Saturday, August 29, 2009

Acerca de la durabilidad del papel higiénico. - Parte 1



Desde que recuerdo me han encantado las discusiones. Mientras más rebuscadas y bizantinas, mejor. Así, al encontrarme con muchos amigos a los que no veía desde hacía mucho más de un año, pasé una desproporcionada cantidad de tiempo discutiendo los méritos del guión de la película Up [1] , si las vernáculas conferencias de Diana Uribe constituyen o no historia [2] , la existencia de Dios [3] y la capacidad intelectual y personal del Presidente Uribe [4] . Y aunque fueron intensas y acaloradas, hasta el extremo que en uno de los casos mi interlocutor marchóse abruptamente, exasperado por yo mi negativa a aceptar la mediocridad del guión de Up [5], son uno de los recuerdos más gratos que tengo de mis recientes vacaciones en la Patria.

A lo largo de los años, muchos temas, desde el más banal hasta el más profundo, han sido explorados hasta la saciedad. Sin embargo, esta predilección se ha visto negativamente impactada por mi reciente descubrimiento de que no, después de todo yo no hablaba inglés, así que me he visto relegado a repetir las más interesantes en mi mente, mientras asiento con mirada vacía a docenas de ideas que, en Colombia, me habrían puesto a hablar por horas y horas [6] . Fue así como, en medio de una charla con unos compañeros de oficina, vine a recordar una que fue recurrente desde que estaba en los primeros semestres de ingeniería: ¿es lo que separa la comedia de la tragedia una simple cuestión de actitud?

Yo siempre pensado que no. Sin embargo, no ha faltado quien se pregunta, ¿qué pasaría si en vez de Hamlet, el príncipe de Dinamarca hubiese sido Woody Allen? Ese argumento retórico no me convence. En primer lugar porque uno puede responderse fácilmente a eso, viendo el primer segmento de Todo lo que usted quiso saber del sexo pero no se atrevió a preguntar. Y en segundo porque, pese a que esta al parecer ha sido una duda permanente en el caso de Allen (aparte de Todo lo que usted… podemos ver visos de la misma en La última noche de Boris Grushenko, Recuerdos del Stardust, y Poderosa Afrodita), en su más reciente exploración del tema (Melinda & Melinda donde, probablemente temeroso de que el público de Loco por Mary y American Pie no captara la sutilieza del comentario, lo expresó específica y abiertamente), la mitad de la película que era comedia estuvo un poco sosa. Y es que, por muy Will Ferrell que uno sea, para que una situación pueda considerarse comedia, tiene que ser cómica.

Algo muy diferente, es que a veces son situaciones que suenan trágicas pero que, en realidad son tremendamente graciosas.

Por ejemplo, el año nuevo de 1980. Los negocios de mi padre continuaban declinando. Mis padres habían tenido una pelea mucho más grave de lo habitual y ella, por primera vez, había mencionado la posibilidad de separarse. Se incendió mi casa. Y, sin embargo, es uno de los recuerdos más divertidos que tengo.

No recuerdo por qué fue esta pelea en particular. Posiblemente porque mi padre había empezado a tomar antes de lo usual. Por un lado entiendo a mi mamá. Las borracheras ajenas nunca son divertidas cuando uno está en su sano juicio, y tiene que preocuparse por temas mundanos como Hay que arreglar a los niños, o, Tenemos que llegar temprano. Y las de mi padre, al cabo de muy poco tiempo, dejaban de parecer divertidas aún para sus contertulios. Pero, sin justificarlo, entiendo a mí papá. Sin muchos temas en común con sus cuñadas, las reuniones familiares eran aburridas para él, aunque en el sentido en que remar en una galera debía resultar aburrido para los galeotes.

Y, al fin de cuentas, sería más o menos como si Bibi se pusiera brava conmigo por jugar Playstation.

Ahora que lo pienso, la idea de lo brava que se pondría ella si llegáramos tarde a un compromiso porque me puse a jugar Playstation me causa escalofríos. Lo siento, papi, empatía cancelada.

La teatral salida de mi madre tenía como objetivo que él, luego de darse cuenta de su monstruoso proceder y atormentado por su conciencia, llegara humildemente a la casa de mis tías, a pasar juiciosamente el Año Nuevo con nosotros. Ese plan hubiera tenido tristes posibilidades de éxito con él en su sano juicio, pero con unos tragos encima era una propuesta perdedora en su incepción. Libre de ataduras, mi padre simplemente se dedicó a inventariar los vecinos que podrían resultar compañeros de tragos, es decir los que estaban, y guiarlos a una tienda.

Tras más de diez años de matrimonio, sin embargo, mi madre tenía claro que si no llegó durante la primera media hora, mi papá ya no iba a aparecer, así que cortó un poquito la longitud de la visita, así que salimos de donde mis tías, a unas quince cuadras de nuestra casa. Lo que fue una suerte, porque al llegar encontramos un corrillo en la esquina en la que pensábamos como "nuestra".

-Fernando, vaya averigüe qué pasó.-ordenó mi mamá con aprensión.

Nuestro temor usual era que los ladrones se hubieran metido a la bodega, pero un par de preguntas después, me enteré con alivio que no, que lo que ocurría es que una casa se había incendiado, una que tenía una bodega. Qué raro, pensé, yo creía que la nuestra era la única con bodega en este barrio. Ahora, no estaba siendo obtuso, ni demasiado distraído. Cuando pienso en una casa incendiada me imagino algo dramático: llamas saltando incontenibles por el techo, vidrios explotando y chapas derritiéndose. En fin, Infierno en la Torre. Mi casa, en cambio, una mole esquinera de ladrillo, estaba incólume.

Salvo por la plumilla de humo que se escapaba por debajo del portón de la bodega, que era casi imperceptible en el ambiente, enrarecido por la pólvora callejera.

Aún dudoso, caminé hacia el portón metálico, y lo toqué con no demasiado aplomo. Estaba caliente. No hirviendo, no lo suficiente para quemar, ni nada por el estilo, pero lo bastante como para no dejar dudas sobre el tamaño del fuego que había al otro lado. La bodega no era un garaje que hubiera sido designado como tal, no. Había sido construida ex profeso, y era en esencia un cajón de concreto, de 15 metros de ancho, 10 de fondo y 5 de alto. Y el portón era una mole de metal café, de unos 10 por 4, tan robusta que, literalmente, resistiría una colisión frontal con un automóvil.

En 1980, sin perder Termodinámica por primera vez, yo todavía tenía muy claro que, por más buen conductor del calor que fuera el metal, la temperatura en el interior de la bodega debía ser demasiado alta. Uno habría pensado que, ante esas noticias y una inminente tragedia, yo habría salido corriendo como una loca a avisarle las noticias a mí mamá, pero no. Siempre he vivido aquejado por un exceso de preocupación por la imagen que los demás tengan de mí [7]. Así que, caminando con lo que yo imaginaba era aplomo y dignidad, me acerqué discretamente y le dije que había que llamar a los Bomberos.

Continuará.


En el próximo episodio:

  • Algunas diferencias entre la tragedia y el melodrama

  • No todo tiempo pasado fue mejor

  • La Brigada de Bomberos Borrachos de La Ponderosa

  • Felicidades y buenos deseos… casi

  • No precisamente Rescue Me





  • [1] Yo tenía razón y mi amigo estaba equivocado.
    [2] Yo tenía razón y mi amigo estaba equivocado.
    [3] Yo tenía razón y mi primo estaba equivocado.
    [4] Yo tenía razón y mis amigos estaban equivocados. Y estoy dispuesto a apostar plata que nadie que me conozca hubiera adivinado de qué lado estaba yo en esa discusión.
    [5] O, por lo menos, que él habría podido escribir uno bastante mejor si se hubiera decidido a hacerlo.
    [6] Que los créditos de las películas sean mejor en el final o en el principio, por ejemplo.
    [7] O, para decirlo de una manera menos benevolente, he vivido del "Qué dirán".

    Saturday, June 20, 2009

    Un mecanismo para la telepatía II

    ADVERTENCIA: Decidí escribir esto en una entrada aparte, porque incluye una corta discusión sobre mecánica que será probablemente aburrida o incomprensible para el 99.9% de la población que no ha estudiado en detalle la física cuántica, o trivial y hasta imprecisa para el 0.09% que sí lo ha hecho. Así que, si usted no considera estar en el exclusivo 0.01% de la población que constituye el público objetivo de esta entrada, continúe:

    Bueno, ya nos deshicimos de los gallinas. Vamos a lo nuestro.

    Una de las consecuencias teóricas más interesantes de la mecánica cuántica afirma que las características físicas de dos o más partículas, aparentemente independientes, están ligadas entre sí. A este fenómeno se denomina enredamiento o entrelazamiento cuántico. (Quantum entanglement, o QE)

    Esto no suena a gran cosa, pero lo es. Primero porque aunque a nivel subatómico las características de las partículas independientes son aleatorias, y el comportamiento de dos partículas entrelazadas cuánticamente no lo es. Y segundo, porque a ese nivel, las características físicas ni siquiera existen si no se efectúa una medición, puesto que hasta entonces existen como una onda de probabilidad.

    Así, por ejemplo, si mediante un complejo experimento (Descrito en The Fabric of the Cosmos, de Brian Greene, si les interesa) yo me las arreglo para emitir dos partículas entrelazadas -que pueden estar separadas por distancias enormes, incluso, en teoría, años luz de distancia- , y mido el espín de una de ellas (recuerden que hasta ese momento la partícula no tiene un espín determinado), cuando mida el espín de la otra voy a encontrar un estado particular ya determinado por la medición anterior. Este fenómeno ocurre instantáneamente, de modo que las dos partículas están comunicándose entre ellas a una velocidad superior a la de la luz.

    Lo primero que se me ocurrió cuando me enteré de esta característica (y según entiendo, lo primero que se le ocurre a todos) es que podría utilizarse para una comunicación translumínica. Pero, según deben continuamente explicar con paciencia los físicos, esto no es posible. Y no porque rompa el principio einsteniano de que nada, ni siquiera la información, puede viajar más rápido que la luz, sino sencillamente porque yo sólo sabré el estado de la segunda partícula al medir el estado de la primera. Y el estado de la primera será aleatorio cada vez, de modo que no podría utilizarlo para transmitir nada.

    Es decir, si yo mido el spin de una docena de partículas, voy a obtener doce números aleatorios. Cuando mida el espín de la docena correspondiente de las partículas entrelazadas cuánticamente, voy a obtener exactamente la misma lista de números. De modo que el QE podría utilizarse para codificar información transmitida (que tendría que viajar a la velocidad de la luz, como Dios manda), pero no para transmitir información en sí. De hecho, según entiendo, las ecuaciones que controlan la mecánica cuántica permiten determinar que ciertas variables deben estar ocultas, porque de lo contrario conducen a una contradicción.

    Sin embargo...

    Supongamos que yo tengo una máquina que lee una secuencia de caracteres, utiliza esa entrada para generar partículas entrelazadas cuánticamente, mide alguna de sus características subatómicas, y basado en ello genera como salida una un número de 1 a 26 por cada letra. (Por ejemplo, podría generar 26 partículas por cada letra, y contar cuántas de ellas tuvieron espín positivo). El resultado será un generador de números aleatorios extremadamente costoso. Como cada vez que lleve a cabo el proceso las partículas tendrán características que cambian al azar, no sólo la letra "A" a veces puede dar 1, a veces 5 y a veces 16 (y yo no tengo manera de saber cuál va a ser), sino que la letra "C" puede generar los mismos resultados.

    Ahora supongamos que tomamos otra máquina que mide los resultados de las partículas enredadas cuánticamente con las que generé en el párrafo anterior, agrupándolas de a 26, y, con ayuda de un dado de 26 caras, asigna aleatoriamente una letra a cada número. De ese modo, al entrar una letra en la máquina uno, eso me va a producir una letra en la máquina dos. Mi resultado ahora será una máquina que genera caracteres aleatorios, doblemente más costosa. O, si decido llevarme mi máquina al otro extremo de la galaxia, infinitamente más costosa. Cuando yo entro una "A" en la primera máquina, la salida en la segunda máquina puede ser cualquier cosa.

    Inclusive "A".

    Sin embargo, yo no tendré manera de saber si la salida de la máquina dos fue igual a la entrada de la máquina uno hasta comparar los resultados por un método clásico, de modo que este complejo sistema no me servirá para comunicarme. Según la fórmula, la probabilidad de que una letra en la salida de la máquina dos sea igual a la que estuvo en la entrada de la máquina uno es de 1 en 26. Esto significa que si repito el experimento 26 veces, puedo esperar haber acertado una vez. (Aunque, si recuerdan cómo funcionan las probabilidades, podría no haber acertado ninguna. O haber acertado las 26 veces).

    Según el mismo criterio, si repito el experimento 676 veces (26 al cuadrado) puedo esperar que al menos en una ocasión, una secuencia de dos letras en la salida de la máquina dos sea igual a la secuencia de entrada en la máquina uno. En teoría, repitiendo el experimento tantas veces como sea necesario, puedo esperar obtener un acierto en una cadena arbitrariamente larga. (Sin embargo, tengan en cuenta que si hubiera empezado a ejecutar este experimento en el Big Bang, repitiéndolo mil veces por segundo, no podría esperar haber obtenido un resultado positivo para una cadena de más de quince caracteres)

    Mi hipótesis, o más precisamente mi conjetura, es que el cerebro es esa máquina, y el pensamiento es un proceso aleatorio que genera como subproducto una cantidad de partículas entrelazadas cuánticamente. Y que, tal como una señal electromagnética induce corriente en una bobina, las partículas entrelazadas inducen señales (que podrían interpretarse como palabras o imágenes) en otros cerebros. Pero, por la misma característica del cerebro, la mayor parte de las veces esas señales serán aleatorias, es decir ruido. Sin embargo, tomando en cuenta el número de personas, y la cantidad de pensamientos que estas personas generan (el porcentaje de políticos es lo suficientemente bajo como para no sesgar la muestra), la probabilidad de que, de vez en cuando, se presenten episodios telepáticos.

    Este mecanismo de telepatía tendría algunas consecuencias interesantes:
    1. La telepatía jamás podría ser utilizada como un mecanismo de comunicación. Solamente se podría tener certeza de que hubo transmisión telepática (en lugar de simples pensamientos originados en el receptor) al comprobarlo por medios clásicos.
    2. Los resultados de la telepatía serían indistinguibles de resultados al azar. Evidentemente, porque *serían* al azar.
    3. La telepatía no podría ser controlada ni por el receptor ni por el transmisor. Duh. Ver punto anterior.

      Pero, sobre todo, ya que para que funcione se requiere que el pensamiento (la conciencia, si lo prefieren) sea un proceso eminentemente aleatorio:

    4. El ser humano *nunca* podrá modelar adecuadamente un cerebro consciente
    5. La singularidad predicha por Kurzweil nunca se va a presentar
    6. Si el ser humano logra implementar la inteligencia artificial, el componente aleatorio impedirá establecer controles sobre ella. ¡Adios, tres leyes de la robótica! ¡Hola, Skynet!

    Friday, June 12, 2009

    Un mecanismo para la telepatía



    El primero de los textos que escribí después de cumplir los quince años del que no me sentí avergonzado fue un cuento de horror, parte de los Mitos de Cthulhu, llamado El Señor de las Serpientes. Era un cuento simple, de unas quince páginas, claramente el producto de un estudiante de sexto bachillerato (décimo grado, para alguien menos anacónico), y lo terminé en 1984.

    El primero de mis escritos del que me sentí orgulloso fue una noveleta (unas cincuenta cuartillas) de título indeterminado. Ha sido enviado a varios concursos bajo el título Texto Hallado dentro de la Basura (en un, no muy sutil, homenaje a Cortázar) o El Señor de las Serpientes. Este era un ejercicio de metaficción mucho más interesante y bastante original (IMHO), si mal no recuerdo escrito por un reto, cuyos protagonistas éramos el cuento El Señor de las Serpientes y yo. Este lo terminé en 1987.

    Unos cinco o seis años después, entré desprevenidamente al teatro para encontrarme que la película El último heroe de acción, de Schwarzenegger, se había robado mi idea.

    Permítanme explicar. Es cierto que el argumento de esa película (un personaje de ficción y uno real que entran y salen de sus respectivos mundos) no era idéntico al de mi cuento, sin embargo tanto varias de las premisas (y sobre todo de las ideas subyacentes que exploran esas premisas) como la manera de abordarlas eran iguales. Sin embargo, sólo señalé esto a una o dos personas, coincidencialmente todas las que habían leído el cuento, porque era consciente de que la frase ¡El tipo que escribió Arma Mortal se robó mi idea! no sonaba muy convincente.

    Por supuesto que no pretendo afirmar que yo inventé ese mecanismo de mezclar al autor con su obra, después de todo el mismo Don Quijote le habló a Sancho Panza del tal Miguel de Cervantes. Y de hecho, en el cuento, el personaje Wilson Torres cavila sobre Borges, y La Rosa Púrpura del Cairo, y filosofa sobre la naturaleza de la realidad. Sin embargo, la manera como lo abordé tenía marcadas diferencias con aquellas obras, todas de las que tenía conciencia. No así con El último héroe de acción.

    Incidentalmente, hace unos diez años vine a encontrarme con la novela The Cat Who Walks Through Walls, de Robert A. Heinlein, y el concepto de "Mundo como Mito", con los que mi humilde texto tiene muchos más puntos en común. Sólo entonces vine a enterarme que lo que, sin saberlo, me había enfrascado en un ejercicio de Solipsismo Panteísta [1] (Pantheistic Solipsism). The Cat Who Walks Through Walls se publicó por primera vez en 1985

    Después de terminar Texto Hallado... empecé a trabajar en una novela, compuesta de diversos cuentos, llamada Las Crónicas del Hombre Lobo. (Hasta donde yo recuerdo el título fue mi idea original, pero como Entrevista con el Vampiro se publicó en 1976 es posible que me haya copiado inconscientemente de Anne Rice). El toque especial que intenté ponerle a esta historia fue la de pintar al hombre lobo como una especie distinta a la humana, depredadores que vivían desde hacía milenios camuflados entre nosotros, reverenciados por algunas civilizaciones como semidioses. Y el protagonista es un personaje muy interesante, el carismático licántropo Matthew Nowak. De esta novela, aún inconclusa, he terminado cuatro relatos (unas doscientas páginas en total; según calculo, un 65%): El Segundo Hombre, Notas Acerca del Odio y la Ira, El Fin de la Cacería y El Heredero.

    A finales de los 80, sin embargo, cuando tan sólo había terminado Notas, y estaba en mitad de El Fin, me encontré con la noveleta El Tapiz del Unicornio. Que era un cuento, que planeaba ser parte de una novela más extensa llamada El Tapiz del Vampiro, que a su vez pintaba a los vampiros como depredadores entre los humanos, viviendo camuflados en nuestro medio desde hacía miles de años, y se centraba en el carismático vampiro Edward Wayland.

    Fuck.

    Pero hice de tripas corazón, introduje un tapiz gobelino dentro del argumento las Crónicas, como humilde homenaje, y continué. Lentamente, como puede apreciarse.

    Algún lector sagaz recordará el título de esta entrada, y supondrá quizá que ahora voy a explicar estas coincidencias con una suerte de telepatía racial, que sería la misma que explica por qué a veces varios científicos trabajan independientemente en la misma idea [2]. Muy astuto, pero no. No se trata de eso.

    Este artículo fue escrito porque si el patrón que he descrito se mantiene, probablemente haya alguien escribiendo las mismas ideas que yo tengo, sólo que ese alguien sí las va concluir y publicar. Así que, sobre todo como soporte para la conversación que tendré en un par de años, en la que me quejaré amargamente de que el ganador del Oscar al mejor guión original, o el nuevo premio Nébula (antes hubiera aspirado al Nobel de Literatura, pero con los años me volví más geek, y por tanto aprecio mucho más el respeto de esa comunidad) se copió de una idea que yo tuve en el 90....

    Ahora que lo pienso, finalmente entiendo por qué Newton odiaba tanto a Leibniz.

    Dentro de la docena de ideas que lleva dándome vueltas en la cabeza, quizá la más interesante es un mecanismo científico plausible para la telepatía. En uno de los relatos que estoy trabajando ahora, uno de los personajes es telépata. Posiblemente hace un par de años no le habría puesto mayor atención a ese detalle, al fin y al cabo he escrito más de cien mil palabras sobre un tipo que se transforma en lobo, pero llevo un par de años leyendo sobre la ciencia y el escepticismo, y uno de los puntos que me ha quedado claros es que, pese a que periódicamente el interés científico sobre la percepción extrasensorial se revive, hasta el momento no sólo no existe ningún resultado que diferencie la telepatía de lo que se obtendría aleatoriamente, sino que no existe ningún mecanismo físico que permita explicarla.

    Así que, hoy, Junio 12 de 2009, decidí publicar mi propia idea al respecto, así sea en una edición tan limitada como este blog.

    …. Continuará….


    [1] Si alguien me hubiera dicho en el 87 que yo practicaba el Solipsismo Panteísta, habría pensado que se refería a lo que hacía cuando me encerraba con las revistas que nos prestaba Toño.
    [2] Gracias a Joey Zasa, en El Padrino III, jamás olvidaré que Antonio Meucci trabajaba en inventar el teléfono prácticamente al mismo tiempo que Graham Bell.

    Tuesday, May 19, 2009

    Extraña Lista

    Hola, mis queridos y fieles lectores. (O, si llegó aquí por primera vez, siga y se sienta, ¿se toma alguito?) Sir Vilson da señales de vida, debidas por cierto, luego de un tiempo irrazonablemente largo. Tan largo, que quizá sea oportuna la excusa protocolaria. Hay varias razones que justifican mi desaparición.

    Si bien es cierto que el horario laboral en Canadá es muchísimo mejor (en el centro, por ejemplo, uno no consigue una droguería abierta para hacer un remedio después de las 6:00 PM. Literalmente. En las pocas que hay abiertas, el farmacista se ha ido, y uno sólo puede comprar remedios preparados), sería una lástima no aprovechar ese tiempo libre extra en la casa para marranear con mis hijos. Además, aquí el oficio le toca hacerlo a uno, así que yo me encargo de la lavada de ropa y platos (ambas con máquina, lo que por supuesto tuvo mucho que ver en mi elección). En definitiva, el tiempo libre que quedaría para escribir blogs y otras vainas es menos, y debo dividirlo en varias otras actividades.

    En primer lugar, el trabajo, claro. He tenido mucho trabajo, lo cual es un problema chévere de tener en estos tiempos de crisis económica, pero en todo caso quedo lo bastante mamado como para no querer ver una pantalla de computador en mi casa.

    En segundo lugar, el curso de guión que estaba haciendo en línea. La parte de Guión Cinematográfico la terminé en Febrero (hay una parte de Narrativa que está increíblemente cruda), y mi tarea final fue un guión de largometraje completico, que me tomó más de un mes de tiempo. Quedó bien, en mi opinión, aunque estoy trabajándole en unas correcciones que me mandó el profe.

    Y, finalmente, mi regalo de navidad. El niño Dios, por intermedio de mi esposa, me trajo un PS3. y he procurado dedicarle las tres horitas semanales de rigor.

    Bueno, como dijo el dermatólogo...

    Por un lado, me parece increíble que ya hace más de un año que me vine pa'cá. En muchos sentidos esto sigue siendo una experiencia novedosa, y siento que no ha transcurrido nada de tiempo. Por otro, lo que es inverosímil es que hayan pasado tan sólo catorce meses desde que me fui, por la manera como la vida se nos ha estabilizado finalmente. Alejo habla inglés (y lee y escribe en inglés y en español), juega Pokemon y ya ha aprendido de historia Canadiense. (Aún no empieza a gustarle el hockey, así que la ignorancia de los deportes es uno de los pocos motivos por los que aún no le producen vergüenza paterna).

    Juan Pablo gruñe en español y en inglés, ha aprendido varios jueguitos gringos, como Peek-a-Boo y no dice "cosquillas" sino "tickle tickle". Además, aunque la mayor parte de los vocablos que sabe son en español, los arma con gramática inglesa (por ejemplo, "cú" significa jugo, pero jugo de uva, en JuanPablés, se dice "uva-cú"), así que resulta hablando como los Bretones de "Astérix en Bretaña".

    Bibi tiene una docena de amigas, algunas canadienses, y cada vez tiene más claro su plan de vida. Mi escritorio en el trabajo ya parece un chiquero, y mi barra de tareas en el Windows taskbar nunca presenta menos de veinte slots.

    En fin, ya un poco más estable, sin la preocupación de conseguir con qué comer y dónde vivir, por ejemplo, tuve más tiempo para dedicarle a la Nostalgia.

    Cuando Bibi y yo decidimos que ya no había reversa posible para lo de Canadá, empecé un ritual personal, que fue mi manera de hacerle duelo a la Patria: prácticamente con cada evento enunciaba en voz alta si creía en ese momento que me iba a hacer falta. Así, cuando una buseta me cerraba en la calle, o veía un transeúnte lanzando basura a la calle distraídamente, o me tardaba horas haciendo una fila, entonaba Esto NO lo voy a extrañar. Igualmente, al ver la imponente y familiar silueta de Monserrate sobre la ciudad, pagar cuatro mil pesos por una entrada a Cine, o le recibía a Rosa las medias nueves que me había preparado, concluía que eso iba a extrañarlo, y mucho. Este proceso se prolongó por casi un año, y en mi mente la lista alcanzaba longitudes insospechadas.

    A lo largo del tiempo que llevo aquí, he tenido amplias oportunidades de comparar esa lista con la realidad, sintiéndome sabio cuando le atiné, pero también sorprendiéndome al descubrir que en algunos casos parecía no tener ni idea de los principales objetos de mi nostalgia. El trayecto diario de mi bus se demora aproximadamente una hora, lo que le ha dado a mi incorregible alma de ingeniero neurótico tiempo de sobra para definir cuatro categorías:

    1. Cosas que extraño que sabía que me iban a hacer falta
      1. Los amigos: Evidentemente.
      2. El cine barato: Aún en los momentos más extremos, cuando pagaba una entrada en el Cine Bar de Hacienda, me bastaba recordar que en en Canadá la entrada a cine estándar vale doce dólares, es decir como veinticinco mil pesos. Y en teatros normalitos. Y a eso súmele otros veinte dólares de babysitter.
      3. La Tierra Caliente: Estando a un tiro de piedra del Polo Norte, la Tierra Caliente más cercana es Las Vegas, que queda a 2,150 KM (O sea, estoy seguro que hay otras ciudades de clima cálido en Utah, o Nebraska, pero para que sea Tierra Caliente deben poder pasarse unas vacaciones decentes).
      4. El servicio doméstico: O, como lo llaman aquí, "labor esclava". Al igual que en Colombia, en Canadá hay ciertas ocupaciones que ganan el salario mínimo (ahora, que el salario mínimo en Canadá es, por mucho, diez veces menor que el salario de un profesional muy bien pago, y no cuarenta como en Colombia), sin embargo la labor doméstica no está dentro de ellas. La señoras que trabajan de mucamas generalmente andan en un carro mejor que el de uno.
      5. El clima (una parte): Específicamente, el sol deslumbrante y el tibio aire de algunas tardes capitalinas.
      6. Mi iMac
      7. Mis libros. Que se quedarán en Colombia hasta que pueda pagar un container. No tengo tantos libros como para llenar un container, pero por lo ridículo de la estructura de tarifas de envío, traerlos todos en cajas individuales costaría más que eso.

    2. Cosas que extraño, y que no pensé que me fueran a hacer falta
      1. La familia: No estoy tratando de parecer un desalmado, sino de exponer un argumento. Por supuesto que yo sabía que la familia me iba a hacer falta. Montones. Sin embargo, y que conste que esto no lo digo para congraciarme o hacer parecer la emigración como algo más difícil de lo que en verdad es, no me imaginaba qué tanto. No estoy seguro de que, sabiendo lo que sé ahora, cambiaría la decisión de venirme para acá, pero sí doy fe de que, si pudiera, no dudaría un instante en traerlos a todos.
      2. Ser bilingue: Mi nivel de inglés en Colombia me ponía en un alto percentil de la población. Era generalmente a mí a quien acudían mis amigos a aclarar ciertos sutiles matices en una traducción u oscuras alusiones a la Pop Culture gringa. Aquí, sin embargo no sólo debo compararme con Canadienses que nacieron aquí, y cuyas alusiones a Cultura Pop empezaron con rondas infantiles. También debo medirme contra vietnamitas, indios, nigerianos, polacos, árabes, franceses, griegos, norafricanos y cien nacionalidades más, que llevan diez años viviendo aquí. Así que la ilusioncita esa del segundo idioma quedó ahí.
      3. Los subtítulos en español: En parte porque a veces se me escapa el significado de varias frases por película, en parte también porque es mucho más agotador para mí (cosa que no empecé a notar hasta que el 100% de la TV que veía comenzó a ser en inglés). Pero sobre todo porque gran parte de mi autoestima bilingue provenía de señalar los más evidentes errores de traducción.

      4. Los colores: Pese a que había salido del país en varias ocasiones, y había llegado a visitar puntos incluso más septentrionales que este (por un lado, Copenhague, por otro, Inverness) pero en medio de la emoción del turismo no me dí cuenta entonces que los colores tropicales son mucho más brillantes e intensos que los de estas latitudes. La primera vez que fui a Banff, con hermoso que es el paisaje, no pude dejar de pensar "¡Vaya! Están llenos de polvo estos pobres bosques!".
      5. Las mujeres hermosas: A riesgo de que alguna de mis compañeras calgarenses lea esto, debo informar que, lamentablemente, aquí no se hace un caldo. En primer lugar, por aquella inexplicable relación inversa entre la tasa de impuestos y la longitud de las faldas, en primavera y verano se ve mucha menos piel que..., digamos Berlín, que es donde recuerdo las estudiantes bronceándose en monokini en un parque público en medio de la ciudad. Por otro lado, no sé si sea cuestión de la dieta, o qué, pero la mayor parte de las mujeres tiene barriga. Se ve muuuuy esporádicamente una de esas monas buenotas que salen en las películas, y de cuando en cuando una morena linda, pero en general... poco.
      6. El servicio médico: Eso me sorprendió verdaderamente. Una de las razones por las que nos vinimos a Canada fue por su excelente servicio médico. Y es excelente en verdad, para ser un servicio gratuito y universal. Los casos urgentes y los niños tienen prioridad, de modo que los atienden con relativa prontitud, sin embargo el resto de mortales... baste decir que el promedio de espera en los hospitales es de veinte horas. Siendo justos con el sistema de salud canadiense, sale mal librado porque estoy comparando un servicio público y gratuito con uno privado y caro. Pero el hecho de que la diferencia sea comprensible, y el sistema canadiense sea más equitativo y justo, y que lo volvería a escoger de nuevo, no hace que extrañe menos las salas de espera de la Reina Sofía.
      7. Ser articulado: Un efecto secundario de mi recién descubierta inhabilidad linguística es que las ideas que quiero expresar son más complejas de lo que mi vocabulario podría, de modo que para compensarlo debo usar frases muy básicas, que en muchos casos no significan exactamente lo que quiero decir. Y si bien es cierto que el porcentaje de gente que me entiende lo que hablo no ha cambiado drásticamente, el hecho de no poder redactar exactamente la frase que quiero, con figuras de lenguaje y varios niveles de recursión, es frustrante.
      8. Las almojábanas.
      9. La lluvia. Y el rocío, y la humedad relativa del ambiente, y en general todas las manifestaciones de agua líquida en la atmósfera.
      10. El clima (otra parte). En particular, ese fresco que suele sentirse de vez en cuando en el aire bogotano, esa bocanada de aire frío que uno siente al bajar de un avión que venía de La Costa. El aire aquí es o salvajemente más frío o mucho más cálido, pero nunca le pega a la temperatura precisa.
      11. Los chistes. En particular, contarlos.
      12. La ventas callejeras.

    3. Cosas que pensé que iba a extrañar, y que no me han hecho falta para nada
      1. Las montañas. La imponente silueta de Monserrate es una presencia tan constante en Bogotá, y le da tanta presencia a la ciudad, que creí que me la iba a pasar recordándola todo el día. Sin embargo, me encontré con que la mínima dosis orográfica que proveen las Rocosas, a tres horas de camino, es suficiente para satisfacer mis ansias. O de pronto es que cuando llego en el bus de Airdrie, me encuentro de frente con el no menos imponente Bow River y la Isla del Príncipe George.
      2. Ser alto. Por dos motivos, principalmente: en primer lugar, como nunca maduré, allá en Colombia cada vez estaba trabajando con más veinteañeros, todos ellos al menos diez centímetros más altos que yo. Y en segundo, aunque comparado con los anglos y europeos soy apenas algo más que un hobbit, el porcentaje de asiáticos aquí es tan grande, que mis 1.74 m continúan estando por encima del promedio.
      3. La proverbial calidez latina. Los Canadienses poseen una extraña mezcla de calidez y lejanía. En general hacen menos visita que los Colombianos, pero son la clase de gente que se molesta en hacer sentir bienvenido al nuevo, y ayudarlo. Una diferencia interesante que encontré es esta: los colombianos solemos despedirnos con la fórmula Por aquí, a la orden que es equivalente a Bueno, me llama si necesita cualquier favor, el que sea. Los Canadienses no lo usan como una fórmula, sin embargo el sentido de cooperación y comunidad está mucho más desarrollado aquí. Cuando me quedé enterrado en la nieve frente a mi casa, por ejemplo, salieron a ayudar hasta vecinos a los que yo nunca había visto.
      4. Las posibilidades de una ciudad grande.
      5. La piratería. Yo más o menos tenía la idea que al llegar aquí iba a tener que desinstalar mis programas de P2P. Pero, puede que aquí no haya un San Andresito, donde se venden los DVDs piratas en la calle sin el menor recato (aunque puede que sí lo haya), pero Canadá está en el top ten de la lista publicada por Estados Unidos como "países que promueven la piratería de software". Lo que significa que es menos probable que el fiscal general inicie una demanda contra una muchacha de dieciséis años por bajar una copia mp3 de una canción de Metálica.
      6. El reconocimiento profesional. Aunque todo el mundo me había advertido que al venir a Canadá debía resignarme a empezar desde cero, puesto que las compañías no iban a tener en cuenta la experiencia no canadiense, y yo ya lo había hecho, tuve la buena fortuna de conseguir un empleo en BP, que es sin lugar a dudas la única empresa que habría tomado en cuenta la totalidad de mi previa experiencia con ellos en Colombia.
      7. La arrogante satisfacción de sentirse más organizado que el prójimo. En Colombia, quizá por no ser tan ágil o astuto, la gente todo el tiempo se me colaba, ya fuera a pie o en automóvil. En lugar de tratar de competir en una especie de "Rat Race", me retiré por completo de esa competencia, y decidí ser el que nunca se pasaba el semáforo en rojo, o hacía el cruce prohibido, o se colaba en la fila, etc. Hacía lo posible por no llegar tarde, pagar cumplidamente mis impuestos, no quedarme con un peso de más en las vueltas... Todo el mundo se demoraba menos que yo en sus trámites, o gastaba menos plata, u obtenía mejores beneficios. En fin, vivía más fresco. Pero a mí me quedaba el consuelo de saberme mejor que toda esa parranda de desorganizados. Sin embargo temía, o más bien sabía, que al llegar a Canada, luego de cuarenta años de caótica cultura latina, yo iba a encontrarme con la triste realidad de ser un despelotado sudaca en medio de una cultura sajona. Y fue así, de hecho soy uno de los pocos que tiene que pensar conscientemente en darle la vía al peatón o a otros conductores (y por consiguiente a veces no lo hago), pero los Canadienses son re-frescos, y muy pocos vociferan sacudiendo el puño. Que yo sepa.
      8. Las frutas. Parece increíble, pero para mí una frambuesa resultó perfecto sucedáneo de un anón.

    4. Cosas que no extraño, pero que sabía que no lo iba a hacer
      1. La inseguridad. Es increíble. Los niveles de violencia se han incrementado a tal punto que toda la provincia está escandalizada: hay como dos o tres homicidios por mes.
      2. El décimo primer y décimo segundo mandamientos. En el improbable caso de que alguien no sepa de lo que hablo, se trata de "No dar papaya" y "No perder papaya" respectivamente (Y si no es Colombiano y aún no sabe de qué estoy hablando, significan "No descuidarse, para que nadie pueda aprovecharse de uno" y "Aprovecharse de todo aquel que se descuide"). Cualquiera que me conozca sabe que opino que todos los males que aquejan a nuestra pobre patria se reducen en mayor o menor grado a la aplicación de estos dos principios.
      3. El tráfico. Los conductores son más corteses, las calles son más amplias y hay menos carros. Como decimos los canuks: What's not to like?
      4. La certeza de alguien en el gobierno se está robando una cantidad vulgar de plata. Los casos de corrupción que mencionanaquí me hacen soltar una de esas despectivas risitas resopladas: ¡Aficionados!
      5. Las vías Intermunicipales. Sé que van de la mano con las montañas, que me encantan, pero aquí a muy poca gente le da mareo al ir de un pueblo a otro.
      6. El fútbol. Y si algún día me voy para otro lado, tampoco extrañaré el hockey.
      7. Los tamales. ¡Finalmente una Navidad en la que no necesito fingir que el tamal con chocolate no es una mezcla repugnante!

        Y finalmente:

      8. Los guaches manejando. Y que conste que no me hacen falta por haber dejado de cruzarme con ellos. Porque, pese a que son queridos y amables en todos los demás sentidos, el porcentaje de rednecks (iguazos) que manejan su camioneta pickup como si fuera una mula y se atraviesan en la autopista es aterrador...

    Friday, January 02, 2009

    La Vida a Treinta Bajo Cero


    Hasta Febrero de 2007, viviendo en Colombia y no siendo alpinista, la temperatura más baja que había experimentado era quizá cinco o seis grados centígrados bajo cero. En aquella época de feliz ignorancia, creía conocer el frío porque me había salido de fiestas a las dos de la mañana a caminar [1] , o porque, acampando en el Neusa, me había duchado con agua sin calefacción.

    Luego, emigré a Canadá. Cuando llegué, Calgary se encontraba en pleno invierno [2], había nieve en las calles y el canal que queda detrás de mi casa estaba congelado. Entonces creí conocer el frío porque había salido a palear nieve, o había caminado quince minutos por el centro entre la nieve, o porque una vez, habiendo sido sorprendido por una nevada súbita camino a mi bus, había encontrado más tarde una buena cantidad de nieve en mi bolsillo.

    Iluso.

    Ahora, un poco más sabio, calculo (porque aún no contaba con el indispensable termómetro externo)que las temperaturas más bajas a las que estuve expuesto durante ese remate de invierno fueron de diez o doce bajo cero a lo sumo. ¡Jah! A diez bajo cero hoy día salgo a pasear el perro, en camiseta y con una sonrisa plácida en el rostro [3].

    El primer indicio de que el invierno iba a ser más frío de lo que yo pensaba fue primera nevada, que llegó este año a principios de Noviembre, mes y medio antes del inicio oficial de invierno, en Diciembre 22. Fue, además, la primera prueba de que el invierno en Alberta dura seis meses, puesto que este año recuerdo nevadas hasta principios de mayo [4]. Sin embargo, en Alberta son famosos los vientos del Chinook (también conocidos como vientos foehn), que son unos vientos secos que bajan de la montaña, y que mejoran mucho el clima de esta provincia, ya que usualmente puede subir las temperaturas y bajar los niveles de nieve [5] .

    Sin embargo, el frío, la temperatura verdaderamente inclemente, llegó por primera vez a principios de diciembre. Para cuando empezó, yo ya le tenía respeto, a causa de los constantes anuncios de prevención en el periódico, el radio y la televisión. El día de la primera nevada fuerte, que yo experimenté desde una camilla mientras me subían a la ambulancia, ya sabía que se trataba de un frente de baja presión que venía trayendo vientos del Ártico, que se acercaba a Calgary en su camino hacia los Estados Unidos. (No se quedó porque aquí no hay mucho que hacer, supongo.)

    El primer fin de semana de frío extremo fue anunciado por más de una semana, y los boletines fueron creando un adecuado ambiente de suspenso. Como en esas películas de terror sanguinario, en que la cámara se acerca lentamente a la espalda de la protagonista mientras la banda sonora va en crescendo, y uno sabe que a la pobre la van a:
    1) Golpear
    2) Mutilar
    3) Violar
    4) Descuartizar
    O, con mayor frecuencia en las películas que más me gustan:
    5) Primero 1), luego 3), luego 1) de nuevo, luego 2), luego 4) y luego 3) otra vez con los pedazos que sea posible

    Aunque, según Wikipedia, las masas de viento del ártico parecen, en ocasiones, pelear con los Chinook, lo que causa fluctuaciones bruscas en temperatura y clima en general [6], pero aparentemente este frente de baja presión había tomado esteroides y se veía amenazador, porque ni rastros de los Chinooks, y la temperatura se mantuvo una semana menos de 25 bajo cero.

    El primer efecto fue que nevó copiosamente durante tres días seguidos, y al final se acumuló una capa de más de quince centímetros de nieve. El segundo fue las barredoras estaban trabajando a más no poder, así que se concentraron en las avenidas más importantes. Y el tercero fue que la nieve se congeló, y quedó tremenda capa de hielo sobre las calles donde no había pasado la barredora [7].

    El día que empezó el frío era un domingo, precisamente el día de la fiesta para los hijos de empleados de BP. Creo que en una ocasión ya les he contado que el lado más play de Calgary es el Sur Oeste. La fiesta, entonces, se llevó a cabo en un parquecito que queda justo bajo el límite sur de la ciudad, así que la pobre Bibi tuvo que cruzarse solita la ciudad entera bajo una nevada infernal. Por suerte ella es una conductora bastante prudente, y no tuvo ningún tipo de accidente pese a ser la primera vez que se enfrentaba a una nevada seria.

    No puede decirse lo mismo de un gran número de conductores Calgarenses, en teoría más habituados a manejar en invierno. Durante los primeros días del frente frío era habitual ver automóviles encunetados, o profundas marcas en la nieve que se detenían bruscamente frente a un poste o contra una pared. Había tantos accidentes, que la espera promedio para recibir una grúa de la CAA (Canadian Automotive Association) era de 36 horas, ya que le daban prioridad a los casos donde corría peligro la vida de los ocupantes.

    Los primeros dos o tres días, no nos pareció nada grave, o al menos no demasiado distinto al frío que ya habíamos vivido. Los paseos a Leeloo se habían cancelado, porque esa tarea es mía y yo estaba convaleciente de una laparoscopia, pero no mucho más. Pero a medida que se prolongaba la ola de frío, en primer lugar nos empezaba a dar un leve caso de Fiebre de Cabaña [8], y en segundo, debido a que la calefacción corría por más tiempo, el ambiente se puso muchísimo más seco lo que, además de ser molesto para la piel, causa estragos en el aparato respiratorio. (Como mocos y, sobre todo, hemorragias nasales.)

    La resequedad de ambiente se siente peor cuando uno se da cuenta que el frío hace que se forme una película de hielo en los bordes de la ventana. No por fuera, lo que sería de esperarse, sino por dentro. Al principio esto me pareció inverosímil, pero después de considerarlo un poco, me di cuenta que era simplemente una versión extrema de lo que ocurre, por ejemplo, en los carros parqueados en la vía a La Calera. Esa pequeña cantidad de hielo no sólo le hace tomar a uno conciencia de lo frío que debe estar el ambiente por fuera, sino que da mucha rabia saber que, mientras uno respira el equivalente a papel de lija, la poquita humedad del ambiente está congelándose contra un vidrio.

    Una vez se acabaron los víveres, tuvimos (o mejor dicho, Bibi tuvo) que salir de la casa por provisiones. Llegó impresionada por el frío, que si bien sólo experimentó por el breve trecho entre el automóvil parqueado y la entrada a Wal-Mart bastó para hacerla reconsiderar otros viajes, y asustada porque a menos de tres cuadras de la casa, se encendió un testigo en el tablero que jamás habíamos visto.

    Después de chequear con el manual, pudimos comprobar que el testigo advertía sobre baja presión en los neumáticos. Y mi mente de ingeniero dedujo, un poco tarde, claro, pero estaba embotada por el frío, que los gases se contraen con las bajas temperaturas, y eso incluye el aire de las llantas. Yo, que tan sólo llevo diez meses en la parte sajona de América, aún no me encuentro tan imbuido del espíritu consumista como para tener compresor de aire [9], así que este descubrimiento significó una salida al Co-Op con el único objetivo de inflar las llantas.

    Me imagino que en Calgary hay estaciones de servicio donde el bombero verifica la presión de las llantas con un método más sofisticado que la consabida patada, y luego las infla/desinfla según sea requerido, pero yo no las conozco. (Fuera de eso, deben cobrar por eso, lo que en verdad reduce las probabilidades de que algún día lo conozca.) De modo que mi primer enfrentamiento al frío de -30°C (que, con el factor de windchill bajaba a -40C) no sólo no fue la carrerita entre el carro y la tienda que todo el mundo hace de manera tan normal, sino que, entre conseguir prestado el medidor de presión, verificar que todas las llantas tenían una presión de 10 psi (cuando debería ser 25 psi), e inflarlas, tomó más de diez minutos.

    Alguien experimentado podría cuestionar la aparente irrazonable duración del proceso. Volvemos al tema: me imagino que en Calgary hay compresores que suministran aire a una velocidad decente, pero como posiblemente haya que introducirle moneditas, no los conozco.

    ¿Qué se siente estando a -30C, y sintiéndose a -40C? Antes de responderle, le sugiero tener en cuenta que la temperatura dentro de los congeladores oscila entre -18C y -22C. También me disculpo, porque pasé treinta y nueve años de mi vida en un país tropical, donde dichas temperaturas son inimaginables, y por tanto me falta notoriamente el vocabulario para hacer una descripción decente.

    Lo primero que noté es la peculiar sensación en las fosas nasales cuando, supongo, el aire trata de congelar los folículos. Es como si el aire se hiciera más espeso y, curiosamente, calientísimo, en el interior de la nariz, en particular en las fosas. Literalmente me sentía respirando papilla.

    Lo siguiente fue la velocidad con que toda la piel expuesta se enfrió y empezó a doler. Yo había contado en una entrada anterior, cuando creía conocer el frío, que uno deja de sentir las orejas y la nariz. Pues bien, el dolor es información que le envía el cuerpo a uno para informarle que hay algo que no funciona bien: seguramente en un frío benigno, digamos -10 C, cuando el problema es mayormente incomodidad, las orejas se duermen. A -30C, cuando existe un definido riesgo de frostbite (congelación de la piel), la piel se vuelve a despertar muy rápidamente y empieza a doler como los mil demonios.

    Lo mismo ocurre con los pies. A menos que uno tenga botas diseñadas para esas extremas temperaturas, muy rápidamente se enfrían los dedos de los pies y empiezan primero a palpitar y luego a experimentar un dolor continuo, intenso y en aumento. Llegó un momento en que temí por la integridad de mis pobres deditos, y sólo podía pensar en la imagen de Scott Glenn en Límite Vertical.

    Y las manos, en particular si no puede uno tener puestos los mitones porque debe manipular la manguerita de un compresor, igual. Y si, fuera de eso, el único calibrador de aire que se consigue uno prestado es metálico, ni se diga. Porque los metales, obviamente, se enfrían con mayor velocidad e intensidad que cualquier otra cosa (son buenos conductores del calor, ¿se acuerdan?). A Alejandro, para no ir más lejos, le dio por lamer el borde de metal de la ventana en el bus, y la lengua se le pegó tan fuertemente que cuando la desprendió, dejó un apreciable porcentaje de las papilas allá pegadas.

    Si uno usa una bufanda o pañuelo, y usa gafas, generalmente se le empañan con una velocidad e intensidad inverosímiles. (Por supuesto que esto no ocurre si uno consigue que su respiración no suba hasta los cristales. Y, aunque a mí no me pasó, por suerte, ante un frío muy macho los cristales se rajan espontáneamente.

    Nada de todo eso me tomó tan de sorpresa como lo del iPod. El cable de los audífonos se congela inmediatamente, perdiendo toda flexibilidad. Es como si uno se hubiera hecho un collarcito con alambre No 14. Todo lo demás puede ser sencillamente que yo sea un gallina exagerado al que le gusta quejarse pero, ¿el cable congelado? ¿Cómo diablos discute uno con un cable congelado?

    Así y todo, no falta el calgareño que sale a pasear, y camina orondo y orgulloso con su traje de invierno y, la mayor parte de las veces con un termito metálico lleno de café. Es más, he visto, a -25C con windchill de -35C, gente trotando en sudadera. Supongo que si uno ha vivido aquí toda la vida, o al menos un tiempo suficientemente largo, y la perspectiva de vivir encerrado le parece aterradora, debe hacer de tripas corazón [10] y salir a vivir la vida entra la nieve y la escarcha.

    No es mi caso, por supuesto. Aunque uno no debe decir “de esta agua no beberé”, o en estas latitudes más bien “esta agua no lameré”, yo creo que puedo ser perfectamente feliz pasando semanas encerrado en mi casa, donde la única nieve que vea sea la que enfrenta Lara Croft en “Tomb Raider”.




    [1] Y, ocasionalmente, si todo iba bien, rumberame con alguien.
    [2] Esto no fue nada difícil en una ciudad donde seis meses del año pueden considerarse invierno.
    [3] Aunque acepto que si el paseíto se prolonga por más de diez minutos, con la persistencia del fro Calgarense, dicha sonrisa quedará literalmente esculpida en mi rostro congelado.
    [4] Algún purista podría decir que en realidad demuestra que en Alberta hay nieve tn la primavera y el otoño, pero esto para el caso es lo mismo.
    [5] Chinook es una palabra aborigen que significa “Come-Nieves”. Como la nieve es Blanca, me imagino que otra traducción podría ser “Príncipe” o “Enano”.
    [6] Y en ocasiones otros fenómenos más llamativos, como el caso de Cardston, donde alguna vez el lado este de la ciudad estaba a una temperatura agradable, mientras que el lado oeste estaba amargamente frío. Esto mismo ha ocurrido en Calgary, con temperaturas en un lado de -20C y en el otro de +7C, pero como esta ciudad es casi tan extensa como Bogotá, no es tan notable. Cardston es un pueblo de menos de 5,000 habitantes.
    [7] Léase, la que queda frente a mi casa.
    [8] Que se empeoraba por el hecho de que, a cuenta de distintas circunstancias pero principalmente por el clima, desde principios de septiembre siempre ha habido al menos un enfermo en mi casa, aunque generalmente son dos.
    [9] Ni siquiera medidor de la presión para las llantas.
    [10] Y de moco, carámbano.