Bibi ya tiene seis (casi siete) meses de embarazo. Esto no debería tomar por sorpresa a nadie, porque sí estoy seguro de que ese sí que es un tema recurrente en mi conversación. De modo que si no me había hablado con alguno, estoy dispuesto apostar plata que otro de nuestros amigos en común en algún momento le debe haber dicho algo como ‘Ese Wilson no hace más que contar que su esposa está embarazada, qué mamera’.
Este ha sido un embarazo largo, y eso que nos dimos cuenta cuando ya Bibi llevaba como dos meses. Para ser completamente exactos antes se dio cuenta la mamá de Bibi, quien vino de Ibagué y se quedó un par de días con nosotros para las fiestas, y la pista reveladora fue que Bibi comía pescado con ansias. Ella es algo irregular, entonces a nosotros no se nos hacía raro que la visita de La Tía Pelirroja (esta es una deformación mejicana de un dicho gringo que, por más que me digan alienado, me gusta más: Aunt Flo, que suena igualito que ‘Aunt Flow’) tuviera más de un mes de retraso, pero el mareíto constante y los cambios extraños de apetito nos comenzaron a parecer sospechosos eventualmente, pero nos tomó dos Clear Blue (que dieron resultados contradictorios) y uno de Gonadotropina Coriónica convencernos del todo.§
Todo el proceso ha sido espectacular. Lo primero que hizo el doctor, cuando vio que éramos padres primíparos (literalmente), fue recomendarnos un libro. Lo que sin lugar a dudas le ahorró más o menos trescientas llamadas para preguntar por qué se estará moviendo tanto, o tan poco, si será que los mareos, que si puedo comer aguacate en salsa de almíbar, todas esas vainas. Eso sí, tanto el doctor como el libro nos advirtieron que la carga hormonal que viene con el embarazo podía afectar a Bibi, e incluso a mí.
Pues lo hizo. Bibi anda de un genio absolutamente angelical, no se pone brava por nada, está muy tranquila y calmada. Y yo me volví una nena. Es más, todavía no puedo decir la palabra ‘ecografía’, sin que se me humedezcan los ojos. ¿Ven?
Eso sí, durante los cinco primeros meses Bibi se rehusó empecinadamente a engordar, lo que resultó particularmente incómodo a la hora de ir a cine, o de mercar, porque nos tocaba parquear en los mismos sitios que el común de la gente. Pensamos en cargar la ecografía a todos lados por si alguien nos hacía reclamo a la hora de parquear en los espacios para señoras embarazadas, pero como la ecografía no viene marcada con nombre y cédula ya hubiera tocado involucrar declaración jurada del doctor y notario, y de todos modos ya casi no vamos a cine (¡bu!)
La barriga se le soltó un poquito cuando estuvimos en Chicago para el Spring Break, pero se contrajo una vez más cuando regresamos. Este último mes, sin embargo, ya se ha comenzado a engordar harto, y tuvimos que ir a comprarle algo de ajuar, porque la mayor parte de las camisetas le quedaba ombliguera (quiero decir, aún las que no son ombligueras, que le quedan como top)
La mayoría de ustedes debe saber que esperamos un varoncito, aunque debo confesar que yo quería una niña. (Claro que eso no es problema, ¿vieron ‘La vida en Rosa’?.... ja ja ja, chiste) Y de hecho los indicios (de abuelitas, por ejemplo que a Bibi no le salió casi barriga, y que inicialmente no se lo sentía mover mucho) parecían inclinarse por una niña.
Pues no. En la primera ecografía no le pudimos ver el sexo, aunque sí el corazoncito, y por supuesto eso fue motivo de la lágrima y el moco por parte no sólo de la Bibi sino de Sir Vilson. En la segunda (en la que, incidentalmente, también pateó, se chupó el dedo y abrió la boca) el doctor señaló una manchita gris que estaba al lado de otra mancha gris más grande y más clara, y otro montón de manchas igualmente informes y dijo ‘vea las peloticas y el pipicito’. Obviamente hubiera podido decir que era el hígado, los pulmones o el triciclo, yo le habría creído, más, como se trataba del género del descendiente, y yo tenía muchas ganas de que fuera una descendiente, expresé un poco de escepticismo. Algo así como ‘¿está seguro, doc?’ Antes de que pudiera responder, sin embargo, apareció clarísimamente la manito, y rascó las manchitas grises que el médico decía que eran las bolitas de m’hijo.
Con lo que quedó demostrada, no sólo la virilidad del mucharejo, sino mi paternidad.
Ya estábamos casi decididos por el nombre: si era niña ‘Alejandra’ o ‘Paula’ (mi propuesta completa era que se llamara ‘Paula Tina’, para que se tomara la vida con calma, pero Oscar, mi concuñado, me sugirió más bien ‘Ana Lisa’, para que fuera muy racional o, al menos, se dedicara a la arquitectura crítica.), y si era niño ‘Nicolás’. Ahora que eso era cuando esperábamos niña, pues apenas supimos que era niño ya el nombre no nos gustó tanto. (De hecho nos siguió pareciendo sonoro y todo, pero es que ahorita está de moda y hay *tantos* Nicos....)
Así que, varias decenas de semanas y cuatro ecografías después, mi hijo ostenta el nombre de Alejandro, aunque aún le decimos ‘miquito’ de cariño, y su abuelo materno lo bautizó ‘Alejo Comeponqué’ por motivos demasiado banales como para contar aquí, imagínense pues, ya que todos podemos atestiguar que el resto de la crónica no es precisamente un ensayo Heideggeriano. (Y no, no hay ningún cantante que se llame Alejandro Torres*, ustedes están pensando en Alejandro Sanz y Diego Torres)
La barriga de Bibi se rehúso empecinadamente a crecer hasta casi la semana 36 (y a aquellos lectores sagaces que hayan detectado una pequeña brecha de unos cuatro meses entre la última vez que había escrito algo y ahora, mis felicitaciones), pero entonces lo hizo de sobra. Debido a las peculiaridades del reloj biológico de Bibi, la fecha esperada del nuevo inquilino es algo difusa (¿les conté que no estamos seguros si Alejo Comeponqué (a) El Miquito Torres (a) el Cocó es Made In Isla Palma o Made In Bogotá [Made In The TV Room, para ser precisos]?), así que no estábamos muy seguros de cuánto tiempo más ibamos a tener que esperar, o más bien iba Bibi a tener que esperar cargando tamaña barrigota. ¿Vieron los últimos capítulos de la pasada temporada de Friends? Pues Bibi andaba tan emputable como Rachel, por las mismas razones.W
Finalmente, para la semana 39 o 40 (o aún 38), el doc nos ordenó la última ecografía, y se llegó a la conclusión de que El Miquito estaba demasiado grande, aunque las contracciones no habían empezado en serio (los fines de semana habíamos tenido algunas de ensayis, pero irregulares y espaciadas). De hecho, el doctor de la ecografía (el mismo que distingue las manchas grises de las peloticas de un bebé) intentó medirle el fémur del mojoncito en su máquina, y el fémur resultó demasiado largo para la escala. Es más, se calcula que ahorita (septiembre 3, durante la, un tanto anticlimática espera del trabajo de parto) está pesando 3,700 g. Aún no sabemos qué tanto, pero si tenemos la certeza de que va a ser grande, pobre Bibi. Para no ir más lejos, la señora que estaba al lado en la salita de parto (una vez más, reminiscencias del final de temporada de Friends) le contaba a la enfermera, llena de orgullo, que su primer hijo había sido un bebé ‘enorme’ de 3,200 kg. ¡Jah! ¡Pobre ilusa! ¡Aficionada! (Debo aceptar que Bibi le tiene algo de envidia, a estas horas)
Como les decía, las contracciones no han empezado en serio, así que el doctor decidió inducir el parto hoy 3 de septiembre. Estamos aquí desde las 7:00 AM (ya son las 12:00), y pese a que le aplicaron un gel, y un goteo de oxitocina, no se puede decir en serio que las contracciones ya estén ocurriendo con la suficiente frecuencia. Eso son malas noticias, porque si Alejo no se encaja en su sitio, o ella no dilata lo suficiente, van a tener que hacerle cesárea. Perspectiva que, por supuesto, no nos gusta mucho. (De hecho Bibi está en este momento, literalmente, haciéndole barra: ‘!que baje! ¡que baje!)
Así que todo parece indicar que van a tener que abrir a mi pobre esposita, lo que no sólo es quirúrgicamente incómodo, sino que no vamos a poder practicar las respiraciones que aprendimos en el curso psicoprofiláctico. Además sería irónico, ya que Bibi soportó estoicamente el trabajo de parto durante todo el día.
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11 de la mañana del 4 de septiembre.
Alejito llegó ayer a las 5:45 PM; como su papá, con tiempo suficiente para alcanzar a ver los cortos completos. Efectivamente, la operación fue ne-cesárea. Finalmente pesó 3,780g (el ginecólogo salió de la intervención me dice, haciendo la mímica correspondiente, ‘eso fue una vaina así de grande’), aunque midió 53 cm. (Es decir, es un bebé gordito y rechonchito, con cachetes y papada, y todo) La pobre Bibi quedó bastante aporreadita... más o menos como si le hubieran abierto una chamba en la panza lo bastante grande como para sacar un aliencito de 4 kg. Alejo, por otro lado, está rozagante, mucho menos ajetreado que si hubiera sido parto natural, que es a los bebés como salir por un tubo de crema.
Como es gordito tiene que estar comiendo continuamente (cada dos horas y media, más o menos) para evitar que la glucosa en la sangre se le baje, o se le suba, no recuerdo bien, de modo que, por más que sea juicioso y no llore a menos que uno cometa la horrible afrenta de moverlo y perturbarle el sueño, nos toca levantarnos cada dos horas a darle de comer, incluso un teterito después de que el man se pega un rato a la Bibi.
Ando medio zombie por la falta de sueño, puesto que esa continua interrupción me afecta el descanso, y, aunque algo maltrecho, ya sobreviví mi primera experiencia como padre: la cambiada. Más o menos a las cuatro y media de la mañana, unos quince minutos después de que se fuera la enfermera tras alimentar a Alejo el Voraz, Bibi me despertó porque el nené empezó a hacer sonidos escatológicos. Como ella no puede moverse ni hacer fuerza por la cicatriz de la cesárea, ni siquiera hubo de necesidad de echar suertes o vigilar el cumplimiento de un programa estricto de turnos: esta me tocaba a mí.
Ahora, en la casa ya le tenemos a Alejo, en el corralito, una especie de tinita de plástico que es para cambiar al bebé (la descripción es para beneficio de los solteros o de los casados pusilánimes, para los demás habría bastado decir que el corral es con cambia-pañal), pero aquí en el cuarto del hospital, por supuesto que no hay nada de eso. Así que me tocó sacar a Alejo de la cuna y tenderlo en la cama.
En el curso psicoprofiláctico nos dieron una clase sobre cuidado al neonato (y de hecho estuve despierto durante la gran mayoría de esa charla), pero no hubo siquiera una sesión práctica con un muñeco. Hay una sencilla razón para que los pilotos necesiten un determinado número de horas de vuelo, además de saberse los manuales y textos al derecho y al revés: hay cosas que no se las pueden enseñar a uno.
Y con el sueño, y el revuelo que armé con la cambiada no solamente se me olvidaron las instrucciones de la profesora, sino que el poco sentido común del que aún hago gala se largó también. Así pues, no se me ocurrió siquiera alistar todo lo que iba a necesitar, ni hacer lugar para el bebé, sino que lo puse en la cama así nomás, y comencé a tratar de quitarle el pañal.
Esto es otra de las cosas que a uno no pueden enseñarle: cambiar a un bebé despierto es como tratar de envolver en papel de aluminio una serpiente de gelatina de tres metros de longitud, sin romperla. Aún para la primera parte, que debería ser la fácil, cuando uno tiene que quitarle la ropa, el cagüingo quita las manos y las paticas y por supuesto toca tener mucho cuidado para que quede sirviendo. En eso me demoré nada más como diez minutos, porque además el pelao tenía uno de esos enterizos que se les ven preciosos, pero que tienen como cincuenta botones, y que le halan el bracito si uno le acomoda la piernita.
Cuando finalmente conseguí liberarle la parte inferior y quitarle el pañal, no pude menos que maravillarme de la cantidad de caca que le cabía adentro no sólo a mi hijo, sino al pañal. Y ahí fue que me di cuenta: 1) que no había alistado los pañitos, ni el pañal de repuesto 2) que no lo había quitado de encima de la manta y 3) que no recordaba con claridad el algoritmo a seguir. Bueno, con calma, me dije, si fui capaz de ponerme al día con las re-condenadas actas del LCC, con toda seguridad podré cambiar a un bebé. Iluso.
Hay que deshacerse del pañal primero, continúe, pero cuando le levanté la colita y halé el pañal me encontré con que su colita estaba completamente untada (obvio), y como no tenía los pañitos, si sacaba el pañal iba a untar el enterizo. Entonces eche reversa y trate de poner el pañal por debajo, temporalmente. Pero el hediondo (figurativamente, porque como solamente está comiendo lechecita, fetidez es la única característica repugnante que aún no tiene su caca) chino no se quedó quieto, y mientras yo pescaba un pañal y media docena de pañitos, que resultaron ser tristemente pocos, pataleó y chapaleó, y se untó hasta las manos (literalmente). Entonces comencé a limpiarlo, empezando por las partes que era más probable que se echara a la boca: manos, pies, rodillas, piernas, barriga y jopo. Ofendido, él decidió expresar su desacuerdo con el procedimiento de un modo tan viejo como Babilonia, pero por suerte a esa edad aún no son muy duchos en eso de la percepción de la profundidad, y el chorrito me falló por un par de centímetros.
Para entonces ya había pasado un rato muy muy largo (a todos nos lo pareció) y a Bibi estaba que le daba un yeyo. Gracias a Dios no se podía levantar, porque donde pueda, me ahorca. Alejo, por su parte, aullaba y lloraba porque no solamente lo habían despertado, sino que lo habían empelotado, lo habían embadurnado de popó, y lo habían dejado abandonado a la intemperie.
Y así llegamos a la escena final: a ropita que tenía puesta al iniciar la odisea y la frazada estaban que daban asco, me había gastado todos los pañitos húmedos y casi diez toallitas de papel, había arruinado un pañal (le arranqué el adhesivo), y había regado la ropa del cambiador por encima del sofá en que me estaba quedando, pero Alejo estaba cambiado, envuelto en su frazada, y aproximadamente limpio (de hecho en la mañana, cuando ya tenía los nuevos pañitos vimos que le había quedado un poco de caca entre los dedos de los pies, y en la nueva manta quedó perdida una mediecita toda untada, pero me digo a mí mismo que para ser la primera vez no estuvo tan mal), y mirándome con sus ojitos medio pegados con la expresión de La Garra pensando ‘ganaste esta vez, Gadget, pero espérate a la próxima, cuando ya coma compota’...
§ Sin embargo, para aquellos con vena romántica, les cuento que cuando le mandamos a hacer el examen de GDC a Bibi ya estábamos medio seguros, y debo decir que ilusionados, no por los Clear Blue que, como expliqué antes, no fueron concluyentes, sino por el Incidente del Petirrojo. Resulta que después de hacernos el segundo examen, que por demás era el último que quedaba en la única droguería que estaba abierta a las siete de la mañana de ese domingo, bajamos a la cocina, y encontramos que se había metido un pajarito a la sala. ¿Recuerdan La Séptima Profecía (en inglés The Seventh Sign), con Demi Moore? Obviamente Bibi se puso a chillar de la emoción, y hasta me alcanzó a conmover a mí. Desde el principio ella lo interpretó como un signo, ya que usualmente los pájaros, al menos los que no son retardados, no se meten a la casa donde Leeloo muy bien puede almorzárselos, y le mete todo el empeño a eso.
* De hecho encontré un argentino de medio pelo que en su página Web (de ‘tripod’, válgame Dios, ni siquiera tiene una página comercial) se autodenomina ‘poeta-cantante’, y pegó una foto que parece de protagonista de fotonovela, pero como sólo hace covers de tangos malucos me rehúso a clasificarlo como “cantante”
W Yo necesito una audiencia con un mínimo de cultura para que entiendan las alusiones. Y eso que, ya que este es esencialmente un texto de divulgación, decidí eliminar las citas de Les Luthiers y Asterix.