Sunday, April 06, 2008

Síndrome de Ulises 2: Sir Vilson contra el Frío

De Cómo un Colombiano Descubrió Que Durante Casi Cuarenta Años Había Vivido Engañado Por La Ridícula Noción de que Bogotá (O Aún Tunja) Era Tierra Fría

Cuando, con la discreción que me caracteriza, empecé a publicar a los cuatro vientos que nos veníamos a vivir para el Canadá, algún amigo le advirtió a mi esposa: Quiere saber cómo es el frío por allá? Pues piense en el peor frío que pueda imaginarse… Es peor. Con esa información a cuestas, hicimos el ejercicio muchas veces con Bibiana, hasta que finalmente creímos, o al menos yo lo hice, estar listos. Llegué a Calgary esperando un frío peor que el más insoportable que pudiera imaginar. Y descubrí que el amigo de mi esposa tenía razón: era peor.

Ahora que todo parece indicar que este año, el invierno se fue temprano de la provincia de Alberta. Desde que llegué, a principios de Febrero, solamente he sido testigo de media docena de nevadas, siendo la mayor parte de esas suavecitas y estéticas, que son como un espolvoreo blanco que le deja a uno la sensación de estar viviendo en un adorno de pastelería, o un globo de cristal de los que se regalan a la gente medio desconocida. De hecho mi familia, que llegó a finales de febrero, aún no ha visto ninguna nevada que obligue a palear nieve como me tocó a mí donde Raúl. Y, de los días en que no nieva, hemos experimentado un sol deslumbrante, picante y, si uno está al resguardo del viento, sofocante.

Lo que no significa que el frío más aterrador no esté acechando ahí, pendiente al menor descuido a la vuelta de una esquina.

La principal diferencia entre el frío Colombiano y el Canadiense [1] es que el primero es más intenso, pero el segundo es más tenaz y persistente. Y como las casas, edificios, y vida en general de Calgary están completamente diseñados para operar en esas bajas temperaturas, como todas las ciudades de estas latitudes[2], si uno se limita solamente a salir del carro para entrar a la casa, o a pasear al perro sólo al frente del porche, seguramente aguantará más frío en Bogotá. Pero donde llegue uno a caminar más de media cuadra a la intemperie…

La primera vez que pude experimentar el frío Calgarense fue a los dos días de llegado, cuando estaba haciendo mis primeros trámites de inmigrante, en el centro. El centro de Calgary tiene un excelente manejo del frío para los transeuntes. Todos los edificios tienen calefacción, y la mayor parte de ellos está interconectada entre sí por un chusco sistema de pasillos elevados llamado el +15. Este +15 es una machera, tiene almacenes, restaurantes, sillas; en fin, es una especie de Super Mall que se extiende por todo el centro. Ahora que, a diferencia de las calles, no está señalizado.

O sí lo está, pero con un sistema que debe haber sido diseñado por los ingenieros (ojo, no arquitectos) de la ciudad rival. No estoy seguro, pero creo que el Buenas Peras (Shelbyville, si usted es más parcial a Los Simpson que a Condorito) de Calgary es la ciudad de Edmonton. La gente no dice nada explícito, pero hacen pequeños gesticos de complicidad al mencionarla. En fin, el sistema de navegación interno del +15 son unos mapitas colocados aleatoriamente en algunos de los edificios, con una representación detallada del intrincado sistema de pasillos… lo suficientemente detallada como para que, si uno no conoce de antemano su posición, se demore quince minutos en encontrar la marquita de "usted está aquí". Y por si fuera poco, el norte del mapa varía en el mapa dependiendo de la posición del pilote en el +15, y la dirección a la que apunte el pasillo más cercano.

No sé si me hice entender, esto equivale a que en alguna ciudad, en las calles que van de sur a norte el mapa de América se publica normalmente, mientras que norte a sur, la Patagonia se vea arriba y Alaska abajo. Es decir que la precaria señalización del +15 y su estrambótico sistema de mapas solamente podrán ser interpretados por alguien que ya esté familiarizado con ellos y que, por tanto, no los necesite. En resumidas cuentas, tal parece que el +15 es uno de esos clubes en los que, si usted no es miembro ya, realmente a nadie le interesa que se una.

Así que luego de deambular en círculos por espacio de una hora, no tuve otra opción que salir a buscar las direcciones, y en últimas el camino, por la calle.[3] De hecho yo ya había enfrentado el frío, mientras subía y bajaba al tren, y como dije antes no me había parecido nada notable, así que el plan parecía razonable.

Además, yo estaba seguro de que el frío no me agarraría totalmente desprevenido. Paranoide con el tema, en la mañana me había enfundado en mi ropa interior térmica, de pantaloncillos hasta el tobillo y camiseta de manga larga, camiseta normal, camisa y chaqueta. Así que mientras estuve dentro del +15, sudaba como un cerdo, asumiendo que los cerdos suden muchísimo. Ustedes alguna vez han salido a la intemperie estando mojados? El frío parece es peor mientras uno se seca, verdad? Pues también funciona con sudor.

Lo primero que pensé al salir a la intemperie fue Ve? No es tan grave. Después de caminar una cuadrita, y tener la oportunidad de saborear el fresquito Canadiense durante un minuto más o menos, lo segundo que pensé fue algo por las líneas de No, esto no puede ser; alguien me debe estar mamando gallo. Aunque el cuerpo estaba calentito, fue indescriptible lo heladas que sentí la cara y las manos. Cuando miré a la gente al lado, para ver si estaban haciendo muecas de dolor, me encontré con que la mayoría no reaccionaba (en Colombia uno de cuando en cuando ve a alguien frotarse las manos frente a la boca mientras les echa algo de vaho, o al menos haciendo cara de que el tintico que se toma es el mejor placer que existe), y algunos de ellos ni siquiera parecían vestidos para paliar el clima. Vi una que otra vieja en manga sisa, lo que me hizo sospechar aún más que me encontraba en alguna cámara escondida para inmigrantes.

Más o menos dos cuadras después, la cara se me congeló totalmente. Yo tenía un gorrito que me protegía la coronilla, cosa que debe ser increíblemente útil si uno es un monje Franciscano, pero a mí la verdad no parecía calentarme mucho, y a pesar de que lo estiré hasta casi arruinarlo a duras penas alcancé a cubrir la puntica de las orejas. Lo que no era mucho consuelo, dado que tampoco soy ni Elfo ni Vulcano. Continué caminando estoicamente, diciéndome que, al menos, el frío ayuda a quemar calorías (y tratando de acallar la voz sarcástica en mi mente que decía Claro, hombre, no ve lo esbeltos que son los osos polares y los pingüinos?)

Al cabo de un rato, dejé de sentir definitivamente la nariz. Intenté tocarla con la mano para convencerme de que continuaba allí, pero como tampoco sentía los dedos, fue un gesto más bien inútil, y tuve que apelar a toda la racionalidad de mi ser para no devolverme a buscarla inmediatamente -con lo serviciales que son los canadienses con toda seguridad alguien se habría ofrecido a ayudarme a buscar y, amables o no, probablemente no se tomarían tan bien al colombianito recién llegado que se pusiera a mamarles gallo. Las orejas sí que las sentía, en cambio. Para ser precisos sentía cómo las apretaban con un hombre-solo al rojo vivo para después aplicarles media docena de agujas envenenadas. Tengo que advertirle a Bibi, me dije, que aquí va a tener que vestirse de ninja. Hice mi mejor esfuerzo por continuar caminando, pero me rendí con cobardía y entré al primer edificio que encontré a resguardarme con la excusa de pedir instrucciones que no necesitaba.

Repetí la operación de caminar un rato por las calles y luego entrar a preguntar dónde quedaba el edificio Harry Hays (para entonces ya había descubierto que habría podido simplemente entrar al edificio y esperar un rato sin despertar suspicacias, pero luego de haber confundido el Noreste con el noroeste, lo que me alejó de mi destino por un rato, tuve que aceptar que después de todo sí necesitaba las instrucciones), y a raíz de eso hice un descubrimiento notable sobre los porteros canadienses, y sus diferencias con los colombianos.

Los porteros colombianos consideran que su función es defender el edificio de los extraños, y por tanto su objetivo es evitar a ultranza que uno entre al edificio. Y para cumplir este objetivo tienen a su disposición un variopinto catálogo de artimañas: pedir una identificación con foto y fecha de vencimiento pero distinta al pase y la cédula, asegurar que la persona que uno busca no vive/trabaja ahí, o que no está/no llegó/ya salió/se murió, solicitar una orden de entrada/salida/visita, interrogar hasta entender y aprobar el objetivo de la reunión, sugerir que más bien uno haga mejor otra diligencia, y finalmente mirarlo con escepticismo y decir Yo a usted no lo conozco…

Los porteros canadienses, por el contrario, consideran que su función es ofrecer el edificio a su cargo (de donde deduzco que no dependen de la gerencia de seguridad sino de la de mercadeo), y tienen el objetivo de que uno entre al edificio que ellos están ofreciendo. Así que entre sus artimañas está sugerir amablemente que uno le pregunte a la secretaria de la oficina de abogados del piso cuarto, que alguna vez habló de un trámite similar o, y esto es lo gracioso, no contarle a uno si saben que el destino es un edificio distinto. No mentirán, por supuesto, y ante una pregunta directa responderán con precisión, pero con una sonrisita picarona de Ah! Veo que usted ya ha hecho vueltas por aquí!.

En fin, el frío. Caminar por una hora hace que se vaya permeando por la piel, hasta el punto de que uno tarda unos diez minutos en volver a sentir las extremidades (ropa interior térmica o no, al cabo de un rato comenzaron a dormirse mis brazos y piernas). Y, aunque uno crea que la siguiente vez será un tanto menos dura, el ciclo se repite casi idéntico.La única solución, que es la que aplican los lugareños (con excepción de los niños y adolescentes, que se exhiben descaradamente en shorts y camisetas para que los cuarentones reconozcamos que, aparte de las figuras esbeltas y las fiestas interminables, debemos envidiarles el metabolismo) es exponerse poco, y cuando se haga hacerlo completamente cubierto por guantes, gorros y orejeras.

Yo, por ejemplo, la única actividad que hago al aire libre es sacar a pasear a la Leeloo. Una vueltica a la cuadra, de diez minutos, es el límite de mi resistencia. (Lo peor es que a la tonta perra se le despertaron los genes bretones, y le encanta ponerse a olfatear detenidamente la nieve y el hielo del canal, y tiene el aspecto de poder permanecer horas en el mismo plan). Por suerte estoy viviendo en un condominio, lo que significa que cuando ha nevado no me corresponde palear nieve porque pasa alguien en un carrito limpiando todas las casas, y mi casa tiene garaje cubierto, y por tanto tampoco me ha tocado salir a limpiar la nieve-hielo del automóvil (a los de los vecinos se les forman carámbanos detrás de las llantas cuando hace mucho frío y a mi mezquino corazón le satisface sobre manera el ritual de verlos desde mi ventana afanarse con sus rastrillitos, mientras me tomo una taza hirviendo de chocolate con masmelos).

Y, cosa extraña, no me ha dado ni un resfrío. Supongo que los virus a los que soy sensible, siendo colombianos, no se aguantaron el clima.




[1] Aparte del hecho de que el frío Canadiense probablemente es fabricado en China.

[2] O al menos supongo que deben estarlo, porque si no a todo el mundo se le habría congelado el trasero.

[3] Un lector astuto, o que conozca el Centro de Calgary, podrá preguntarse por qué no usé la sencilla técnica de acercarme a los ventanales y tratar de leer los signos de las intersecciones desde allí. En primer lugar, mi menos que aguda visión requiere que me encuentre descaradamente cerca de los letreros para leerlos (razón por la que, para no arriesgarme a ser arrestado por comportamiento lascivo, debo quedarme con la curiosidad respecto a los mensajes graciosos en las camisetas o lo motivos precisos de los tatuajes femeninos). Y en segundo, viniendo de Colombia, temía que de alejarme demasiado del camino habitual de la gente llegarían dos o tres guardias armados de bolillos y me sacarían a empujones del lugar para el escarnio de todos.