, y ya no es presidente Rotaract sino Regente vitalicia del Castillo Torres. Y como los primeros meses estuvo bastante mareada y maluca (y aunque no fueron precisamente placenteros, Bibi y yo tuvimos que cambiar nuestra opinión de que la pobre era el ser más sufrido del Universo cuando recibimos noticias de casos de VERDADERA maluquera), no pudo hacer ejercicio. Razones estas que, combinadas entre ellas y con el hecho de que su esposo trabajaba desde la casa y por tanto tenía todo el día para ponerle los nervios de punta, han conseguido mantenerla en un nivel de stress tal que resulta contagioso.

Así que no es sorprendente que sus abdominales no sean lo que eran, y sean incapaces de contener adecuadamente al pequeño energúmeno. Quien, aprovechando la flexibilidad de sus aposentos, aparentemente no sólo empezó a moverse con libertad más temprano que su hermanito, sino que la aprovechó para construirse tremendo Loft. (Que, a juzgar por la panzota, debe contar con terraza para barbecues y un jardincito para salir a trotar.) ¡Jah! La sorpresa que le espera cuando salga y le toque compartir cuarto con Alejo y cama con Leeloo.

Ser barrigona, por supuesto, le ha traído algunas molestias (y también nos aterra que las señoras con experiencia sacuden tristemente cuando les preguntamos sobre los meses que nos esperan), pero creo que otra vez, a pesar de que no volví a ver ni un solo puesto de parqueo para señoras gordas ni cajas preferenciales, le ha traído todavía más ventajas.

La principal, por supuesto, es que nos ha dotado a Alejito y a mí de un interlocutor más tangible para nuestros monólogos de integración familiar. En efecto, uno se siente un poco raro hablándole a una panza casi plana, me imagino algo similar deben sentir los actores en películas con un alto contenido de efectos especiales; ellos saben que deben estar hablando con Jar Jar Binks, pero en realidad sólo ven una pantalla verde. Y además de charla, su panza nos ha proporcionado horas de actividades de integración, como observar los movimientos de Juan Pablo, tratar de causarlos o embadurnarla de Aceite humectante.

Otra de las ventajas es indudablemente que todo el mundo le ve la pancita, y le sonríe, y le pregunta cómo va, y le hace visita (aquí debo especificar que, lamentablemente, no falta la señora confianzuda que, acabándola de conocer, se manda a manosearle la barriga, cosa que por supuesto le puede hacer hervir la sangre). Para Bibi, la parte más divertida del embarazo es la deferencia y atención que recibe de parte de todos.

Esas son las ventajas que Bibi acepta públicamente, pero yo estoy seguro que hay otra que, con razón, mantiene en secreto, y probablemente sea debido a la falta de cromosoma Y, a la influencia de Venus, o al sexto sentido. Una de las pistas que tuvimos para saber que está más barrigona ahorita es que no le quedó ninguna de las prendas del pasado embarazo, ni siquiera las que usó al final. Ya ha tenido que ir de compras al menos tres veces en el último mes, y si el proceso continúa, nos esperan por poquito otros tres shopping sprees, y si bien expresa verbalmente su preocupación por el tema, no puede disimular cierto brillo en los ojos y una sonrisa de satisfacción.

Y, ya que cada uno de estos placeres seguramente le envía una generosa ración de endorfinas a Juan Pablo, las salidas de compras de Bibi tienen, aparte de todas las negativas implicaciones económicas, un alto componente pavloviano que no nos deja otra opción que esperar que la estatura definitiva de Juan Pablo no sea acorde con el tamaño de la barriga de su mamá. Porque, si hay algo que me han enseñado estos años de convivencia con Alejito,es que si a uno le va a tocar criar un pelado más grande, más pesado y más inquieto que todos a su alrededor, lo que definitivamente no necesita es que sea adicto a las compras.

Sunday, October 08, 2006

Las cosas que no se olvidan...

Montar en bicicleta, en teoría.
Hace un par de semanas, preocupado por la empecinación con que mi peso se rehusaba a bajar de los 87 kg, decidí que una buena manera de hacer ejercicio sería ir a la oficina en bicicleta. El responsable fue en mayor medida mi cuñado, quien vive a dos cuadras de mi casa y trabaja a tres cuadras de mi oficina, y suele hacer el recorrido en 35 minutos, unas dos veces a la semana. Durante su almuerzo de cumpleaños, estábamos hablando de deporte con su jefe (entre sorbos de cerveza Águila, por supuesto) y entre una cosa y otra quedó sobre la mesa el ofrecimiento de prestarme la ducha de su oficina en las mañanas que yo decidiera pedalear al trabajo... Fue así como, algunos días después, compré una flamante bicicleta (que me costó más o menos el 50% más de lo esperado pese a ser un modelo bastante normalito) que durmió el sueño de los justos en el cuarto de San Alejo hasta que finalmente me dedidí a usarla.
La principal razón por la que no me atreví a empezar la rutina, más que pereza, era pánico escénico.
Cuando se aprende a montar en bicicleta, reza el cliché, jamás se olvida. Pero en mi caso, donde el consenso de mis amigos después de que saliéramos a dar vueltas un rato por el barrio solía ser Fercho no sabe montar en bicicleta, ¿qué? Y me imagino que el hecho de no haber montado en una bicicleta móvil más que cinco veces en los últimos diez años no ayuda a la confianza en uno mismo.
(Ni de los demas, por cierto. Una vez decidí comprar la bicicleta se me ocurrieron mil usos, muchos de ellos escenarios de alegres ratos padre-hijo: podría, entre otras cosas, llevarlo los fines de semana al
dojo. Pero cuando, entusiasmado, le contaba estos planes a Bibi ella, sin dejar de hacer lo que estaba haciendo, dijó con tranquilidad: Pero a Alejo sólo lo subes a la cicla después de haber practicado un par de vececitas, ¿no? Quién puede culparla. De hecho para ella mis habilidades ciclísticas deben tener las mismas cualidades míticas que mi incursión por la gimnasia olímpica o las danzas: a falta de evidencia fotográfica o de terceros, solamente cuenta con mi palabra y la historia es, lamentablemente, no del todo verosímil)
Pero hoy fue el día. Domingo 8 de Octubre, 7:55 AM Sir Vilson se despide de su esposa, ya equipado con casco y guantes (los únicos avíos de ciclista que me permití comprar. Si alguien me ve poniéndome un trajecito abigarrado de licra pegada al cuerpo, puede tener la seguridad de que he conseguido al menos tres superpoderes y me dirijo a combatir el crimen), dispuesto a enfrentar el recorrido de quince cuadras que separa mi casa del
dojo donde practica Alejo.
El inicio del periplo, en la privacidad del parqueadero, vacío a horas tan indecentes, no estuvo mal. Para mis estándares, por supuesto, el timón estuvo algo vacilante pero ni siquiera en mis mejores épocas (una semana antes de que mi BMX perdiera su rueda delantera en una colisión frontal contra un automóvil estacionado) pude hacer el truquito ese de montar en cicla con las dos manos indolentemente puestas en los bolsillos traseros.
El itinerario estuvo cuidadosamente definido desde la noche anterior, cuando la decisión de salir a montar en bicicleta fue tomada después de un tiempo de deliberación al menos cinco veces superior al que me tomó decidir
comprar la bicicleta en cuestión: subo por la 147 hasta la 9a, por la 9a hasta la 140 y por allí bajo las cinco o seis cuadras que quedan para llegar al dojo. Pan comido.
El camino empezó bastante bien. Una, dos, tres cuadras... todo perfectamente. Quizá un poquito más de sudor que el que esperaba, y de vez en cuando una cierta vibración en la bicicleta que achaqué a la falta de práctica. Pero cuando pasé la avenida del caño, empezó un desagradable tirón en las piernas. Esto era más difícil que lo que había pensado. La bicicleta estaba en el cambio más suave, aquel donde uno tiene que darle como quince vueltas al pedal por cada vuelta de la rueda (escrito así no suena precisamente descansado, ¿verdad?), y aún así sentía que cada vuelta era peor que mi Elíptica con la máxima resistencia...
Como los borrachos, o los que han sufrido grandes pérdidas, Sir Vilson, ciclista neófito, experimentó varias etapas:
Negación: No puede ser que mi físico sea tan malo, eso es pura impresión. Falta de práctica.
Incredulidad: ¡Cómo así, la bicicleta de la niña que me acaba de dejar botado tiene ruedas de soporte!
Confusión: ¡Pero si yo hago Elíptica tres veces por semana! ¡45 minutos! (bueno, a veces 35) ¡Y al menos la mitad es en ejercicio cardiovascular!
Suspicacia: Claro, los miserables fabricantes de la Elíptica la deben poner con una resistencia subestándar, para que los gorditos que las compramos nos sintamos unos atletas.
Mística: ¡Dios Mío, la 147 es de subida!
Desesperanza: ¡No sea tan pendejo, todavía quedan como cinco cuadrotas para llegar a la Novena!
Análisis: Ya comenzó a pasarme la gente trotando. Creo que fue un error comprar esta vaina...
Intriga: Espero una horita, boto esta vaina al caño y le digo a Bibi que me atracaron y me robaron la cicla...
Racionalización: Claro, ellos salen cada ocho días a la ciclovía. Así cualquiera. Yo ya rondo los cuarenta. Y la viejita esa que me pasó tenía pinta de haber sido campeona olímpica.
Ni siquiera me atrevía a mirar el reloj. Era la típica elección mitológica. Escila: Solamente habían pasado cinco minutos, y yo ya estaba juagado de sudor, con palpitaciones y a punto de botar la toalla. Caribdis: En efecto, habían transcurrido los veinticinco minutos que yo sentía, lo que significaba que me había demorado más yendo en bicicleta que a pie. Solamente seguía pedaleando, no sé si por orgullo, tozudez, estupidez, vergüenza o todas las anteriores, pensando que ya había pasado lo peor.
Pero finalmente, tuve que rendirme. A seis cuadras del dojo, me bajé de la cicla dispuesto a llevarla de la mano con aire de derrota. Y cuando empezé mi Marcha, y ví que tenía que hacer fuerza para empujarla, sólo entonces pensé que no podía ser normal y examiné la bicicleta.
La rueda trasera estaba completamente descentrada, y rozaba contra el marco (la vibración que yo había sentido, evidentemente). Después de que se me pasara la piedra con mi ética deportiva, pues en vez de culpar la bicicleta había decidido que el problema era mi estado físico, examiné el desperfecto. El hecho de no contar con una adecuada aptitud mecánica pocas veces me ha detenido para emprender reparaciones. Y así, a los pocos minutos tuve un diagnóstico: si soltaba el tornillo de la llanta, podría centrarla con relativa facilidad, y luego la apretaría de nuevo. Chimbo.
Sin embargo, ante mis ojos desfilaron un control de Playstation, un portaminas Lamy, un Palm Pilot III, un Mac II ci y docenas de electródomésticos y adminículos más que, después de haber sido desarmados por mí con precisión quirúrgica jamás habían encontrado su movilidad normal. Y me imaginé dando una vuelta de más a la tuerquita y viendo como los quince mil engranajes de la llanta trasera se desparramaban por la calle. Y en cambio, recordé el teclado de mi portátil, el control de la alarma, mi teléfono celular y tantos otros que respondían adecuadamente a la violencia física, así que le dí una sacudida a la llanta, que volvió a quedar aproximadamente en el centro. Aún no giraba con total libertad, pero al menos ya no estaba frenada.
Al subir de nuevo a mi nave, y empezar a pedalear, no pude evitar una exclamación de : "Ah, ¡esto es distinto!"... Y de hecho en menos de cinco minutos llegué al dojo, donde la clase ya iba por la mitad.
Mientras le contaba a Bibi mis proezas deportivas y manuales, celebré mi victoria con una cacerola de huevos pericos con jamón y queso, dos panes y café (porque no me gusta el Tamal y no había Lechona)
El viaje a la bicicletería (116 con 19) fue mucho más simple. Es que con la rueda trasera girando, ¡cualquiera! El mecánico simplemente aflojó la tuerca que yo había identificado. (Y ya viendo a un experto me dije a mí mismo que si le habían dejado manija era para poder hacerlo manualmente. Como dicen los gringos 20/20 Hindsight) Pero como además encontró un problema con los frenos, que yo no habría tenido el más mínimo chance de detectar, para no hablar de reparar, terminé comprándole guardabarros a la cicla.
Me tomó 24 minutos llegar del almacén a la casa, que fueron muchísimo, pero muchísimo más fáciles que la ida. Ahora tengo la certeza de que podré enfrentarme victorioso al recorrido de la casa al trabajo. Claro que, al menos las primeras veces, saldré como mínimo media hora antes que mi cuñado. Y dejaré a Bibi pendiente por si tiene que emprender una misión de rescate.

Thursday, October 05, 2006

Empezando

Hace como dos meses, cuando aún no era asalariado (aunque sí relativamente productivo), y me enteré de que Bibi estaba embarazada otra vez, empecé este Blog. O no lo empecé, a decir verdad, sino que sólo creé la cuenta. En mi mente, para esta época ya debería estar recibiendo al menos dos e-mails al día de la gente de Google, suplicándome reducir mis publicaciones al menos a la mitad....
¡Jah!
Había olvidado lo difícil que es escribir. O al menos, para mí, sobre todo cuando no lo hago sobre criaturas mitológicas (y eso que de criaturas mitológicas, tampoco nada al menos desde hace seis meses, y lo poco que se ha escrito es confuso y fragmentario.)
Mi plan era ir contando, poco a poco, el desarrollo de Juan Pablo y Alejo, junto con las ideas (cursi la mayoría, de acuerdo, pero interesantes) que he venido teniendo últimamente. Sin embargo, cuando ya Juan Pablo está más cerca de su nacimiento que de aquella tarde de Abril 10 en que, asumo, no había nada bueno en HBO, al ver lo deprimentemente vacío del blog me pregunté: "¿Qué pasó con esto?"
La respuesta obvia es locha. Pero además, debo admitir que en realidad estaba esperando la visita de La Musa. Me preocupaba un poco escribir algo de mala calidad. Pero me hago dos preguntas:
  • Si no le preocupa a Dan Brown, o Ricardo Arjona, ¿por qué habría de preocuparme a mí?
  • Y, en cuanto escribir algo de calidad, ¿por qué empezar ahora?
Así pues, empezaré a partir de este momento a publicar. Con un poco de suerte, además del progreso de Juan Pablo y Alejo, vea un progreso en mi entumecida habilidad de escriba. Quién quita, hasta de pronto termine algo ....